Preservación de los edificios contemporáneos: una tarea pendiente en Nuevo León
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Actualizado: hace 4 días

Por: Rodrigo Ledesma Gómez
Daniela Ríos González
En una ciudad como Monterrey y su zona metropolitana existen innumerables edificios construidos durante los siglos XX y XXI, entre los cuales hay algunos que destacan por su gran valor arquitectónico, artístico o histórico. No obstante, la modificación y destrucción de los inmuebles, debido a la ausencia de criterios claros que impidan hacerlo, afecta la preservación histórica de su legado.
Ante este escenario surge constantemente una pregunta: ¿quién es el encargado de custodiar dichos edificios? El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Bellas Artes u organismos de cultura estatales y municipales. Sin embargo, estas múltiples referencias se contraponen al hecho de que en la mayoría de los casos no hay respuesta contundente. Lo anterior podrá parecer, en primera instancia, difícil de comprender debido a su carácter paradójico. En eso, precisamente, queremos ahondar en este ensayo.
El Artículo 33 de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos establece que: “Son monumentos artísticos los bienes e inmuebles que revistan un valor estético relevante”1. Esta definición no incluye criterios respecto a la época de realización de los monumentos ni dice con exactitud qué podemos considerar un monumento histórico. Esto último es abordado por la misma ley, pero en su Artículo 36 –inciso I– limita la categoría de monumentos históricos únicamente a aquellos que se construyeron entre los siglos XVI y XIX.
Frente a esta incertidumbre, Gabriela Lee Alardín afirma –en un artículo donde aborda la cuestión– que la conciencia sobre la necesidad de conservar el patrimonio del siglo XX es muy reciente. Llegó con la creación de la organización Docomomo (Documentation and Conservation of buildings, sites and neighbourhoods of the Modern Movement) en Eindhoven, Países Bajos, que a su vez se inspira en el Icomos (International Council on Monuments and Sites). En nuestro caso hay requerimientos específicos: “La realización de un inventario es fundamental para la protección del patrimonio artístico de México, cuya responsabilidad recae en el Instituto Nacional de Bellas Artes”2.
En otras palabras, para “cuidar”, “proteger” y “custodiar” un edificio contemporáneo en Nuevo León, ya sea de valor artístico o histórico, es indispensable que aparezca en un inventario. Por tal motivo, el INAH de Nuevo León publicó en 1984 un Catálogo Nacional de Monumentos Históricos Inmuebles, cuya versión actualizada vio la luz en 2018. Respecto al mismo asunto, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (Conarte) presentó, en 2009, un breve recuento descriptivo que abarca varios municipios del estado, escrito por José Manuel Prieto.
Pero los inventarios anteriores, lejos de ser suficientes para resolver el asunto, generan nuevas interrogantes: ¿Quiénes son los encargados de realizar dichos inventarios y recuentos?, ¿qué organismos son responsables de llevar a cabo dicha tarea?, ¿las entidades de cultura, el INAH o Bellas Artes? La respuesta, sin importar el caso, siempre es la misma: falta presupuesto.
No obstante, la situación en la que se encuentra sometida la arquitectura contemporánea, sin posibilidad de salida, va más allá de la ausencia de recursos económicos y legales. Tan solo para realizar inventarios e inversión pública es preciso que exista información al respecto que genere una cultura alrededor de la preservación de monumentos públicos y, para ello, primero debe generarse una conciencia sobre la importancia que tiene cuidar y preservar un monumento artístico.
No se puede “amar” lo desconocido. Por consiguiente, el paso inicial tendría que ocurrir en las escuelas de arquitectura, las cuales tendrían que dirigir una mayor atención a la historia de la arquitectura nacional y regional. Luego de adquirir conocimiento de causa, seguiría la formación de criterios de selección, para señalar y justificar el valor de los inmuebles, con base en criterios de carácter histórico o artístico. Para dicha tarea, puede solicitarse el apoyo de historiadores del arte. Así pues, sería posible emprender un inventario de monumentos.
Arquitectura del presente, historia del mañana
Como bien sabemos, en las “megalópolis” –concepto que acuñó Jean Gottmann en 1961, en una obra titulada de forma homónima– a menudo se construyen viviendas en zonas periféricas, donde se prioriza la funcionalidad sobre la proyección artística. Esta dirección se limita, con suerte, a escuelas, plazas comerciales, edificios de oficinas, iglesias, hospitales, centros de espectáculo y, aunque en menor medida, a construcciones habitacionales. Este panorama hace obligatoria la formulación de otra pregunta: ¿es necesario –o cuando menos conveniente– proteger edificaciones que son recientes o de corta antigüedad?
Para reflexionar sobre la importancia de cuidar la arquitectura contemporánea, las palabras de Ernesto Velasco de León son más que ilustrativas, pues describen el papel que estas construcciones juegan en nuestra vida: “Hemos dicho que la arquitectura es producto exclusivo del hombre y para el hombre mismo. En esto reside su razón de existir y en ello se dan su excelencia y bondades. Por lo mismo, la arquitectura se convierte en portadora de significados, en la gran narradora de la historia”3.
Si partimos de esta premisa y nos preguntamos por qué nos atraen las ciudades que hoy llamamos coloniales, es posible intuir que se debe a su antigüedad centenaria, al hecho mismo de que no nacieron en nuestro tiempo. Al transitar por estas ciudades, somos conducidos a épocas históricas que vemos con un aire romántico. Sus calles y edificios evocan un pasado idílico que nunca vivimos y percibimos de una forma prácticamente novelada. Sin embargo, todas las construcciones de siglos anteriores que admiramos también fueron contemporáneas alguna vez.
La arquitectura es portadora de significados y estos pueden ser hallados por los observadores de manera lógica e inmediata en sus funciones. Es fácil identificar la semántica de las ciudades en sus comercios, iglesias y oficinas.
En Monterrey aconteció un caso muy particular, solo comparable con otro que sucedió en Guadalajara: la construcción de la Macroplaza, entre 1981 y 1984. Una interminable odisea de dimes y diretes se tejió en torno a la destrucción de más de 300 mil metros cuadrados de inmuebles de épocas diversas, pero sobre todo del siglo XIX. Polémica que no sorprendió a nadie. El periodo mencionado vio la desaparición de 31 manzanas en un sitio donde solía haber edificaciones de alto valor histórico –más que arquitectónico o artístico–; al Cine Elizondo, recinto que solía ser un ícono del espectáculo en la Ciudad, lo demolieron. A poco se quedó la capilla de Los Dulces Nombres de sufrir el mismo destino, pero una salvación milagrosa permitió que sorteara la tragedia. A pesar de la gran pérdida que representó el patrimonio y las críticas negativas, la Gran Plaza –magna obra de los arquitectos Eduardo Terrazas y Óscar Bulnes4– se convirtió en un símbolo de orgullo y ejemplo de transformación urbana.

Al mismo tiempo, este proyecto simbolizó, con un tono grandilocuente, el poder político del entonces gobernador de Nuevo León Alfonso Martínez Domínguez para conseguir recursos y emprender su faraónico proyecto en medio de la crisis económica que vivió el país entre los últimos años del sexenio de José López Portillo y el de Miguel de la Madrid.
Esta transfiguración urbana en la capital industrial y financiera de México trajo la oportunidad de llevar a cabo una renovación del antiguo Centro de Monterrey. Entre los edificios destinados a la administración pública destacó el de Infonavit, y de los recintos dirigidos al espectáculo, el Teatro de la Ciudad fue el más emblemático. El diseño de ambos estuvo a cargo de Óscar Bulnes. Asimismo, durante este periodo se levantó la Biblioteca Central del Estado –obra de Alfonso Amador–, que cuenta con anexos a varias oficinas gubernamentales.
El pasado 7 de diciembre de 2024 se cumplieron 40 años de la inauguración de la Macroplaza: “Y aunque la obra borró sitios emblemáticos y manzanas enteras de casas, detonó una nueva era para la Ciudad, luciendo un moderno sello arquitectónico. Pese a la falta de mantenimiento en diversas áreas, la Gran Plaza es, desde entonces, un ícono regio”5. Desde la consumación del proyecto urbano, Monterrey ahora goza de inmuebles dignos de ser conservados y que ya forman parte del patrimonio arquitectónico contemporáneo de la Ciudad, que incluye el Paseo Santa Lucía –cuyo arranque sucedió en noviembre de 1994– y la inauguración del Museo de Historia Mexicana, la última creación de Óscar Bulnes y Augusto Álvarez.
¿Qué hacer al respecto?
Sobre la necesidad de conservación y salvaguarda del patrimonio arquitectónico moderno y contemporáneo, ha de aplaudirse la entusiasta investigación de los arquitectos Juan Manuel Casas García, Rosana Covarrubias Mijares y Edna Mayela Peza Ramírez, quienes –a finales del siglo pasado e inicios del actual– iniciaron la búsqueda de edificaciones del siglo XX, entre los años 1920 y 1960, para catalogarlas y así coadyuvar a la conservación de dicho patrimonio. El resultado de su compromiso culminó con la publicación del libro Concreto y efímero. Catálogo de la arquitectura civil de Monterrey 1920-1960, publicado en 2012, cuya introducción relata el acercamiento a los inmuebles que, por alguna razón, llamaron su atención mientras deambulaban por el centro y otras colonias de la Ciudad:
Buscábamos respuestas a preguntas que sin lugar a dudas ya muchos otros se han hecho cuando les sale al paso, inesperadamente en algunas de esas calles, un edificio peculiar que llama la atención aunque no sea de gran escala ni esté inmaculado. Sus formas atípicas, sus adornos inusuales, su descuido, su abandono, su inconsistencia con la moda actual –cuando no su franca vejez–, sus detalles distintivos o, al final, ese algo que no se puede describir con palabras, pero que provoca una sensación diferente, todo eso y más estimuló nuestra inquietud, que se tradujo en preguntas tan simples como: ¿qué era esto antes?, ¿cuándo lo hicieron?, ¿quién lo hizo?, ¿qué sucedía ahí?, ¿por qué está así ahora?, entre muchas otras dudas5.
Estas palabras son toda una disertación en la toma de conciencia sobre la necesidad de conservación del patrimonio arquitectónico actual, cuyo corte fue delimitado por los arquitectos mencionados hasta 1960, pero que debería de retomarse en la actualidad. En especial porque Monterrey es una ciudad que no goza de patrimonio arquitectónico virreinal ni cuenta con grandes características arquitectónicas del siglo XIX, salvo por unas cuantas excepciones.
Por otro lado, las instituciones educativas deberían contribuir al estudio, reconocimiento y preservación de la memoria arquitectónica. En Nuevo León hay tres grandes instituciones con escuelas de arquitectura de larga trayectoria: la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), el Instituto de Estudios Tecnológicos y Superiores de Monterrey (ITESM) y la Universidad de Monterrey (UDEM). En esta última, la Licenciatura en Arquitectura es la segunda carrera con mayor número de alumnos. A falta de organización por parte de la esfera gubernamental, los maestros y alumnos podríamos asumir un rol más activo.
A modo de reflexión acerca del requerimiento del cuidado del patrimonio arquitectónico contemporáneo en nuestra urbe industrial, financiera, educativa y cultural –Monterrey y su área metropolitana– podrían aplicarse los tres grandes principios de Marco Vitrubio Polión: la venustas, que se refiere a la belleza de un edificio; la firmitas, que indica la firmeza y la estructura de la construcción; y, finalmente, la utilitas, la función de utilidad del inmueble. El equilibrio de estas tres variables permite la trascendencia de una construcción, como sucede con los tres ejemplos antes mencionados.
José Manuel Prieto propone lo siguiente, en el tercer capítulo –“Resistencias socioculturales al patrimonio moderno”– de su libro Patrimonio moderno y cultura arquitectónica en Monterrey: claves de un desencuentro: “En cuanto a las particularidades locales, Monterrey genera a menudo la sensación de ser una ciudad productora de modernidad, pero insensible a ella o incapaz de valorar esa producción en términos de patrimonio cultural”6.
El caso del rescate de la Maderería La Victoria, con el fin de convertirla en La Casa del Libro, tiene la oportunidad de marcar un paradigma nuevo, donde se presente la importancia del cuidado y la conservación de la herencia arquitectónica de la Ciudad. Se ubica en Calzada Madero No. 1518 Poniente. Se trata de un proyecto que estuvo a cargo del arquitecto Luis Fernando Flores García. Por lo general, este edificio se asocia con la categoría estilística del Art Decó. En realidad, La Victoria exhibe un predominio estilístico propio del movimiento moderno, acompañado –en segundo plano– por elementos del Streamline, una variante del Art Decó.
Rodrigo Ledesma Gómez
Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Valladolid, España; miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor Titular Investigador del Departamento de Humanidades de la Universidad de Monterrey.
Daniela Ríos González
Licenciada en Sociología por la Universidad de Monterrey.
REFERENCIAS
1 Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión. (2018). Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos. https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/131_160218.pdf
2 Lee Alardín, G. (2008). Apuntes sobre la conservación y restauración del patrimonio en México. Revista CPC, Sao Paulo, n. 6, maio/out (19).
3 Velasco León, E. (1990). Cómo acercarse a la arquitectura. México: CONACULTA, Gobierno del Estado de Querétaro, Limusa, (57).
4 Martínez, O. E. (2008). “Ciudad de cuatro siglos", un motivo para reflexionar. Reencuentro urbano y una nueva identidad” en: La Enciclopedia de Monterrey. Tomo II. Monterrey: Milenio, Multimedios, (p. 299).
5 Casas, J.; Covarrubias, R.; Peza, E. (2012). Concreto y efímero. Catálogo de arquitectura civil de Monterrey 1920-1960. Monterrey, N.L.: CONARTE, (15).
6 Prieto, J. M. (2014). Patrimonio moderno y cultura arquitectónica en Monterrey: claves de un desencuentro. Monterrey, N.L.; Fondo Editorial de Nuevo León, (121).