Por: Jacobo Molina
En casi cualquier metrópoli existe una tendencia a la verticalización de la ciudad y el Área Metropolitana de Monterrey (AMM) no es la excepción.
Algunos especialistas ven en estos altos edificios el sello de una vida cosmopolita, de una ciudad que cada vez se parece a los paisajes urbanos de otras partes del mundo. Otros, por el contrario, consideran que siempre será distinguida por sus montañas, o bien señalan las consecuencias, positivas o negativas, de que las construcciones de altura se multipliquen.
Por un lado, el proceso económico que atienden y, por el otro, aquellos aspectos sociales que pueden verse alterados. Pese a que la mayoría de estos edificios se encuentran en la zona de Valle Oriente y el centro de Monterrey, ya es posible hallarlos en otros municipios.
Así que ante una alta densidad de población –que supera los cuatro millones y medio de habitantes– cabe preguntarse qué implicaciones tiene el incremento de la altura sobre la expansión del territorio.
Hace dos años, aproximadamente, se inauguró en el municipio de San Pedro Garza García, el edificio más alto del país. Se trata de la Torre KOI, con casi 280 metros de altura y más de 60 pisos. Sin embargo, será rebasada tan pronto como se inaugure la Torre Obispado, que contará con más de 300 metros de altura, lo que la convertirá en la más alta de Latinoamérica.
¿VIDA COSMOPOLITA?
Jorge Galván Salinas, arquitecto y especialista en paisajismo urbano, afirma que la tendencia por producir edificios altos guarda relación con el término de “ciudad genérica”, acuñado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas. Y precisamente Monterrey forma parte de la inclinación global de las ciudades a parecerse cada vez más entre sí.
Tanto edificios, como monumentos y calles, son experimentados en su conjunto por los habitantes del AMM, quienes presentan un comportamiento acelerado y disperso, tal como sucede en ciudades de dimensiones similares de Latinoamérica o Europa. Todo esto, son signos cosmopolitas, puntualiza el también docente de la Universidad de Monterrey (UDEM).
“Más que hablar de estilos, debemos hablar sobre la densidad, cantidad y presencia de esos edificios dentro del terreno de la ciudad. Podríamos decir que algunos edificios parecen anticuados, mientras que otros parecen muy modernos y vanguardistas, pero en conjunto, y sobre todo esta densificación en la que aparecen muchos edificios de altura dentro del paisaje, del landscape de la ciudad, hacen que pueda ser identificada como cosmopolita”.
El docente de la Escuela de Arte, Arquitectura y Diseño señala que es muy probable que el AMM se vuelva cada vez más densa y, con ello, aumente gradualmente su verticalidad, lo que puede ayudar a aprovecharla en términos económicos y de territorio.
“Por lo pronto tenemos al menos tres edificios de más de 50 pisos, o de alrededor de 50 pisos, dos de ellos sobre avenida Constitución y uno más sobre Valle Poniente. Seguramente esa tendencia va a continuar”, afirma.
En contraste, el historiador de arte Xavier Moyssén Lechuga opina que si bien existen similitudes entre los edificios que se construyen en Monterrey y otras metrópolis del mundo, no implica necesariamente que se trate de una ciudad genérica por dos razones: una negativa y otra positiva.
“La primera es que nos falta mucho para ser una ciudad genérica, que pudiera compararse a alguna otra. Nos falta, por ejemplo, transporte urbano. Lo peor que tiene la ciudad es el transporte urbano. En ese sentido, es muy mala como para tener esta característica de genérica. Y la positiva es que no creo que sea genérica: creo que siempre vamos a estar condicionados por las montañas, y eso nos distinguirá o nos protegerá de otro tipo de semejanzas”, indica.
Moyssén Lechuga agrega que los elementos que convierten a Monterrey en una ciudad propia, en cualquier caso, no son los que construye, sino los que le faltan por implementar.
¿CUAL ES EL FUTURO?
Armando Flores Salazar, arquitecto y catedrático de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), dice que la nueva modalidad de edificios mixtos podría estar respondiendo a un problema de inseguridad; sin embargo, añade que la altura de estos no necesariamente responde a una necesidad de la ciudad.
“Creo que esta verticalización es un asunto económico antes que arquitectónico, de mercado más que para resolver un requerimiento y una necesidad social”, señala.
Con la finalidad de dar un ejemplo sobre lo que ocurre con los edificios de usos mixtos y en general con edificios departamentales que gozan de cierta altura, habló del Semillero, ubicado en el área de la Purísima, en el centro de Monterrey.
A su consideración, se trata principalmente de una operación económica, disfrazada de una necesidad de aumentar la densidad poblacional, y que no atiende todas las necesidades que la arquitectura puede ofrecer.
“En un patio tú puedes vivir y recordar tu período de nómada; en la casa construida tú revives tu período de la cueva. Estas dos memorias, este cerebro viejo y este cerebro nuevo que sigue operando, tienen requerimientos, y la arquitectura se los puede dar a partir de un área verde propia, no pública, sino privada. Esas necesidades no están siendo atendidas. Regresamos a la parte comercial: la arquitectura es una aventura comercial y ahorita se pelea todo el mundo por comprar y vender”, expresa.
Sobre este punto, la catedrática de Sociología Urbana y doctora en arte, Adris Díaz Fernández, explica que los edificios de altura afectan la vida social en diversas maneras, ya que propician un estilo de vida individualista, la ruptura de la comunidad, al ser espacios donde se concentran personas que no siempre comparten historias y tradiciones, a diferencia de lo que ocurre en el barrio.
“Estos espacios tienden a ser fríos, donde rara vez conoces a tu vecino. Los espacios en común como restaurantes, comercios, bares y oficinas, no ayudan a crear un tejido social, entendiendo este término como la forma de socialización e interacción de todos los grupos que integran la sociedad, formada por signos identitarios, o sea por la comunidad”, recalca.
De no existir una planeación urbana adecuada, estas edificaciones de gran tamaño, por sus grandes requerimientos de electricidad, gas y otros servicios, terminan por afectar a los vecinos, despojando de sus terrenos a los “habitantes naturales” de la zona donde se ubican. Como ejemplo, la socióloga acusa a la inmobiliaria Be Grand, de la Ciudad de México, por construir sus obras en zonas altamente patrimoniales, llegando incluso a causar protestas para defender el campus central de la Ciudad Universitaria (CU).
“Esas grandes edificaciones ubicadas en Ciudad de México,
Monterrey, Guadalajara y otras ciudades, lo que hacen es romper con el entorno”.
La catedrática de la Escuela de Educación y Humanidades añade que el discurso de la inmobiliaria Be Grand, con el que destruyen áreas verdes y patrimonios, parte del ofrecimiento de una mejor calidad de vida: movilidad, cercanía, contribución al medio ambiente, seguridad y tecnología. Aclara que sí habla de necesidades reales, como lo afirmaron los arquitectos, a pesar de no realizar siempre la planeación correcta.
“Desde luego, todo esto se traduce en construcciones, que al ser ubicadas en lugares estratégicos como sucede aquí en Monterrey, los terrenos ganan en plusvalía y termi-
nan despojando a los habitantes naturales”.
¿IDENTIDAD PROPIA?
De acuerdo con Moyssén Lechuga, hasta ahora no ha existido una arquitectura regional que distinga a Nuevo León respecto a otros estados, así como tampoco ha habido una
arquitectura que pueda denominarse del noreste; tan solo puede hablarse de características populares relacionadas con la adaptación al medio ambiente.
“Por ejemplo: el aborregado; es decir, las fachadas que no están lisas, sino que tienen como piel de borrego. Esa característica es de la arquitectura norestense porque rompe con la luz, no permite que esta pegue directamente y eso ayuda a que las casas no se calienten tanto”, explica el curador.
Además, durante los años 70 y 80 hubo intentos de identificar una arquitectura del noreste que gente como Alejandro Padilla y Víctor Flores buscaron juntar. Estas construcciones estaban formadas por superficies muy planas y plantas octogonales para cuidarse de la luz; sin embargo, agrega el historiador de arte, no tuvieron resultado, ya que su austeridad tal vez causó desagrado en la gente.
Moyssén Lechuga destaca que, en gran medida, la corta historia del AMM es lo que no ha permitido el desarrollo de un paisaje urbano que distinga la ciudad, pues no gozó, a diferencia de otras ciudades en México, de un período colonial importante, y no fue sino hasta finales del siglo XIX que empieza a construirse la ciudad actual. Por ese motivo, lo más notable inicia con el estilo moderno, en el que pueden entrar edificios como el Palacio Federal o el Palacio de Gobierno, que guarda un parecido con el Palacio Municipal de Los Ángeles.
“Hay muchos logros importantes de arquitectura moderna. Está por ejemplo La Purísima, la primera iglesia de estilo moderno que se construye en México. En ese sentido, es un ícono. Y como esta encontramos varias cosas que son de la época moderna porque es la que nos corresponde, es nuestra época de identidad, de crecimiento: el modernismo”, expone el curador.
Pese a la gestación de un estilo durante el modernismo, Flores Salazar no aprecia del todo una arquitectura regiomontana, por lo menos en el período actual de verticalización. Considera que hace falta una lectura de las necesidades de Monterrey y del objeto arquitectónico en sí, más que de ensayos o tratados.
“Habría que comenzar a estudiar arquitectura, más que ser un profesionista especializado, hijo directo del Renacimiento pero desconectado de una lectura de su propia arquitectura. Estas generaciones de constructores de novedades, de modernistas, difícilmente pueden construir una arquitectura regiomontana porque carecen de lectura arquitectónica”, indica.
La construcción de nuevos edificios sin tomar en cuenta las condiciones sociales de la ciudad no es una acción nueva. Según el catedrático de la UANL, el surgimiento de
la colonia Del Valle es una muestra de la desconexión de algunos arquitectos con el AMM.
“Si leyéramos la historia de la colonia del Valle, la aventura de los hermanos Santos, te vas a dar cuenta de que era una aventura económica, no tenía la visión de una ciudad dormitorio, de una ciudad habitacional, de una ciudad familiar, para reforzar los valores familiares”, afirma.
Por su parte, Moyssén Lechuga opina que, si bien existen dentro del paisaje urbano esculturas interesantes como el Faro del Comercio o La Puerta de Santa Catarina, la mayoría de los intentos de hacer esculturas públicas han sido poco afortunados por la manera en que se han asignado, y agrega que las más características, como la Fuente de Neptuno de la Macroplaza o el Monumento al Trabajo, no reflejan la identidad regional ni se distinguen por su técnica.
Flores Salazar critica la temporalidad de las esculturas, incluso de las más destacadas, en su lugar de origen.
“El Faro del Comercio estaba diseñado para estar en el eje de Gonzalitos con la Cresta de la Loma. El rayo láser implicaba que iba a ir a las presidencias municipales de toda el área metropolitana. Iba ir a dar a García, a Escobedo, a Santiago. Y para lograrlo tenía que estar ahí, pero los que lo compraron fueron los comerciantes del Casino Monterrey y lo quisieron tener enfrente de su edificio. Le quitaron su valor y su función”, añade.
¿DE LA URBANIZACIÓN AL MODERNISMO?
Flores Salazar catalogó al proyecto de la Macroplaza como un “error” y “urbanicidio” al destruir 40 manzanas de objetos arquitectónicos sin documentar. Cuenta que lo mismo quiso hacerse en su momento con el Círculo Mercantil.
“Nos falta ver más hacia la ciudad, nos falta voltear a ver la arquitectura directamente en los objetos, nos falta hacer un puente con el pasado para ver lo que queremos hacer en el futuro”, afirma.
El proceso de gentrificación, según Díaz Fernández, afecta la vida de los barrios y sus habitantes, desplazando con ellos sus tradiciones.
“Esto hace gala en los cascos históricos con ciertas tradiciones, que están en la mayoría de los casos en malas situaciones, convirtiéndolas en zonas donde prevalece el estatus económico alto y, como comenté, se eleva la plusvalía en esos espacios. Pero este proceso ya no solo lo encontramos en los cascos históricos o barrios antiguos, sino también ya en la periferia”, informa.
Sin embargo, la socióloga asegura que la tendencia a generar edificios más altos es global y que no va a detenerse. Ante este panorama, Flores Salazar hace un llamado a las escuelas de arquitectura, colegios y academias a salirse por un momento del ruido de la moda, sin abandonar necesariamente las ideas actuales, y aprender de los edificios y paisaje urbano regionales.
“(La arquitectura) sigue siendo un acto confesional, pero lo que tengo que elegir yo como profesionista de la arquitectura es diseñar de frente a mi cultura o de espaldas a mi cultura: asumir la cultura de otros, asumir la propuesta de otros, sin tomar en cuenta el clima, la geografía, los antecedentes históricos”, concluye el catedrático y arquitecto.
Fotografía: Marcela Moreno