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Un cuarto impropio

Por: Priscila Palomares

Licenciada en Letras por la Universidad de Monterrey y autora de Champú (UANL, 2017) y Ecografías (Cuadrivio, 2019).

No es exageración, ni es ninguna mentira. Vivimos en un país donde matan nueve mujeres diariamente. Año tras año las cifras crecen y no nos duelen los números, sino las vidas que perdemos en México, país feminicida.


Ante esta crisis de Estado, las feministas nos hemos organizado para exigir una vida libre de violencia. Y aunque existen momentos para la protesta y la rabia, también existen momentos para la reflexión (donde también podemos sentir rabia). La antología de Tsunami, publicada por la editorial Sexto Piso, recopila textos donde diferentes autoras responden a la pregunta: ¿qué significa hoy ser mujer en México?


Las respuestas son diferentes, así como sus autoras. Se responde con ensayos, poemas y textos intervenidos; los responden mujeres jóvenes, indígenas, masculinas y femeninas. Esta pluralidad nos da una gama para podernos aproximar a uno de los temas más relevantes de lo que va del siglo: los feminismos.


Tuve la oportunidad de hablar con Gabriela Jauregui, escritora y editora de la antología. Compartí mis reflexiones como lectora y ella las suyas como editora; pero no quiero encasillar a este texto como una entrevista porque, sobre todo, esto es un diálogo entre mujeres. Uno de tantos a los que nos invita la antología. Reflexionemos juntas.


¿Cómo es un día normal para Gabriela Jauregui?


Empiezo el día como mamá, antes que como escritora, y me pongo a lo que toque: el desayuno, llevar niños a la escuela, todo el show. Luego empiezo mi rutina de trabajo [...] Hay días con chambas que tengo que sacar urgentemente o de traducción, entonces esos días toca eso; hay otros en los que hay pendientes editoriales, y trabajo en eso. Pero los mejores son los días que solamente me puedo dedicar a escribir y leer mis cosas, mis textos y demás.


Me acordé del cuento de Rosario Castellanos, Lección de cocina, donde la protagonista reflexiona acerca de su condición como mujer cuando está cocinando. Y me pregunto, ¿cuáles son los momentos en que nosotras nos ponemos a reflexionar sobre nuestra condición?


Me encantaría estar en un cuarto sola, cerrado y clavarme en la textura, pero realmente creo que no soy así. Así no es mi vida, ni mi escritura. Mi escritura está vinculada a estar en la calle y corriendo, conociendo gente, teniendo conversaciones. La reflexión se teje con y entre la vida diaria. Hay momentos en los que me gustaría que estuviera aparte y tener la habitación propia famosa, pero en mi caso no es posible: mi oficina es mi casa.


Me viene la mente lo que escribe Rivera Garza en Tsunami: “No hay solistas (...) solo hay acompañamiento. Vivir una vida feminista hoy es saber eso desde adentro de cada uno de los huesos”. Estamos juntas en la lucha y en la reflexión sobre la realidad que se entreteje con la literatura. Y, sin embargo, tenemos idealizado el cuarto propio donde una está sola escribiendo. Así que me pregunto, ¿qué tan viable es tener un cuarto juntas en lugar de uno propio?


Es viable, necesario y deseable. Hace rato varias amigas del gremio habíamos hecho un grupo que se llama la habitación impropia, y el plan era encontrar justamente un espacio en donde pudiéramos trabajar cada una sus proyectos, pero cuando te sientas con amigas, con colegas a chambear, pues al rato salen proyectos en común. Al final, el cuarto en sí nunca lo encontramos, pero se tejieron esos vínculos y esos proyectos salieron.


Creo que cada vez hay más oportunidades de encontrarnos y más búsquedas de esos encuentros entre nosotras. Siento que cada vez hay más espacios virtuales, hay chats de puras chavas para organizarnos y se está materializando eso en el cuerpo, en reuniones, en cafés, en espacios que igual no son una oficina de puras chavas, pero sí espacios donde estamos teniendo conversaciones.


En ese sentido, tú sientes que por las condiciones y los contextos, ¿han cambiado las necesidades que tenemos actualmente las mujeres para escribir?


Esa habitación propia, esa idea del individuo aislado trabajando en su genialidad solitaria, no me late. Muchas colegas escritoras de cierta forma también lo abordan sin abordarlo directamente en los textos. Vivian(Abenshushan), Yásnaya (Aguilar) hablan de eso; Dani Rea, de cierta forma, hablando de la práctica y de cómo se entreteje su vida con sus hijas y su vida profesional; (Cristina) Rivera Garza también; incluso Yolanda Segura. Todas de distintas formas nos están diciendo: “yo no trabajo así”. Mis vínculos profesionales y afectivos no son esos ni me interesa que lo sean.


Y si me la pasara buscando esa habitación propia, con ese modelo de hace casi 100 años, me la viviría súper frustrada y súper enojada conmigo misma. Vivir persiguiendo un modelo que no se nos acomoda sería vivir perpetuamente frustrada. Mejor cambiemos el modelo, acomodemos el modelo a nuestras vidas.


Escritoras como Virginia Woolf nos abrieron camino, pero nosotras seguimos luchando por encontrar nuevos modelos que se adapten a nuestra vidas. ¿Existe una continuidad entre su propuesta y lo que buscamos ahora?


Lo que me gusta del feminismo es mirar hacia atrás, a estas mujeres que con errores, con aciertos, tuvieron victorias alucinantes en contextos muy difíciles. Hay que honrarlas. Nada nos lo regalaron, nada nos lo dieron; hemos peleado por ello. Si estamos aquí como escritoras diciendo: “bueno, la habitación propia ya la superamos”, es porque ella escribió ese texto y peleó por esa habitación propia y se suicidó por esa habitación propia. Costó cuerpo y sangre.


Hablando de mirar hacía atrás, el texto de Brenda Lozano en Tsunami propone que los primeros escritos de mujeres fueron una queja, una denuncia. ¿Será que Tsunami se puede leer como una denuncia correspondiente a su época?


Nuestro contexto, aunque no se perciba como tal, sí es una constante lucha, y Tsunami es una respuesta a ello. Lo que quería cuando lo edité y conceptualicé era un libro que hablara sobre ser mujer en México hoy, por lo que es imposible no hablar de una lucha. Imposible. Pero a todas nos atraviesa esto de maneras distintas: color de piel, educación, dónde naciste y creciste, que ya son otros accidentes de la vida pero que se manifiestan de forma muy concreta y política en nuestros cuerpos.


Todo eso era necesario abordarlo de tal forma que no se sintiera como que a la lectora o el lector le estaban dando de reglazos. Quería que el libro fuera más que una patada en los huevos o en los ovarios -pero sobre todo en los huevos-, una invitación a reflexionar, a repensar, a desmontar nuestras posiciones y nuestros prejuicios del mundo. Ojalá para movernos hacia el feminismo o hacia el pensamiento con perspectiva de género, buscando equidad.


Leer Tsunami representó un proceso reflexión, pero también un proceso de sanar y de sentir. Este trabajo es inspirador, es una invitación a luchar, porque no nos vamos a retirar. Más bien nos vamos a reapropiar de un lugar que siempre debió ser nuestro. Las mujeres nos identificamos, tal vez no con todos los textos porque puedo no estar de acuerdo con lo que dice tal, pero sí con lo que dice tal otra. Pero es muy importante porque están dialogando. Y es necesario que las mujeres dialoguemos en una antología o en un cuarto; un diálogo interseccional. Esa fue mi experiencia. Me gustaría saber cuál fue la tuya como editora.


Me sucedió algo similar, en el sentido de que hay textos muy duros y temas muy dolorosos que están siendo nombrados. El texto de Sara Uribe es devastador, por ejemplo. Con lo que me quedaba era con una sensación de esperanza. De esperanza cabrona, como de aquí estamos, sí, estamos juntas, hemos sobrevivido todo eso y no estamos diciendo: “¡ay, pobrecita de mí!” Sino aquí estamos, estamos escribiendo, estamos presentes, estamos juntas. Los afectos entre mujeres son una forma de resistencia y una forma de sanación, una forma de hacer política muy distinta de la de los hombres. Como un apapacho colectivo.

Había una voluntad de que hubiera mucha diversidad. Es un esfuerzo, es una incomodidad necesaria. Para mí era políticamente importante decir también que no, no todas estamos jalando para el mismo lado, nuestras experiencias, nuestros cuerpos y nuestras vivencias, no son todas iguales, ni atraviesan la vida de las mismas formas. Y sin embargo, hay un montón de puntos en común en todos los textos.


No quiero que todas las morras piensen como yo, ¡qué pesadilla! Esperaría que mis compañeras no esperen que piense como ellas. Hay gente que incluso puede pensar contradictoriamiente. De todas maneras hay momentos en los que todas estamos de acuerdo. En este momento nos preocupa que nos están matando. Ya después podemos tener desacuerdos y luego tomar un tiempo y llegar a consenso en la diferencia. Pero si con todo y la diferencia llegamos a consenso, pues qué power, la neta.


Y eso está aquí, te queria preguntar justo por eso, ¿tú invitaste directamente o se hizo una convocatoria abierta? ¿Hubo alguien, una mujer que te dijera que no quería escribir sobre esto?


Nadie me dijo que no quería escribir sobre esto, al contrario. Otra cosa bien importante me parecía que era el tipo de asuntos que nunca se transparentan sobre los procesos de los libros: el pago. Todas recibieron el mismo. Nuevamente como una posición de decir: sí, Margo (Glantz) tiene muchísimos libros y casi 90 años, y Jimena (González) nunca ha publicado un libro y tiene 18 años, pues me da igual, aquí estamos todas juntas, parejas en la lucha y vamos a pagarnos a todas lo mismo. No hubo diferencia con eso, la única diferencia era cómo cada quién quería abordar el tema.


En el prólogo mencionas que no todas las autoras de la antología se autodenominan feministas. ¿Por qué creíste necesario hacer esta aclaración?


Yásnaya no usa la etiqueta feminista porque ella es una mujer mixe y la carga de la palabra feminismo dentro de pueblos originarios puede ser muy distinta que la tuya y la mía en un contexto urbano. Por eso tuve cuidado en decirlo. No quiere decir que ella no piense con un enfoque feminista, o dentro de una de las muchas vertientes del feminismo. Sin embargo, es una etiqueta que ella misma en su texto problematiza y por eso lo puse allí.


Se saca el libro y luego... ¿qué pasa?


Ay, pues pasa esto, como lo que me acabas de contar. Creo que lo bonito es que el libro ha seguido su caminito. Para mí era doble motivo de celebración que se volviera un libro regalado, esta idea de que lo vi y pensé en ti. Porque nuevamente son otras formas de vincularse y otras formas en que el libro se vincula con las lectoras, eso me encantó. No lo puedes planear. Fue muy emocionante también ver que en las presentaciones había muchísimas chavas jóvenes. El mejor regalo es saber que esto le está interesando a una generación que van a ser las que van editar los próximos Tsunamis, o como se llamen. Son ellas.


¿Qué sigue para seguir peleando por esta trinchera?


Ya estoy haciendo el que sigue. Pero espero que otras personas hagan más. En todos lados está la hervidera de mujeres organizadas, acompañándonos y también abriéndonos nuestros propios espacios. Lo que dijiste al principio de luchar por estos espacios que desde antes tendrían que haber sido nuestros: sí; y a la vez, decir: “¿no me quieres dar espacio? Fregón. Haz tu festival, tu editorial, tus paneles, tus conversaciones. Nosotras vamos a hacer las nuestras”.

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