Por: Bertrand Lobjois
Las diferentes formas de democracia que cohabitan actualmente con complicaciones alrededor del mundo son proyectos políticos definidos desde un punto de vista occidental. A lo largo del tiempo, historiadores han observado cómo las órdenes religiosas evangelizadoras o los invasores europeos llegaron al Nuevo Mundo, y ha resultado muy complicado comprender y posteriormente explicar la complejidad de las organizaciones sociales entre los grupos indígenas a lo largo y ancho del continente americano. Los mismos esfuerzos por comprender y explicar los hacen a través de categorías europeas, las cuales resultan impropias tanto en términos epistemológicos como éticos. Por lo tanto, ¿qué tan pertinente fue hablar de la “República de Tlaxcala”, como la nombran diferentes fuentes coloniales?, ¿quiénes tenían voz y voto al momento de regir la vida de comunidades sencillas o de amplios territorios ocupados?, ¿se repartía el poder?, ¿de qué manera?
Para entender las diferentes formas de organización en el México prehispánico, tan vasto geográfica e históricamente como complejo en el ámbito cultural, resulta imprescindible el estudio de las evidencias materiales brindadas por la Arqueología. De la misma manera, es fundamental apoyarnos en el pensamiento de los propios grupos indígenas y atender la información etnohistórica con mucha cautela, ya que los cronistas de ascendencia autóctona de los siglos XVI y XVII ya estaban profundamente aculturados: defendían intereses jurídicos y económicos, a veces contradictorios, pero a menudo propios.
Por las diferentes formas de gobierno y ejercicios de poder que se implementan hoy en día, sería inoportuno considerar que los sistemas prehispánicos de gobierno fuesen idénticos en todo el territorio o que resultaron el último producto de una evolución lineal[1].
Un gobierno compartido en Teotihuacán
En su auge, entre el año 200 y 650, Teotihuacán fue uno de los centros políticos más grandes del mundo. Su traza urbana fue única en el continente con una superficie aproximativa de más de 20 kilómetros cuadrados y una población estimada entre 40 y 200 mil habitantes[2]. Se organizó en torno a dos ejes: el norte-sur, llamado en la actualidad miccaotli, o Camino de los muertos, y el segundo este-oeste. De cada lado del primer eje se edificaron construcciones públicas y administrativas. Cientos de conjuntos habitacionales servían de alojamientos para diferentes familias que practicaban oficios tan diversos como la producción de objetos de barro, de obsidiana y de lapidaria. Además, el carácter multicultural de Teotihuacán se manifiesta por medio de diferentes índices pictóricos y restos humanos, los cuales han demostrado la presencia de grupos oriundos de Oaxaca, de la costa del Golfo, de Michoacán, del actual Petén guatemalteco, así como de personajes teotihuacanos en la zona maya[3].
Otro aspecto importante es que la iconografía teotihuacana, a pesar de su diversidad y su amplitud cronológica, no dejó ningún retrato de personajes identificables. Tampoco se tienen registros dinásticos como en la zona maya, ni se han encontrado tumbas de dignatarios o posibles gobernantes, a diferencia de los numerosos retratos anónimos de autoridades sacerdotales. Por lo tanto, la pregunta en torno al sistema de gobierno en Teotihuacán sigue sin una respuesta definitiva. Para la arqueóloga mexicana Linda Manzanilla, la multiculturalidad y la ausencia de identidades y de registros epigráficos claros podrían ser la evidencia de un cogobierno de cuatro cabezas, como lo insinúa la vasija de Las Colinas, actualmente conservada en el Museo Nacional de Antropología[4].
Los ajawo’ob mayas y la verticalidad del poder
Palenque-Lakam'ha, "El lugar de las Grandes Aguas" –sitio referente de la cultura maya– se edificó y ocupó entre el 100 a.C. y el 850 d.C., de acuerdo con los registros epigráficos. Lakam'ha fue gobernada por un único linaje, cuyo representante más antiguo fue el k'uhul ajaw, o rey "divino". El epigrafista Nikolai Grube explica que el carácter de los ajawo'ob o reyes les permitió gozar de una relación exclusiva con las divinidades y fuerzas del anecúmeno, lo cual también ayudó a legitimar decisiones y acciones en materia de movilización de fuerza de trabajo, de recaudación tributaria, de control de bienes de todo tipo, de alianzas mediante matrimonios, de impartición de justicia[5] o en temas militares[6]. Grube destaca también el poco aparato administrativo que caracterizó a las sociedades mayas. Las evidencias arqueológicas tienden a una visión sumamente vertical del poder. El trono y el título se heredaba por descendencia patrilineal, es decir, por el padre.
Sin embargo, la corte que rodeaba el ajaw lo preparaba y ayudaba en asumir temporalmente el cargo. No faltaban adaptaciones conforme a las circunstancias. Un buen ejemplo son los acontecimientos de K'inich Janahb' Pakal II: asediado por el reino Kan y cuestionado por una escisión dinástica, el joven de 12 años de edad fue puesto sobre el trono por sus padres Sak K'uk y K'an Mo' Hix; los cuales mantuvieron el poder hasta que él tuviera la madurez y la experiencia para convertirse en ajaw de facto. En plena lucha contra el reino de Kan, su propio abuelo y su tío abuelo encabezaron un gobierno dual[7].
La diarquía como forma de gobierno
México-Tenochtitlán es, probablemente, el caso mejor documentado y el más estudiado entre las culturas prehispánicas. La elección del huey tlahtoani, así como la de sus cuatro consejeros más cercanos, se decidía, a más tardar, cuatro días después del fallecimiento del tlahtoani anterior. La elección recaía sobre un conjunto limitado de los otros "grandes oradores" de la Excan tlahtoloyan o la Triple Alianza: los nobles de alto linaje, sacerdotes, mandos militares, altos funcionarios y ancianos[8]. No había una votación tal cual, sino intensas negociaciones entre los integrantes de este consejo para escoger al mejor preparado entre los varones pertenecientes al linaje del tlahtoani difunto. Así, los tres hijos de Moctezuma I: Axayácatl, Tízoc y Ahuízotl se convirtieron en huey tlahtoani sin que importara el orden de nacimiento. Todo parece indicar que un modo parecido de elección estaba también en vigor entre los p'urhépecha para designar a su cazonci. Esta forma de gobierno pudo haber sido heredada de Tula Xicocotitlán, Hidalgo.
Para el historiador de las religiones Michel Graulich[9], el sistema de gobierno mexica-tenochca presentó la particularidad del dualismo propio del pensamiento mesoamericano, el cual se observa desde el periodo Clásico en contextos centroveracruzanos[10] y después, durante el Epiclásico, en las pinturas murales de Cacaxtla.
Esta diarquía se caracterizó por una serie de aspectos opuestos y complementarios, como el día y la noche; lo masculino y lo femenino; lo seco y lo húmedo. El sistema de gobierno tenochca reprodujo esta concepción ambivalente y complementaria del cosmos. De manera opuesta y complementaria, otra figura reportada y representada en diferentes fuentes coloniales era el cihuacóatl, "mujer-serpiente", la cual acumula los rasgos terrestres, femeninos y húmedos.
Sin embargo, los testimonios arrojan poca información sobre las prerrogativas de esta contraparte al tlahtoani. Gracias a Fray Diego Durán, un erudito doménico, autor de la Historia de las Indias y de la Tierra Firme, sabemos el papel decisivo que tuvo Tlacaelel, hermano y cihuacoatl de Motecuhzoma Ilhuicamina y de Axayacatl, en la conformación de la Triple Alianza contra Azcapotzalco y en la reescritura de la historia de Tenochtitán[11]. Graulich estima que el papel del cihuacoatl estaba relacionado con los asuntos internos de la capital tenochca, mientras el tlahtoani se dedicaba a la política exterior y a la guerra[12].
Huey tlahtoani no se trataba de un dirigente divino, sino de una persona sagrada, una encarnación de las divinidades. El tlahtoani es la imagen del sol y su reino era visto como el recorrido del astro diurno en el cielo. Además, sumaba aspectos masculinos, diurnos, secos.
Juego de icpalli (juego de tronos)
En grupos humanos sumamente jerarquizados, el poder suele ser el objeto de múltiples complots, intrigas, y tradiciones. Las culturas prehispánicas no fueron la excepción. La lucha mítica entre Tezcatlipoca y Quetzalcóatl para reinar sobre la ciudad idealizada de Tollan es un arquetipo de estas artimañas. El teotl Tezcatlipoca, Espejo Humeante, bajo el aspecto engañoso de un joven apuesto, ocupó in petlatl, in icpalli, "la estera, el trono", al impulsar al viejo rey-sacerdote Quetzalcoatl a cometer pecados imperdonables[13]. Pero como se afirmó anteriormente, el cambio de gobernante solo reflejaba un cambio de sol, de era[14].
El ejercicio del poder en Mesoamérica demostró ser muy versátil y complejo. Como bien lo indica Pastrana[15], el mito también tiene un valor moral y edificante. Por más absoluto que sea un dirigente, no deja de ser una figura que debe predicar con el ejemplo. El caso de Tizoc, séptimo tlahtoani de México-Tenochtitlán, refleja la relevancia en torno a la rendición de cuentas. Su reino duró sólo cinco años por su incapacidad de someter nuevos territorios y de reprimir rebeliones. Según Durán[16], Tizoc murió envenenado por gente de su propia corte para ser sustituido por su hermano, Ahuízotl.
La variedad de gobiernos demuestra que quienes gobiernan lo hacen porque se puede legitimar un antepasado, un linaje que puede remitir directamente a una divinidad. No obstante, en esta conclusión parcial quedan pendientes varias incógnitas: ¿cómo las culturas del Occidente de México (Tumbas de tiro, Chupícuaro) estaban regidas?, ¿qué pasaba en grupos semi-sedentarizados?, ¿prevalecían otras organizaciones y formas de toma de decisión?
Una democracia a medias
Está claramente documentado –por ejemplo, en la Crónica mexicana (1598) y la Crónica mexicayotl (1609)– que los españoles mantuvieron, durante varias décadas y por razones tributarias, títulos y privilegios para los descendientes de los gobernantes autóctonos, tanto en el centro del país con los tlahtoque como en la región maya con los caciques. Hernando Alvarado Tezozómoc –autor, por cierto, de los libros antes mencionados– era nieto de Motecuhzoma II, y su padre, Diego de Alvarado Huanitzin, fue tlatoani de Ecatepec entre 1520 y 1538.
Los europeos mantuvieron durante un tiempo el sistema de cargos para acoplar el derecho local con la ley real de España. La Crónica mexicayotl describe los diferentes linajes nobles de la antigua Tenochtitlán con un objetivo principal: demostrar los derechos y méritos de sus descendientes cuando empezaban a ser expoliados de sus cargos y beneficios.
Con el paso del tiempo, los grupos indígenas fueron sometidos a un gobierno centralizado y asimilador. Los acuerdos de San Andrés firmados en 1994 y la revisión de la Constitución mexicana en 2007 fueron pasos decisivos para reconocer una forma de organización política basada en usos y costumbres. En teoría, las propias comunidades eligen a sus representantes para conformar asambleas comunitarias a través de diferentes sistemas de elección –mano alzada, pizarrón, aclamación, pelotón–. Lamentablemente, la aplicación de la Constitución deja mucho que desear y nos llama a reconsiderar nuestro propio modelo de democracia universalista.
Benjamín Maldonado Alvarado, profesor de la UNAM, nos refiere a la reforma que se hizo al código electoral del estado de Oaxaca en 1995, sin dudas el más diverso en términos lingüísticos y culturales de todo el país. Para los comicios llevados a cabo el mismo año, 410 municipios de los 543 que conforman el estado de Oaxaca decidieron regirse por usos y costumbres, es decir “sin partidos políticos, en asamblea, en día de fiesta y generalmente de acuerdo con los méritos obtenidos durante años en servicios anteriores gratuitos en el sistema de cargos y religiosos”[17].
Dicha reforma electoral local fue consolidada por la Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas de Oaxaca de 1998, la cual reconoce otros derechos, pero que todavía presenta limitaciones como la obligación de usar urnas para las elecciones de índole estatal o federal, lo cual provoca una abstención masiva.
Además, esta legislación no se ha impulsado en otros estados. Varias comunidades indígenas en Guerrero, Michoacán o Chiapas han preferido recurrir a la fuerza para establecer su autonomía de gobierno, aun cuando no esté reconocida por los gobiernos estatales o federales.
En grupos humanos sumamente jerarquizados, el poder suele ser el objeto de múltiples complots, intrigas, y tradiciones. Las culturas prehispánicas no fueron la excepción.
A fin de cuentas, México ha sido y es una tierra de notables y variadas formas de gobierno, de ejercicio y de repartición del poder, debido a una gran diversidad cultural y lingüística. Hasta hoy, las diferentes fuerzas políticas que han gobernado el país siguen teniendo una visión paternalista, etnocéntrica y falsamente protectora de los pueblos indígenas y afrodescendientes. La democracia representativa que se construye en México desde el 2000, la aparición de instituciones autónomas como el IFE, luego el INE, o el INAI han sido pautas interesantes en la construcción democrática, aunque requieren de muchas mejoras necesarias, en particular en cuanto a la consideración de los pueblos originarios en las administraciones estatales y federales.
En fechas recientes, el Ejecutivo Federal ha contemplado la fusión de varias dependencias relacionadas con los pueblos originarios de México: al Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) que no depende de ninguna secretaría federal, se agregaría la Dirección General de Educación Indígena, Intercultural y Bilingüe, integrada a la SEP, así como el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, integrado a la Secretaría de cultura. Dicha propuesta no ha sido considerada en un diálogo con los pueblos originarios y afrodescendientes.
Los pueblos originarios tienen cada vez más hombres y mujeres preparados que deben ocupar puestos federales. El gobierno del presidente López Obrador ha perdido una ocasión histórica de incluirlos en su gobierno. Urge la creación de una Secretaría Federal para los Pueblos Originarios en México, cuyo o cuya titular sea siempre elegido entre y por los pueblos originarios y afrodescendientes. Así se podrían conciliar dos visiones de la democracia y se lograría el carácter multicultural de este país.
Bertrand Lobjois
Licenciado y maestro en Letras Clásicas, Université de Picardie Jules Verne, Amiens, Francia; candidato a doctor en Historia del arte y arqueología por la Université Paris 1-Sorbonne, Francia y de la Unidad Mixta de Investigación 8096 Arqueología de las Américas, CNRS, París, Francia; Profesor del Departamento de Humanidades de la UDEM.
REFERENCIAS
1 Daneels, A., & Gutiérrez, G. (2012). El poder compartido. Ensayos sobre la arqueología de organizaciones políticas segmentarias y oligárquicas. Publicaciones de la Casa Chata.
2 Manzanilla, L. (1998). El estado teotihuacano. Arqueología mexicana, VI(32), 22-31.
3 Matos, E. (2009). Teotihuacan. Fondo de Cultura Económica.
4 Manzanilla, L. (2012). Las casas de los nobles de los barrios de Teotihuacan: estructuras excluyentes en un entorno corporativo. En A. Daneels & G. Gutíerrez, El poder compartido. Ensayos sobre la arqueología de organizaciones políticas segmentarias y oligárquicas (313-332). Publicaciones de la Casa Chata.
5 Brokman, C. (2017). Multiculturalidad y diversidad en los sistemas jurídicos de Mesoamérica. Arqueología mexicana, XXIV(142), 29-35.
6 Grube, N. (2011). La figura del gobernante entre los mayas. Arqueología mexicana, XIX(110), 24-29.
7 Bernal, G. (2011). K'inich Janahb' Pakal II (Resplandeciente Escudo Ave-Jnahb') (603-683 d.C.). Arqueología mexicana, XIX(110), 40-45.
8 Berdan, F., & Smith, M. (2021). Everyday Life in the Aztec World. Cambridge University Press.
9 Graulich, M. (1998). La royauté sacrée chez les Aztèques. Estudios de cultura náhuatl, 28, 197-217.
10 Daneels, A. (2012). Palacios en el Centro de Veracruz: un posible caso de gobierno dual en el periodo clásico. En A. Daneels & G. Gutíerrez, El poder compartido. Ensayos sobre la arqueología de organizaciones políticas segmentarias y oligárquicas (263-284). Publicaciones de la Casa Chata.
11 Durán, D. (2002). Historia de las Indias e Islas de la tierra firme. Conaculta.
12 Graulich, M. (1998). El rey solar en Mesoamérica. Arqueología mexicana, VI(32). 14-20.
13 Pastrana, M. (2011). Tezcatlipoca contra Quetzalcóatl en la caída de Tula. Arqueología mexicana, XIX(112), 30-38.
14 Olivier, O. (1997). Moqueries et métamorphoses d'un dieu aztèque. Tezcatlipoca, le "Seigneur au miroir fumant". Institut d'Ethnologie.
15 Pastrana, M. (2011). Tezcatlipoca contra Quetzalcóatl en la caída de Tula. Arqueología Mexicana, XIX(112), 30-35.
16 Durán, D. (2002). Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra firme. Conaculta.
17 Maldonado, B. (2021). Los derechos indígenas entre afirmaciones y negaciones. Arqueología mexicana, XXVIII(171), 69-70.