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El editor ante la inteligencia artificial: los escenarios inmediatos en la industria editorial

En la escena inicial de Back to the Future (Zemeckis, 1985) observamos que en casa del Dr. Emmett Brown suenan las alarmas para iniciar el día. La cámara nos pasea por una colección de relojes antiguos y modernos, algunos de formas clásicas, la mayoría análogos y uno digital (una novedad para la época). Son las 7:53 horas y el recorrido visual nos permite ver algunas fotos y un viejo recorte de Hill Valley Telegraph en donde se anuncia la destrucción de la mansión Brown. Un momento después se enciende la radio y se escuchan las primeras noticias del día. De forma simultánea, una cafetera derrama su líquido caliente sobre la base en la que debía haber una taza, mientras que un televisor se enciende para dar paso a las noticias que destacan la desaparición de un cargamento de plutonio. Al lado, una tostadora se activa y quema un par de rebanadas de pan una y otra vez mientras el humo se esparce por la habitación. Finalmente, la cámara continúa su paseo para observar que un brazo mecánico recién activado sostiene una lata de comida para perros que entrega a un abridor eléctrico y, una vez abierto el recipiente, su contenido es derramado en un plato que reposa en el piso, el cual ostenta el nombre de Einstein, nombre apropiado para la mascota de un científico.  

Esta escena ilustra una de las fantasías sobre el futuro de la humanidad: despertar y tener el desayuno listo, el periódico en la mesa (con buenas noticias, por supuesto) y prepararse para el quehacer del día porque una serie de procesos programados se ejecutaron de forma precisa. La automatización del mañana ha sido un sueño desde el pasado. Imaginar que las tareas menores no sean distracción para las grandes faenas, resolver los grandes misterios de la vida y plantear las grandes soluciones a los problemas es una meta que algunos visionarios desean alcanzar. Ahora vivimos con asistentes programados para que nos despierten, notifican que tenemos pendientes que cumplir, facturas que pagar y felicitaciones de cumpleaños que enviar. La automatización soñada ha dado paso a que el ser humano se someta a una tiranía de aplicaciones para cumplir su vida diaria.

De forma similar a la automatización de la rutina diaria del Dr. Brown, la industria editorial ha trabajado para automatizar tareas mecánicas que tiempo atrás hacían personas especializadas. Oficios de la imprenta ejercidos por técnicos especializados fueron sustituidos por maquinaria configurada para tareas específicas. Pero de los artefactos programados se está transitando hacia los grandes modelos del lenguaje. La industria ha comenzado a utilizar inteligencia artificial para apoyarse en la toma de decisiones, reducir riesgos de inversión y optimizar procesos. Aunque este panorama pueda asociarse hacia la  conquista de mercados, las editoriales corren el riesgo de usar esta tecnología hacia el interior de los procesos más delicados, de los cuales el más destacado es el de editar.

La principal habilidad de todo buen editor es tomar decisiones. Esta aparente simpleza es una de las operaciones más complejas que puede llegar a desarrollar este tipo de especialista. Actualmente los editores se enfrentan a muchos desafíos: el plagio encubierto debajo de capas difíciles de identificar, los presupuestos reducidos para producir una publicación, la demanda de calidad textual, la urgencia por entregar un documento para continuar el proceso de producción, etcétera. A fines del siglo XX, los editores se enfrentaron a la irrupción del Internet y la aparente democratización de procesos editoriales que siempre habían sido cuidados. La red se inundó de contenidos y con ello el respeto por la ortografía se perdió, al grado que los motores de búsqueda se alimentaron con erratas y palabras apócrifas por el uso reiterado de los navegantes. El panorama fue complicado, pero los editores se adaptaron ante una tecnología que utilizaron a su favor y la domesticaron noblemente. 

Desde los inicios del siglo hasta la actualidad, los editores profesionales y todos aquellos que forman parte del mundo editorial conviven con la inteligencia artificial, una tecnología emergente convertida en nuevo protagonista de este escenario profesional. Con el lanzamiento en 2022 de las primeras inteligencias artificiales generativas para el mercado de consumo masivo, los editores aceptaron un nuevo desafío en su disciplina. La historia lo atestigua en diferentes momentos. Recorramos cinco siglos de edición en breves líneas. La imprenta de tipos móviles de Gutenberg en el siglo XV generó una variedad de especialistas dedicados al proceso de publicación, llámense tipógrafos, cajistas o entintadores. Aunque el papel de editor se vinculaba más con el de un impresor durante los primeros dos siglos de la imprenta, a partir del siglo XVII se convierte en un vigilante de la corrección de estilo. Darles sentido a textos de alta complejidad y a la vez enmendar una cadena de erratas y errores fue dando forma al oficio de la edición que pronto daría paso a una nueva etapa en su quehacer con la Ilustración. La edición de textos amparada por el cuidado de la palabra escrita mediante un lento despliegue fue doblegada para responder a los veloces procesos de producción de la revolución industrial. De la misma forma en la que los obreros en las fábricas producían mercancías en serie, los editores multiplicaron la publicación de textos  para un novedoso público consumidor que se había educado con la Enciclopedia francesa. En efecto, la venta masiva de esta emblemática colección de libros por toda Europa (y  vendida de forma ilícita por las Indias americanas) trazó canales de distribución que facilitaron la circulación de las obras impresas. Un aumento de lectores significó un aumento de libros impresos: los editores tuvieron que acelerar sus procesos para satisfacer a un mercado y competir con nuevos impresores.

Ilustración: Freepik

El siglo XIX vio nacer a los editores de la prensa gracias a la explosión de noticias ofrecidas por los diarios. La publicación incesante aceleró la revisión de textos y la edición cedió ante un proceso de estandarización para resolver este desafío. El siglo XX significó la llegada de los grandes grupos editoriales que obtenían materias primas en unas regiones del mundo y ensamblaban los libros en otras. A pesar de estos cambios, el oficio de editar se mantuvo gracias a una estratégica adaptación. La aparición de nuevas temáticas en el mundo editorial volvió más complejo el trabajo de editar, pues el mundo había vivido dos guerras mundiales y se había dividido en grandes bloques políticos e ideológicos, dando paso a una humanidad que rebasó las fronteras de la lógica (tan sólo recordar a una ciudad como Berlín que dividía a las dos Alemanias mediante un muro nos da una idea de esto). 

La última década del siglo XX fue testigo de la llegada del Internet. La red fue protagonista de nuevos escenarios para la publicación. Con escasas regulaciones durante sus primeros años, la World Wide Web (WWW) permitió que se pusieran en circulación obras literarias y textos clásicos de forma abierta. Los navegantes celebraban este hecho, pero la industria no. Una de las primeras batallas editoriales debido a la falta de control en la Web fue legal. Los autores y los emporios editoriales entraron en largos litigios para defender su derecho a explotar las obras que habían registrado legalmente mientras las veían circular de forma gratuita por la red. Las regulaciones tardaron en aparecer (gracias a Naspter y su litigio con la industria musical se aceleró la construcción de un marco regulador de toda obra registrada) y finalmente se instituyeron protocolos que dieron orden y protección a la obra. Derivado de estos procesos −ahora llamados digitales−, la edición y los editores atravesaron por nuevos mecanismos que involucraron el uso de plataformas y espacios en la nube. El Internet, visto inicialmente como un escenario anárquico para la circulación de la literatura sin beneficios económicos para las editoriales y sus autores, se transformó en un espacio amigable por las buenas prácticas de los editores, dando pautas para el comercio electrónico de los libros. Aunque en la actualidad predominan los grandes emporios comerciales que controlan el mercado editorial, aún hay espacio para las editoriales independientes dedicadas a publicar narrativas ajenas a los estándares comerciales, muchas de las cuales se sostienen gracias a la noble labor de editores que han modelado una línea editorial con sumo detalle.

Es aquí donde retomamos el eje de esta reflexión. ¿Cuáles son los dilemas y desafíos a los que se enfrentan los editores ante la puesta en marcha de las inteligencias artificiales en el espacio público? De las lecciones aprendidas por la historia que revisamos, la adaptación ante las nuevas condiciones de trabajo es la más viable. La IA se está  incorporando a los procesos editoriales de manera progresiva, por lo que su primer valor es el de una herramienta. Pero a diferencia de otras anteriores, su multifuncionalidad comienza a ejercer presión en áreas distintas dentro de la industria, al grado de poner en jaque el trabajo de especialistas de los cuales antes fuese impensable prescindir. Sin embargo, hay que distinguir entre los modelos de redes neuronales que utilizan Deep Learning y los sistemas de caja blanca que vuelven transparente su procesamiento de información. La industria tiende a usar la segunda porque le permite auditar sus procesos y mantener el control sobre estos. La incorporación de las IA generativas se limita a chatbots más amigables para los usuarios. Es por eso que la labor de los editores será vital en estas nuevas condiciones de la industria editorial. Sin embargo, donde el uso de la inteligencia artificial puede significar una auténtica batalla será en el terreno de proyectos editoriales independientes que incursionen como mercenarios en el mercado de los libros. Sin principios de ética ni respeto al oficio, algunos de estos pequeños emprendimientos no tienen problema alguno en sacrificar recursos humanos para utilizar un software que deje de ser una herramienta para convertirse en el núcleo de las operaciones.

Bajo la promesa de la automatización en procesos como corrección, maquetación, publicación, estrategias de venta al público, servicio al cliente, optimización de recursos financieros y gastos fiscales, un número mayor de empresas se ha inclinado a incursionar en este mercado. Para adentrarse de forma amigable en el terreno de los grandes emporios, pequeñas empresas como Spines y A.I. Book Publisher atrapan la atención de autores jóvenes que desean ver publicada su primera obra con la intención de no obedecer a las reglas de la industria, y de esta manera ofrecer servicios de optimización editorial y automatización de metadatos para la publicación de libros en tiempo récord, una oferta atractiva en un mundo que privilegia la inmediatez. Esta nueva categoría de emprendedores se va instalando en el gusto de autores y lectores (actores clave en el mercado editorial) a partir de narrativas de sostenibilidad, construcción de comunidades alternas, cultura de innovación y reducción del impacto ambiental de sus procesos. Estas iniciativas responden a un mercado que demanda el consumo de productos y servicios que incluyen los principios anteriores y los defienden desde ópticas ideológicas como parte de su identidad generacional. 

Pero, probablemente el escenario más abrumador para los editores será identificar los textos producidos por la inteligencia artificial enviados para ser evaluados con el fin de ser publicados. Esta situación va en aumento en diferentes nichos editoriales. Las editoriales que publican contenidos creativos, especialmente narrativos, han recibido novelas sintéticas elaboradas por IA que tratan de simular haber sido escritas por una persona. Las revistas académicas han recibido artículos que contienen citas y referencias apócrifas diseñadas por la IA para respaldar sus conclusiones. Estos ejemplos pueden impulsar una visión catastrófica, casi distópica en términos editoriales, pero no será así. De  la misma manera en que los editores han enfrentado dilemas que pusieron en riesgo su profesión, esta será una oportunidad más para salir adelante con elegancia y distinción. La inteligencia artificial misma será aliada en este escenario, pues tomará el papel para la cual fue diseñada: una herramienta emergente multimodal que podrá ofrecer alternativas a los editores. Tal vez no haya panes tostados programados para desayunar como en casa del Dr. Brown, pero sí relatos auténticos que cautiven la imaginación del lector, gracias a un cuidadoso proceso de edición, a una conversación entre editores y autores. Sí es verdad que en el siglo XXI la tecnología tenga como protagonista a la inteligencia artificial, pero no importa que tan grandes sean sus modelos del lenguaje, los editores tienen la palabra.

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