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Ilustración: Abigail Moreno Esqueda

Recuperar la imaginación como acto político

Desde la Utopía de Tomás Moro (1516), imaginar formas de vivir distintas a la dominante ha sido un acto profundamente político. En la política –ese ámbito concerniente a la deliberación, la decisión y la acción sobre los asuntos colectivos–, imaginar es una capacidad esencial. En todo proceso político late un acto de imaginación. Imaginar ha sido, históricamente, un gesto de crítica y de propuesta, de denuncia y de esperanza transformadora. 

Esta intuición atraviesa la historia de la filosofía política. En la Grecia antigua, Aristóteles concibió la política como búsqueda del bien común y se preguntaba sobre cuál sería el mejor régimen para alcanzarlo. Siglos después, pensadores como Hobbes, Locke y Rousseau recurrieron a imaginar una situación original o estado de naturaleza para fundamentar sus propuestas sobre el contrato social y el origen legítimo del poder político. 

Teorías de la justicia como la de Rawls también partieron de un ejercicio imaginativo sobre la posición original y el velo de la ignorancia para concebir principios justos que regularan la sociedad. Incluso en los debates contemporáneos sobre la democracia, la imaginación sigue estando en el corazón de la política para reconocer los desafíos actuales y apuntar hacia escenarios verdaderamente incluyentes. El histórico discurso de Martin Luther King comenzó justamente apelando a esa capacidad de imaginar un mundo distinto: “I have a dream”. Y en efecto, para responder las grandes preguntas que la vida en común plantea –¿cómo construir una sociedad justa?, ¿cómo distribuir y ejercer el poder para hacer posible esa sociedad?– se requiere capacidad de imaginación política.

Un horizonte de posibilidad

La imaginación política es, pues, la capacidad tanto individual como colectiva de visualizar futuros alternativos resistiendo a conformarse con la realidad presente1. Esta facultad nos permite definir el porvenir que como sociedad deseamos alcanzar, aquello que aún no es, pero podría ser; amplía el horizonte de lo posible para trazar nuevos fines2.

El mero hecho del reconocimiento de las situaciones que consideramos inaceptables –las distintas formas de desigualdad, exclusión o violencias que aquejan nuestras sociedades– depende de imaginar que es posible otra forma de convivir. Lo que consideramos problemas públicos son, en realidad, construcciones sociales que reflejan la forma en que una sociedad concibe la realidad y cómo cree que debería ser3,4. Como señala Cejudo5, una situación se convierte en “un problema susceptible de ser atendido por una política pública si, y solo si, se acepta que es una desviación de un objetivo social compartido”. Por tanto, en la definición de los problemas públicos, así como en la formulación de las políticas gubernamentales hay ya implícito un ejercicio de imaginación de que una situación distinta es posible.

Sin embargo, varios autores –como Max Haiven6, Geoff Mulgan7 o Alba Torrents y Borja Muntadas Figueras8– advierten que las sociedades contemporáneas atraviesan por una crisis de imaginación. Se trata de una dificultad generalizada para concebir formas alternativas de organizar la sociedad con otras prioridades o de resolver problemas desde otras lógicas que no sean las dominantes. Esto es preocupante porque la atrofia de esta capacidad imaginativa funciona como anestesia frente a los males del presente: inhibe la crítica y bloquea la posibilidad de dar forma a nuevas realidades. Así, uno de los obstáculos para enfrentar los desafíos de nuestro siglo es la incapacidad de imaginar futuros distintos.

¿Qué causa esta crisis? Para Haiven, las crisis contemporáneas –la ecológica, la económica, la política, la social, la alimentaria, la hídrica, la educativa, la migratoria– son distintas expresiones de una sola: la crisis del capitalismo, que coloniza la imaginación normalizando el presente. Lleva a asumirnos como meros agentes económicos aislados y en competencia unos con otros, y a aceptar de manera acrítica el orden existente, como imposible de cambiar, restringiendo nuestra capacidad para soñar una realidad diferente.

Como advirtió Zygmunt Bauman9, vivimos en una “modernidad líquida”, caracterizada por la incertidumbre que causa el cambio constante, donde nada es definitivo ni permanece. Los vínculos son inestables; las identidades, volátiles, todo lo cual genera una profunda crisis de sentido. En medio de esta ambigüedad que dificulta pensar en horizontes de largo plazo, la imaginación se ve erosionada además por narrativas de polarización y conflicto extremo que alimentan la desconfianza, el miedo al otro y debilitan nuestra capacidad de acción colectiva8.

Aunado a esto, sostengo que esta crisis de imaginación política está profundamente ligada a una especie de “dictadura del paradigma tecnocrático”, que espera del avance tecnológico la solución a los problemas de la humanidad. Desde esta lógica, se reduce la política y otras esferas de la vida humana a mera reacción, adaptación y gestión de tendencias tecnológicas y digitales que se asumen como inevitables. Así, el futuro pasa a ser visto  como una imposición imposible de remediar. De esta manera, la capacidad de preguntarnos qué futuro construir se extravía. Del mismo modo en que durante el siglo XIX y buena parte del XX predominó una fe ciega en el progreso industrial y científico como motor de civilización, hoy parece dominar una fe similar en la tecnología digital.

Tres claves para reactivar la imaginación política

Frente a esta crisis de imaginación política, recupero tres caminos posibles para reactivarla, inspirados en las ideas de distintos pensadores. Aunque provienen de tradiciones diversas, la imaginación radical de Cornelius Castoriadis, la imaginación empática de Martha Nussbaum y la atención creadora de Simone Weil pueden servir como vías posibles –aunque no las únicas– hacia una renovación y rehumanización del horizonte político.

Ilustración: Abigail Moreno Esqueda

Para Castoriadis, la imaginación está estrechamente vinculada con el ideal de una “sociedad autónoma”10,11, es decir, una sociedad verdaderamente democrática, capaz de cuestionar y recrear sus propias instituciones. Castoriadis, además, sostiene que cada sociedad crea para sí misma las normas, instituciones y fines, en tanto que los dota de significado y validez10. En consecuencia, estas normas e instituciones no existen como hechos naturales, absolutos, sino que, como hechos sociales, tienen un fundamento imaginario y, por lo tanto, es posible revisarlas y transformarlas. Ha sucedido a lo largo de la historia. Una sociedad autónoma reconoce este carácter creado de sus instituciones. En este sentido, la autonomía se vincula con la imaginación. Si se parte de esta perspectiva, entonces reactivar la imaginación política implica reflexionar y deliberar lúcida y críticamente sobre las ideas e instituciones que damos por sentadas y mantener abierta la posibilidad de su reinvención.

Una sociedad autónoma, además, requiere de personas autónomas, es decir, capaces de pensar por sí mismas, así como deliberar, imaginar y tomar decisiones colectivas en la esfera pública. La imaginación política, en este sentido, es la que permite recrear el orden social y político y proponer nuevos caminos para lo común.

Como segunda propuesta está la imaginación empática, de la forma en que la concibe Martha Nussbaum. Para ella, la imaginación es una facultad imprescindible en el marco de cualquier proyecto de justicia. Nussbaum desarrolló, junto con Amartya Sen, el enfoque de capacidades para el desarrollo humano, que se centra en las  oportunidades que poseen las personas para desarrollarse y ejercer sus libertades.

El enfoque de capacidades se vincula a la imaginación en tanto que esta es la facultad que permite entrever los recursos que otras personas –distintas a nosotros en su contexto y condiciones– necesitan para ejercer sus capacidades. Se refiere a la habilidad de pensar lo que podría experimentar otra persona, ser capaz de leer su historia y comprender sus emociones y anhelos12. Por esto, Nussbaum llama a esta imaginación “empática” y se convierte desde su óptica en una virtud esencial para decidir y actuar en la vida pública.

En su libro Justicia poética, Nussbaum subraya que construir una sociedad justa requiere ciudadanos capaces de ejercitar esta forma de imaginación. Esta facultad, que permite representar ante uno mismo la realidad de aquellos sobre quienes se delibera y captar la complejidad de sus circunstancias –aunque uno mismo no sea directamente afectado– es una condición para formular alternativas que respondan al principio de justicia13.

Finalmente, Simone Weil nos ofrece una tercera clave: la atención creadora como forma de justicia. Al observar la situación general de la clase obrera en la Francia de su tiempo, Weil señaló el desarraigo como la peor enfermedad de las sociedades modernas. Esta pérdida de vínculos profundos es causada por las condiciones estructurales de poder que deshumanizan, fragmentan y niegan la libertad interior, y sumergen a las personas en un estado de inconsciencia e inercia. Conduce a un estado de “desdicha”, un sufrimiento del alma similar al estado de muerte14.

Frente a esa realidad de desarraigo y desdicha, Weil propone como antídoto la atención creadora. Desde su perspectiva, la atención es un acto político, una disposición de apertura receptiva al otro, para recibirle tal cual es, en toda su verdad15. A partir de esto, propone una “política de la atención”, que exige “un interés apasionado por todos los seres humanos, quienquiera que sean, y por su alma; la capacidad de ponerse en sus zapatos”15.

Vinculada a la imaginación, la atención es “creadora” en tanto permite ver lo que aún no es. Haciendo referencia a la parábola evangélica del Buen Samaritano, Weil afirma: “la atención creadora consiste en poner atención realmente en lo que no existe. La humanidad no existe en la carne anónima inerte a la orilla del camino. Sin embargo, el samaritano que se detiene y mira, presta atención a esta humanidad ausente, y los actos que siguen atestiguan que se trata de una atención real”15. En clave política, la atención creadora nos exige detenernos, escuchar lo que no suele oírse, mirar a quienes han sido invisibilizados, porque su primera necesidad es el reconocimiento de su dignidad humana. Estar atento a la desdicha implica actuar para impedirla o mitigarla.

En un mundo saturado de estímulos, acelerado por la prisa y el ruido, prestar atención al otro se vuelve un acto subversivo. En contextos dominados por la inercia tecnocrática y la superficialidad, recuperar la reflexión crítica y la deliberación como virtudes públicas es un camino urgente para imaginar y construir otra forma de convivencia. En una sociedad herida por la polarización, la exclusión y el miedo al otro, la imaginación empática se convierte en un gesto profundamente político que ensancha la mirada y hace visible la injusticia.

Más aún, como intuyeron Nussbaum y Weil, imaginar empuja a la acción pública: implica comenzar a actuar en el presente como si ese futuro ya existiera. Así, la imaginación política se convierte en una forma de prefigurar, de anticipar desde lo cotidiano, el tipo de relaciones y estructuras con los que deseamos construir el futuro colectivo. En este sentido, la imaginación lleva en sí el germen del mundo nuevo.

Educar para la utopía: una tarea de las Ciencias Sociales

Frente a la crisis de imaginación política, resulta urgente educar para la utopía. Necesitamos recuperar la política como pedagogía del futuro, como ese espacio donde aprendemos colectivamente a imaginar lo que todavía no es, pero queremos que sea. Oponer, por ejemplo, frente a la imaginación dominante de lo político, nuevas formas de afrontar los conflictos –más dialógicas, restaurativas y orientadas al cuidado–, en contraste con las respuestas punitivas o autoritarias que predominan. También implica imaginar modos de vida más ecológicos y sostenibles, frente a modelos consumistas, extractivistas y desconsiderados con el medio ambiente.

Esto exige desarrollar competencias ciudadanas que hoy son poco valoradas: la reflexión crítica, la deliberación, la empatía, la atención, la capacidad de crear con otros. Y es que la utopía no puede imponerse desde arriba por unos cuantos iluminados. Como señalan Duncombe & Harrebye (2021), cuando Tomás Moro, en su Utopía, recuerda constantemente al lector que el mundo que ha descrito no existe –es un No-lugar– está llamando a los lectores a construir su propia utopía. Está recordando que la utopía se construye entre todos.

Este aprendizaje requiere de lugares donde pueda ejercerse. Por eso se requieren espacios públicos –en escuelas, universidades, barrios, gobiernos– que promuevan la deliberación y la co-creación democrática. Es preciso recordar, sin embargo, que la imaginación política no siempre conduce a horizontes emancipadores: también los sueños de grandeza nacionalista, los populismos y los autoritarismos, que hoy amenazan muchas democracias, están alimentados por la imaginación. De ahí la necesidad de formarla éticamente, anclada en la dignidad humana y en el bien común.

En este escenario, las Ciencias Sociales, con su rigor teórico y metodológico, tienen una tarea irrenunciable. Ayudan a entender la sociedad: cómo funciona, cómo se estructura y organiza, y qué tipo de relaciones tejemos dentro de ella. Permiten entender las dinámicas sociales y de poder que terminan por decidir, como planteó Lasswell, “quién recibe qué, cuándo y cómo” en una sociedad. Pero también dotan de una perspectiva filosófica y ética sobre el ejercicio del poder, para promover cambios sociales que conduzcan a una sociedad más justa e inclusiva. En este sentido, me atrevo a decir que su vocación más profunda es profética. Las Ciencias Sociales permiten, y es su tarea insoslayable, educar para la utopía reactivando la imaginación política: formar una ciudadanía con la audacia de denunciar y anunciar, de imaginar y anticipar futuros alternativos, y de transformar las relaciones sociales y de poder que sostengan ese futuro imaginado y lo hagan posible.

Educar para la utopía es educar, por lo tanto, para caminar y actuar. Como escribió Eduardo Galeano (citando a Fernando Birri): la utopía “está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”16.


Referencias

1 Duncombe, S., & Harrebye, S. (2023). Political imagination. En The Palgrave Encyclopedia of the Possible (pp. 1021-1030). Springer International Publishing.

2 Ferrara, A. (2011). Politics at its best: Reasons that move the imagination. En C. Bottici & B. Challand (Eds.), The politics of imagination (pp. 38–54). Birkbeck Press.

3 Elder, C. D., & Cobb, R. W. (1984). Agenda-building and the politics of aging. Policy Studies Journal, 13(1).

4 Stone, D. A. (2022). Policy paradox: The art of political decision making. WW Norton & company.

5 Cejudo, G. M. “Discurso y políticas públicas. Enfoque constructivista”. En Merino, M., & Cejudo, G. M. (2019). Problemas, decisiones y soluciones: Enfoques de política pública. Fondo de Cultura Económica (pp.101).

6 Haiven, M. (2014). Crises of imagination, crises of power: Capitalism, creativity and the commons. Bloomsbury Publishing.

7 Mulgan, G. (2022). Another world is possible: How to reignite social and political imagination. Hurst Publishers.

8 Torrents, A., & Muntadas Figueras, B. (2025). Horizontes de posibilidad: repensando la imaginación política en tiempos de crisis global. Res Publica, 28(1), 3-15.

9 Bauman, Z. (2015). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica. 

10 Castoriadis, C. (1998). Hecho y por hacer. Pensar la imaginación. Buenos Aires: Eudeba.

11 Schwartz, A. M. (2021). Political imagination and its limits. Synthese, 199(1), 3325-3343.

12 Nussbaum, M. (2012). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal. Paidós.

13Mardaras, C. P. (2016). El cultivo de las emociones y la imaginación narrativa en Martha Nussbaum. Una propuesta para la promoción del desarrollo humano en las sociedades interdependientes del siglo XXI. Deusto Journal of Human Rights, (1), 175-195.

14Weil, S. (2014). Echar raíces. Editorial Trotta.

15Janiaud, J. (2010). Simone Weil: la atención y la acción. Jus.

16Galeano, E. (1993). Las palabras andantes. Siglo XXI Editores.

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