Un maletín es abierto por un par de mafiosos que visten de traje negro con corbata negra y camisa blanca. Una luz dorada los ilumina desde el interior de ese misterioso maletín y, por un instante —breve pero eterno—, se callan y solo se dedican a observar. No sabemos qué hay dentro, sólo los personajes de la cinta pueden verlo. Sin embargo, la audiencia comprende que es algo valioso, quizá innombrable, que despierta una gran ambición.
He sido maestro de cine por años y cada semestre ocurre lo mismo: en algún momento, un alumno o alumna menciona el famoso maletín. A treinta años del lanzamiento de Pulp Fiction, seguimos obsesionados con ese resplandor. Tarantino no inventó esta imagen, la robó con astucia de Robert Aldrich, quien tuvo la idea de filmar una escena parecida para el enigmático noir metafísico que lidia con la amenaza nuclear: Kiss Me Deadly / El Beso Mortal (1955). En dicha película, el maletín irradiaba un brillo radioactivo que quemaba y fascinaba por igual. Tarantino cambió la amenaza por el deseo, pero el efecto no perdió su potencia. Incluso se ha hablado de que el maletín de Kiss Me Deadly funciona como una alegoría del conocimiento prohibido, comparándolo con el fuego de Prometeo o la caja de Pandora, cuyo poder destructivo encarna la idea de que la búsqueda misma de sentido puede ser fatal, en una lectura casi gnóstica o hasta nietzscheana, quizás ahí está la clave de Tiempos Violentos.
Este maletín es el corazón fulguroso de Pulp Fiction/Tiempos violentos (1994), la cinta de Quentin Tarantino que sorpresivamente ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. No importa qué contiene el maletín; importa lo que provoca en quien observa, al que ve qué hay dentro de este. El cine, más que nada, consiste en un intercambio de miradas. Eso es exactamente lo que hace la película: nos deja mirando fijamente, con la boca entreabierta, como Vincent Vega, desconcertado ante el misterio, que se volvió con el tiempo más que un personaje: una silueta eterna atrapada en un loop, flotando en la cámara de ecos infinita del Internet bajo la forma de un meme hiperviralizado. Etimológicamente, Pulp Fiction puede relacionarse directamente con las revistas pulp, populares entre los años 1920 y 1950, historias de crimen y aventura escritas de manera rápida y directa. Al igual que los pulp magazines, los personajes de sus viñetas son anti-héroes que operan de forma violenta fuera de las normas tradicionales.
Parece que no ha pasado el tiempo. Basta con ir a una fiesta de disfraces para encontrarse con una pareja vestida de Vincent y Mia, de traje negro y camisa blanca, que en dupla con Jules parecían una nueva versión de los Blues Brothers (John Landis, 1980), y eso no cambiará. Porque no solo se trata de una película, es una declaración de amor al cine y una reinvención del mismo: posmoderna en el mejor sentido de la palabra. Es decir, no teme reciclar, mezclar, citar, robar con estilo, con consciencia de que todo ya se ha dicho, y también de que lo importante es cómo se vuelve a decir. Tarantino y su co-guionista Roger Avary convirtieron su archivo personal de influencias en un lenguaje propio. Recordemos que ambos trabajaron en el mismo videoclub antes de decidirse a escribir guiones, para posteriormente, dirigir los mismos. Antes que nada eran espectadores de culto.
Los hijos del videoclub: ¿qué hizo tan especial a Pulp Fiction?
El guion de Pulp Fiction, que a veces olvidamos, también es obra de Roger Avary (Killing Zoe, La Reglas de la Atracción), es un coche bomba, un Chevrolet Bel Air 1957 color rosa, escrito como una espiral y no como una línea recta que implota (explota desde adentro). La película comienza con una escena en una cafetería entre Pumpkin y Honey Bunny, que es interrumpida y permanece irresuelta hasta el final del filme, cuando volvemos a ese mismo espacio, ahora desde la perspectiva de Jules (Samuel L. Jackson) y Vincent (John Travolta), que han sobrevivido a la misma película, muy al estilo del Jarmusch de Mistery Train (1989). Pumpkin y Honey Bunny son como Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1969) en una versión donde consumen metanfetaminas: dos delincuentes de medio pelo atrapados en una fantasía criminal que aprendieron viendo demasiadas películas sin subtítulos en la tele o del videoclub. Él (Tim Roth), con su acento británico y mirada ansiosa, quiere parecer peligroso, pero parece más bien un turista perdido que apenas sobrevivió al thatcherismo de su época adolescente. Ella (Amanda Plummer), dulce y también histérica, pasa de la ternura al grito homicida en segundos, como si hubiera confundido una escena romántica con un atraco a mano armada. Son caricaturas entrañables de lo que creen que significa ser «criminales cool», pero bajo la lente de Tarantino, eso es precisamente lo gracioso: no son gángsters, sino cinéfilos con pistola.
No obstante, entre el inicio y el final que sucede en la misma cafetería, el tiempo se rompe: Vincent muere a la mitad de la película, pero luego lo vemos vivo nuevamente, caminando junto a Jules con su playera universitaria prestada de la casa de Jimmy (Quentin Tarantino), después del sangriento accidente con Marvin en un montaje que pareciera venir de Alain Resnais, aunque sus referentes son Raoul Walsh y Gregory La Cava (ambos titanes del Hollywood clásico), según confesó el propio autor a la prestigiada revista británica Sight and Sound hace tres décadas. Esa inversión cronológica no es solo un truco estilístico: redefine cómo nos relacionamos con los personajes y la moral de sus actos. Es un drama puro que Christopher Nolan vuelve a robar hábilmente en su película Memento (2001). El caso más claro es Jules, que empieza como un asesino implacable y termina —cronológicamente hablando— por elegir el camino de la redención evangélica al tomar su suerte como un milagro divino. Al contar los hechos fuera de orden, Tarantino y Avary nos obligan a vivir un viaje emocional antes que uno narrativo, dándole a su guion una estructura circular donde el principio es el final, y el final —como ese maletín— queda abierto, brillante y misterioso, en una mezcla de géneros: cine negro, comedia, drama, cine de gángsters, romance, bromance, tragedia, gore, pop art, etcétera.
Royale with Cheese vs Quarter Pounder
En Pulp Fiction, Tarantino hace de lo cotidiano algo sublime a través de los diálogos estilizados, donde lo que podría ser una charla común se convierte en un ejercicio de filosofía pop y violencia. Un ejemplo claro de esto es la secuencia de Bruce Willis como Butch Coolidge, el boxeador que, mientras huye de la venganza de Marsellus Wallace (Ving Rhames), se enfrenta a situaciones absurdamente grotescas y hasta existenciales para luego huir con el botín y la chica (Maria de Madeiros). La famosa conversación sobre la hamburguesa en el restaurante, donde Vincent Vega comenta sobre la diferencia entre una «Royale con queso” y una “Cuarto de libra” se convierte en un momento clave de Pulp Fiction, donde Tarantino transforma una simple conversación sobre alimentos fast food en una reflexión sobre las diferencias culturales o aquello que los hace “americanos». Vincent le explica a Jules que en Europa no se llama «Quarter Pounder», sino «Royale with Cheese», lo que va más allá de un dato curioso para mostrar cómo la cultura estadounidense se ve reflejada y transformada en el mundo. Es una muestra de cómo Tarantino y Avary usan lo cotidiano para añadir capas de significado, convirtiendo una charla trivial en una meditación sobre la globalización, la identidad y el choque cultural dentro del “American Dream”. Tarantino, como una suerte de DJ cinematográfico, mezcla influencias de una manera que pocos directores se atreven a hacerlo. Al igual que un productor musical que toma samples de distintos géneros en su mash up, Tarantino toma elementos de sus gustos personales del cine —Jean-Luc Godard, John Woo, Sergio Leone, cine de explotación americano de los 60 y 70 — y los combina en una mezcla única y vibrante. La influencia de Godard está presente en los avasalladores saltos temporales. Tarantino no teme romper con las convenciones del cine clásico y manipular la percepción del público. La violencia estilizada de John Woo (y otras cintas hongkonesas) aparece en las secuencias de tiroteos, en donde los personajes parecen arquetipos del cine de acción de Hong Kong, con una estética de acción fluida y precisa que le da un toque casi artístico a la brutalidad de las pistolas. Recordemos que Tarantino básicamente plagió City on Fire (Ringo Lam, 1987) para darle vida a su ópera prima, Perros de Reserva, dos años antes, tardando en reconocer este casi remake por años. En el caso de Leone, Pulp Fiction toma prestado el estilo de los spaghetti westerns, especialmente en los silencios tensos entre los personajes, como si todo estuviera a punto de estallar. Tarantino, como un experto curador de cine, toma estos elementos y les da nueva vida en su propio collage cinematográfico que va del cine de autor hasta el cine más trash. Y, mientras lo hace, convierte lo trivial en lo sublime, dándole a cada conversación —ya sea sobre hamburguesas, masajes o relojes de oro— una relevancia filosófica que, al final, es lo que hace que Pulp Fiction sea tan especial: un collage de influencias orquestadas en una farsa de los años 90.
Por otro lado, la banda sonora de Pulp Fiction no solo acompaña la acción, sino que actúa como un elemento narrativo fundamental con el propósito de reflejar la psicología de los personajes y reforzar el tono posmoderno de la película. La escena de baile entre Mia y Vincent, con “You Never Can Tell” de Chuck Berry, captura la nostalgia y el tono juguetón de la película, mientras que “Girl, You’ll Be a Woman Soon” de Urge Overkill, en el momento previo a la ejecución, genera un contraste irónico con la violencia inminente. Temas como “Misirlou” de Dick Dale, al abrir la película, establecen un ritmo frenético que refleja la energía caótica del filme. Tarantino usa canciones no solo para ambientar, sino para enriquecer la narrativa, y contextualizar lo americano.
Andrzej Sekuła es un director de fotografía que no recibe suficiente reconocimiento por su trabajo visual en la obra temprana de Tarantino, y resulta en gran parte responsable del éxito de la propuesta tarantinesca, fundamental en la creación de su estética. Su colaboración con Quentin Tarantino en Reservoir Dogs / Perros de Reserva (1992), Pulp Fiction (1994) y Four Rooms (1995) le permitió crear un estilo visual que aún se asocia con el cine de culto de esa época. En Pulp Fiction, la fotografía de Sekuła contribuye a la sensación de desorden y caos que define la película, con encuadres inesperados y una iluminación que, aunque a veces suave, no deja de resaltar las tensiones internas de los personajes con su respectivo color pop. A través de su lente, el cine de Tarantino se transforma en algo más que un vehículo para diálogos agudos; también se convierte en una experiencia visual que refuerza con sus ángulos la ironía y el humor negro.
¿Dónde queda la ultraviolencia en todo esto?
Con Pulp Fiction, Quentin Tarantino redefinió lo cool en el cine gracias a su mezcla de géneros y a la creación de diálogos que transforman lo cotidiano en sucesos fascinantes y significativos. Digamos que dio una vuelta extra a las ideas y recursos que ya practicaban otros cineastas, como los hermanos Coen o Aki Kaurismäki, cuyo toque absurdo/fársico pero también minimalista fue adaptado por Tarantino. Sin embargo, la película también marca el auge de la hiperviolencia en la pantalla de los 90 y, posteriormente, retoma lo que ya exportaba Japón con autores que lo influyeron mucho, como Toshiya Fujita, y obras de actores como Sonny Chiba, para posteriormente sentir admiración mutua con otros directores japoneses como Takashi Miike o Beat Kitano. La violencia en su cine, a partir de estas primeras películas, es un tema controvertido que muchos han señalado como parte de la normalización de la violencia en el cine. Aunque Pulp Fiction la presenta de manera estilizada y casi artística, no se puede ignorar que este tipo de violencia gráfica, un sello distintivo de Tarantino, podría haber contribuido a la desensibilización del público y a una mayor aceptación de la violencia en los medios. La manera en que Tarantino convierte lo brutal en algo atractivo y, en muchos casos, cómico, pudo contribuir a generar una cultura de consumo de una violencia menos reflexiva y que es tomada a la ligera. Así mismo, tal vez haya influido en la naturaleza de ciertos crímenes que ha cometido el crimen organizado.
El baile del twist de Vincent Vega y Mia Wallace.
Treinta años después de su estreno, Pulp Fiction sigue siendo un espejo roto y fascinante de lo que es posible en el cine. Más que una película, es una lección sobre cómo romper las reglas sin perder el alma de lo que se cuenta. Tarantino, con su mezcla de irreverencia y reverencia, nos enseñó que el cine no solo se trata de contar una historia; se trata de cómo se cuenta. En una época donde las narrativas lineales y predecibles dominaban, la película de 1994 desafió a los espectadores de forma masiva a pensar de forma diferente sobre la estructura, los diálogos, los géneros, y la violencia misma.
Hoy, en un mundo saturado de contenido, Pulp Fiction se siente como una invitación al riesgo. Para las nuevas generaciones de cineastas, su mensaje es claro: no se trata de replicar lo que ya se hizo, sino de encontrar tu propia voz apoyándote en ese pasado. A diferencia de aquellos que intentan emular la fórmula tarantinesca, el verdadero reto está en mirar hacia el futuro y abrazar las posibilidades de un nuevo siglo, donde las historias no solo se cuentan de manera lineal o convencional, sino que se puedan entrelazar, reinventar y remezclar para reflejar nuestra era de constante cambio y complejidad. El cine de hoy puede tomar otras formas. Quizás sea a través de las plataformas digitales, los universos expandidos o la interactividad, pero lo importante es que, al igual que Pulp Fiction en su tiempo, debemos intentar ser audaces al experimentar con lo que el arte de contar historias con imágenes puede ofrecer. El cine sigue siendo un espacio para la subversión, pero con reflexión y conocimiento, consciente del mundo que forma parte y del cine mismo.Pero vamos a quedarnos con la imagen mental de Vincent Vega (John Travolta) y Mia Wallace (Uma Thurman) bailando en la fuente de sodas, un momento que define no solo a sus personajes, sino también el tono irreverente de Pulp Fiction. La canción de Chuck Berry, You Never Can Tell, es la banda sonora que acompaña esta escena, transformando un momento cotidiano en una coreografía que mezcla lo gracioso con lo grotesco, llegando casi a lo surrealista. Vincent, con su estilo relajado y su aplomo, mueve su cuerpo al ritmo de la música como si no hiciera nada más que disfrutar del presente. La escena cobra más sentido viendo el video detrás de cámaras, donde Tarantino baila al mismo tiempo que ellos, emocionado fuera de cuadro, mirándolos y compartiendo el momento. He ahí su gran secreto: filmar como un niño que mira cómo sus personajes cobran vida de forma directa y no por medio del video assist / monitor, convirtiéndose en la primera audiencia para ellos y ellas. Es la imagen perfecta para cerrar este recuerdo de una cinta que redefinió la forma en que hacemos películas hoy en día, una obra que provoca el deseo de bailar.





