Por: Pedro Antonio Valdés Sada
Profesor Investigador Departamento de Física y Matemáticas PhD en Astronomía
El 21 de julio de 1969, el astronauta estadounidense Neil A. Armstrong pisó por primera vez la superficie de nuestra Luna. Sus primeras palabras quedaron plasmadas en la historia: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Millones de personas en la Tierra fueron testigos de esa aventura a través de las transmisiones en vivo de televisión. Casi todos los que tenemos conciencia del evento recordamos el lugar donde lo vimos y lo que estábamos haciendo en ese momento. Fue un parteaguas en la historia de la humanidad, iniciando una nueva era en nuestro planeta, donde una especie logra liberarse de las cadenas gravitacionales de su mundo natal para comenzar a explorar espacios extraterritoriales.
Armstrong fue acompañado en su breve paseo por la superficie lunar por Edwin “Buzz” Aldrin. Ambos fueron apoyados por Michael Collins desde el módulo de comando orbitando la Luna, y decenas de miles de técnicos, ingenieros, científicos, contratistas y administradores de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos (NASA, por sus siglas en inglés). Los astronautas regresaron a salvo a la Tierra tres días después, y a ellos les siguieron otras seis misiones similarmente tripuladas y preparadas para explorar y estudiar la superficie lunar. De estas, solamente el Apolo 13 no pudo completar la misión por una falla explosiva en el módulo de apoyo para la nave espacial. En total 12 hombres, todos norteamericanos, dejaron las huellas de sus botas en el suelo lunar. La última misión, el Apolo 17, dejó la superficie lunar en diciembre de 1972. Desde entonces nadie ha vuelto a explorar nuestro satélite natural. Es más, ningún humano ha salido de la órbita de la Tierra. ¿Por qué?
Simplemente porque la “carrera espacial” había concluido con los alunizajes de Estados Unidos. En las décadas de los 50 y 60, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Unión Soviética competían ferozmente en el escenario internacional por demostrar que sus respectivas filosofías políticas y económicas (simplísticamente denominadas como “capitalismo” y “comunismo”) eran las más eficientes y las que perdurarían globalmente. Ambas naciones poseían armamentos nucleares suficientes para asegurarse de una mutua eliminación en caso de estallar un conflicto bélico directo entre ellas. En un intento de evitar esto, ambas superpotencias se enfrascaban en conflictos subsidiarios a través de terceros (como las guerras de Corea y Vietnam) en la llamada Guerra Fría, que fue un período prolongado de tensión global promovido por ambos bandos. La “carrera espacial” fue simplemente una extensión natural de esta Guerra Fría. Las ventajas tecnológicas requeridas para rápidamente lograr metas en el espacio eran consideradas como necesidades de seguridad nacional, junto con el simbolismo y la ideología de esos tiempos.
Al parecer nos aproximamos a una segunda etapa de exploración lunar donde la tecnología (robótica, inteligencia artificial, etc.) nos permitirá superar los retos y las dificultades que notamos en el camino ya recorrido hace 50 años.
La competencia surgió del avance tecnológico en el diseño y construcción de los misiles balísticos intercontinentales, desarrollados en la carrera armamentista posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos fueron los primeros en dar un paso importante para controlar el acceso al espacio al lograr orbitar el primer satélite artificial, el Sputnik 1, alrededor de la Tierra en 1957, Año Internacional de la Geofísica. Estados Unidos respondió con la fundación de la NASA y la organización de un programa agresivo de desarrollo tecnológico. Pero, antes de que los norteamericanos tuvieran tiempo de reaccionar, en 1961 los soviéticos lanzaron el primer hombre al espacio, Yuri Gagarin, para orbitar la Tierra. Ellos también lanzaron la primera mujer, Valentina Tereshkova, en 1963.
Inicialmente los soviéticos tuvieron la ventaja tecnológica en la carrera espacial, pero los estadounidenses pronto la superaron gracias a que decidieron dedicar el cuatro por ciento de su presupuesto nacional a esta singular meta. Previamente, la Unión Soviética tuvo que invertir recursos en restaurar su base agrícola e industrial después de la invasión Nazi de la Segunda Guerra Mundial, mientras que los Estados Unidos gozaban de una nación casi intacta, en términos de infraestructura, y lista para cualquier desafío.
Es interesante el reconocer que las decisiones para asignar presupuesto y recursos por parte de los Estados Unidos para lograr la meta de llegar a la Luna primero fueron tomadas por motivaciones principalmente de carácter político, y no por razones de curiosidad científica. Y esta es la razón por la cual no se planeó un seguimiento adecuado a las misiones Apolo, y continuar la exploración de la Luna. Las planeadas misiones Apolo 18 y 19 fueron canceladas después del incidente del Apolo 13 para reducir costos. Dos misiones de las estaciones espaciales Skylab fueron igualmente canceladas, y dos majestuosos cohetes Saturno V terminaron en desuso y fueron puestos en exhibición en museos.
La carrera espacial terminó con la Unión Soviética abandonando todo esfuerzo para duplicar la hazaña norteamericana. Esto también debido a la desorganización del programa para colocar un cosmonauta en la Luna después de la muerte de Sergei Korolev, el principal impulsor de la exploración espacial soviética, y una serie de explosiones de cohetes y fallas técnicas.
Es de notar que en esos tiempos los soviéticos, y todo el mundo para este caso, pudieron monitorear las transmisiones y rastrear el trayecto de las naves espaciales en su camino a la Luna, y comprobar que en verdad la hazaña en efecto tuvo lugar. Me extraña que ante tal concesión en la carrera espacial por parte de los soviéticos, principales rivales, en la actualidad existan personas que todavía nieguen el hecho de la llegada del hombre a la Luna.
La exploración lunar se redujo considerablemente después del Apolo 17 en 1972, restringiéndose a una serie limitada de orbitadores robóticos y naves para traer muestras del regolito lunar; todos remanentes de los programas de exploración lunar norteamericanos y soviéticos. El punto más bajo en la exploración de la Luna sucedió entre 1977 y 1990, cuando simplemente no existieron misiones con el propósito de estudiar nuestro satélite natural. La Luna fue abandonada temporalmente para dar prioridad a misiones no tripuladas que exploraban otros planetas del Sistema Solar. En la década de 1990, otras naciones como Japón comenzaron a desarrollar tecnología espacial y pusieron sus miras en la Luna. Para la primera década del Siglo XXI, la Agencia Espacial Europea, India y China retomaron el reto de probar sus capacidades tecnológicas de exploración espacial con vuelos no tripulados a la Luna, comenzando un resurgimiento en el interés por nuestro satélite natural.
En este “renacimiento lunar” destacamos los esfuerzos de la Administración Nacional del Espacio de China (CNSA) con el proyecto Chang’e (diosa china de la Luna) que actualmente (2019) opera un robot móvil en el lado oculto de la Luna. Esta misión, Chang’e-4, es el primer alunizaje exitoso en esa región de nuestro satélite natural después de haber colocado exitosamente otra nave espacial en la superficie lunar. También reconocemos el esfuerzo de la compañía privada israelita SpaceIL, que este mismo año casi logra aterrizar en la Luna la primera nave espacial que no fue patrocinada por ningún gobierno, sino solamente por inversiones privadas: Beresheet (Génesis). Infortunadamente, a último minuto, la nave falló y se estrelló en el Mar de la Serenidad.
Estamos al comienzo de un renacimiento de la exploración lunar similar a lo ocurrido con la exploración de la Antártida en la Tierra. A principios del Siglo XX existió una carrera para ser el primero en llegar al Polo Sur. Después de que Amundsen y Scott lo lograran en 1911-12, nadie regresó al Polo Sur hasta 1956, y tiempo después se comenzaron a construir las bases científicas en la Antártida una vez que ya existía la capacidad tecnológica (vehículos motorizados, radio, transportación aérea) para hacerlo. Al parecer nos acercamos a una segunda etapa de exploración lunar donde la tecnología (robótica, inteligencia artificial, etc.) nos permitirá superar los retos y las dificultades que notamos en el camino ya recorrido hace 50 años.
¿Qué forma tomará esta nueva exploración lunar? Los planes aún son algo imprecisos y cambiantes, mientras que las motivaciones son algo distintas a las de hace 50 años. Sigue existiendo algo de competencia y orgullo nacional. No dudo que los norteamericanos se sientan un poco alarmados por las intenciones de los chinos de eventualmente colocar taikonautas (astronautas chinos) en la Luna, y quieran repetir su hazaña original antes de que los asiáticos lo logren por primera vez. Pero también existe ahora un mucho mayor sentido de cooperación internacional para lograr esta meta. Mucha de esta colaboración tuvo su origen en los trabajos realizados para diseñar, construir, lanzar, ensamblar y operar la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) actualmente en servicio. También ahora es costumbre que las naves espaciales no tripuladas que exploran otros planetas sean construidas con contribuciones multinacionales.
Una de las misiones planeadas, principalmente por los Estados Unidos, es la Plataforma Orbital Lunar Gateway. Esta misión consiste en establecer una pequeña estación orbital tripulada alrededor de la Luna, que funcionaría como una base para futuras exploraciones de la superficie lunar, robóticas y/o tripuladas, y futuros viajes a Marte. Desde la misma estación se podrían operar directamente robots que explorarían la superficie lunar buscando agua o algún otro recurso mineral, que ensamblaran radiotelescopios, o que fabricaran bases para una futura colonización humana, por ejemplo.
Recientemente, esta idea de regresar humanos a la superficie lunar ha tomado otro nombre: Misión Artemisa. En este programa, la NASA quiere comprometerse con la iniciativa privada y con otras entidades internacionales como la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), para lograr alunizar a “la primera mujer y el siguiente hombre” en el polo sur lunar para 2024. Hay que recordar que Artemisa fue la hermana de Apolo en la mitología romana. Este sería un primer paso para mantener una presencia sostenible en la superficie lunar y construiría los cimientos para que compañías privadas construyeran una economía en torno a esta, aunque no queda claro qué tipo de economía lunar en particular pueda ser lucrativa para la industria. Inicialmente, tal vez el turismo espacial pueda ser rentable. (Si gustan ampliar en esta idea, recomiendo la novela Artemis, de Andy Weir, publicada en 2017). Para lograr esta ambiciosa meta se plantea utilizar tecnología ya existente, como la nueva cápsula Orión y los cohetes de lanzamiento privados con el propósito de acelerar la construcción de la Plataforma Orbital Lunar Gateway y comenzar a desarrollar las naves de descenso lunar necesarias. A fin de lograr estos objetivos, la NASA ha requerido de un aumento adicional y sustancial de mil 600 millones de dólares al presupuesto para 2020, que el Congreso Estadounidense aún no aprueba.
El futuro de la exploración lunar sustentable parece comenzar a tomar forma una vez más, después de 50 años de la primera visita humana a la Luna, gracias a las modernas y sofisticadas tecnologías disponibles y a los recientes participantes internacionales en esta nueva era de “cooperación espacial”. ¿Con qué podría colaborar México para este fin?
Esa es otra historia...
Fotografías: NASA