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Todos estamos enfermos

  • agencia2946
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  • 2 Min. de lectura

 
Ilustración: Abigail Moreno
Ilustración: Abigail Moreno

Por: Gabriela Cantú W.


I

Todos estamos enfermos.

Podemos ir al templo, al hierbero o al hospital pero la cura no es sencilla.

Con los planetas bien alineados podríamos tener la dicha de convalecer

antes de que nos embista la muerte.

Mientras tanto vamos por ahí con el riesgo de caer de nuestro árbol

y cubrirnos de moho como esas frutas que se quedan sobre el plato

por mucho tiempo sin que nadie las muerda.



II

Las pérdidas agudizan los males.

Cuando no siento los efectos de la química recubrir el terreno, sufro más.


Una melodía, una imagen, un amigo,

un paseo fuera de la ciudad: todo me recuerda a papá.



III

La muerte de un familiar puede provocar estados peculiares.

A veces arden los recuerdos en las esquinas del cuerpo y de la cabeza

y en tu piel se muestren quemaduras sin explicación.

Al sufrir este padecimiento te niegas a llorar

y se hace paso la urgencia de experimentar bajo el agua, sobre la tierra granulada,

sobre el ventarrón que se desata.


Buscas un lugar para mirar desde otro ángulo,

para dejar de los muertos con los muertos, 

para imaginar un futuro con otro orden

pensando que puedes cambiar la posición de los astros.


IV

Los muertos suelen heredar sus enfermedades.

El cuerpo dañado renace en uno de sus deudos.

El procedimiento se da con cierta naturalidad,

aunque los efectos tarden en manifestarse.



V

El desprendimiento no se acepta fácilmente.

Cuando te quedas solo eres un venado cola blanca perdido

en las tierras pantanosas que alimentan dos ríos.

Te quedas atado a esas imágenes que guardaste para la posteridad

y que recorres una y otra vez mientras se agitan tus entrañas

y te sientes cerca de la muerte.


No sabes por dónde sacarte el miedo.



VI

Estar en el preciso momento de la muerte tiene consecuencias,

te puede venir el mal del sueño.

Una boca abierta después del último aliento se transforma en un profundo pozo

por el que un doliente se despeña sin alcanzar el fondo.



VII

La muerte destruye un poco las casas

aunque casi nadie sea consciente del suceso.

La realidad se puede ver en sueños

o cuando algún espíritu toma tu cuerpo.

Es triste ver el techo lastimado, la noche atravesar los huecos,

los pisos cubiertos de moho y las cortinas y los muebles y los cuadros

más deslavados que de costumbre.

Los muros se vuelven más gruesos,

es ahí donde se fermentan los secretos del difunto.



VIII

Algunos mueren a causa de algún accidente,

los demás sabemos que estamos enfermos,

pero tratamos de olvidarlo cada día.



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