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Memoria digital: la permanencia de nuestros datos después de la muerte


 

Por: Marta Sylvia del Río


Ilustración: Ari Barraza

Hoy en día, pensar en memoria me conduce, invariablemente, a reflexionar sobre la memoria digital. De cierto modo, en la actualidad nuestra huella en línea constituye un registro acerca de quiénes somos. Desde hace tiempo, una preocupación ha rondado en mi cabeza: la persistencia de datos después de la muerte. Es decir, ¿qué pasará con mi información una vez que yo fallezca? Hay muchos elementos a considerar y maneras diversas de manejarlos. A partir de varios proyectos de investigación –elaborados con ayuda de colegas y alumnos– fue posible establecer cuatro categorías para la información almacenada en medios digitales: financiera, legal, personal y social.

La información financiera es la más regulada. Si llego a morir, en México existe un sitio donde se concentran todas mis cuentas bancarias y financieras, y del cual mis herederos pueden retirar dinero*. 

Al momento de abrir una cuenta bancaria, de inmediato preguntan quién será el beneficiario. Es un asunto que debemos manejar con sumo cuidado, pues si uno selecciona –por ejemplo– a una prima, ella recibirá todo el dinero que haya en la cuenta, incluso si en un testamento se destinara la herencia completa a los hijos. Sin embargo, otro tipo de fondos, como las criptomonedas, son una excepción; si no dejamos la contraseña a nuestra familia, los bitcoins que hayamos adquirido se perderán irremediablemente, ya que no existe institución a la cual dirigir un reclamo. A falta de contraseña, de hecho, ni siquiera habría evidencia del patrimonio.

En segundo lugar se encuentra la información legal. Probablemente tenga todas las escrituras de mi casa digitalizadas en la nube. Además, tengo digitalizadas actas de nacimiento, matrimonio, defunción de mi padre, pasaporte y licencia. En caso de que extraviara mi pasaporte en el extranjero, acceder al número y fecha de expedición del documento sería una tarea sencilla. Asimismo, cuento con todos los comprobantes de pago del Servicio de Administración Tributaria (SAT) en formato digital, los pagos en línea de predial, tenencia e hipotecas. Esta información legal puede ser crucial al momento de, por ejemplo, vender una casa o reclamar una herencia. Si mi familia tiene acceso a mis contraseñas, podrán recuperar estos documentos. De lo contrario, quizá se verían orillados a almacenar copias físicas en algún rincón de la casa. 

Luego tenemos la información personal. Valoro mucho las fotografías familiares. Tengo miles de imágenes de mis abuelos, tíos, reuniones familiares y viajes. Deseo que se preserven más allá de mi tiempo de vida; me gustaría que accedieran a esas fotos mis hijos, hermanos, sobrinos, y que luego ellos las compartan con las generaciones siguientes. El mismo criterio aplica para las cartas de amor y mensajes personales. Confieso que guardo una versión escaneada de las cartas que escribieron mis hijos a Santa Claus; así como diplomas de cursos y talleres que he cursado, documentos que avalan mi trayectoria.

Por otra parte, hay información que uno preferirá mantener como privada. Por ejemplo, si uno de mis hijos fuera adoptado y no lo supiera, quizá optaría por aislar esa información de él. En esta categoría caben, asimismo, preferencias sexuales que las personas aún ocultan de su familia, incluso fotografías íntimas.

Por último, se encuentra la información social: cuentas de Instagram, Facebook, LinkedIn, correo electrónico, Twitter, TikTok y cualquier otra plataforma. 

Reflexionemos sobre éstas: ¿qué sucede con mis comentarios, mis recetas, la lista de mis amigos, mis grupos y demás personas con las que interactúo? En lo personal, tengo un grupo que incluye a todos los exalumnos de Ingeniería en Sistemas Computacionales e Ingeniería en Tecnologías Computacionales desde que empecé a trabajar en la UDEM. ¿Quién continuará con ese grupo, para mantener en contacto a diferentes generaciones de exalumnos presumiendo éxitos profesionales, matrimonio, hijos e, incluso, nietos?

Ilustración: Ari Barraza

Recolección de información

Además del contenido que subimos a la nube, se recolecta información acerca de nosotros y nuestro comportamiento. Hoy los datos son un recurso valioso del que dependen muchas empresas, conocidas como Empresas con Modelos de Negocio Basados en Datos. A partir de sus resultados hacen un análisis del mercado, segmentan a sus consumidores con el fin de ofrecerles publicidad personalizada. Esto beneficia tanto a los usuarios (con un trato más personalizado) como a las empresas (económicamente). Sin embargo, la recolección masiva de datos también supone riesgos para nuestros derechos, especialmente el derecho a la privacidad.

Las tres principales formas en que las empresas recolectan datos son: a través de la entrega directa, mediante herramientas tecnológicas y comprando datos. 

Cuando los usuarios se registran y proporcionan información personal se le conoce como entrega directa. Un ejemplo de ésta es la solicitud de información básica que ocurre cuando nos registramos en sitios web o aplicaciones móviles. Para darnos una idea, pensemos en una red social: al crear una cuenta, solicitan nuestro nombre, correo electrónico, edad, y demás datos personales. Posteriormente –y con frecuencia–, añadimos información como nuestra ciudad de residencia, la escuela donde estudiamos; incluso revelamos nuestros gustos musicales. Solo por mencionar los ejemplos más comunes. Y, si bien compartimos esa información para que nuestros amigos y contactos nos conozcan mejor, al mismo tiempo, sin percatarnos, la entregamos también a la red social. En una ocasión le dije a mis alumnos –con tono humorístico– que cuando su futuro esposo(a) les pregunte cuántos novio(a)s han tenido y en el pasado lo registraron en Facebook, mentir al respecto será imposible: “En una relación”, “Fuera de una relación”, “En otra relación”, “Es complicado”.

Hoy los datos son un recurso valioso del que dependen muchas empresas, conocidas como Empresas con Modelos de Negocio Basados en Datos.

Ahora que la inteligencia artificial está de moda han surgido muchas herramientas con las que puedo crear videos si proporciono mi rostro y voz. ¿Qué sucederá cuando muera? Será posible seguir generando contenido, incluyendo videos que aparenten ser de mi autoría.

Además, proporciono mi cara y huellas digitales en aplicaciones bancarias, el iris de mi ojo en algunos lentes inteligentes, o mi rostro en aplicaciones de entretenimiento que me muestran cómo me veré de vieja. Todo esto me hace reflexionar sobre la cantidad de datos personales que comparto y las implicaciones que podría tener en el futuro.

Las cookies son un ejemplo de cómo se almacenan datos mientras interactúas con un servicio en particular. Imagínense que buscan un vuelo a un sitio en particular en una determinada fecha. Con toda seguridad, el servicio será más caro en caso de realizar una búsqueda posterior. Esto se debe al almacenamiento del interés. 

El fingerprinting se utiliza para rastrear la actividad en línea. Pensemos en Netflix, que además de recibir los likes de las series que te gustan, rastrea las series que dejas inconclusas, registra cuánto tiempo ves una serie y cuáles repites por segunda o tercera vez. Toda esta información le ayuda a hacer sugerencias personalizadas para ti. Cuando compras en Amazon, la plataforma revisa qué productos consultas, aunque no los agregues al carrito, y te los volverá a ofrecer como sugerencia.

Las aplicaciones pueden solicitar coordenadas de ubicación a los teléfonos celulares inteligentes, que detectan la ubicación de manera muy precisa. Al juntar todas las coordenadas enviadas por un mismo dispositivo, se puede tener una idea bastante clara de lo que hizo el dueño de ese equipo en un período de tiempo. Si revisas tus configuraciones de ubicación, podrás ver los sitios que más visitaste, cuánto tiempo permaneciste en cada uno y hasta tus lugares favoritos.

Tiempo atrás descargué Waze con el fin de hallar las rutas más rápidas al manejar; me solicitaron las direcciones de mi casa y trabajo. Preferí no conceder esos datos, ya que estaba probando la app y desconocía si podría adapatarse a mis necesidades. No obstante, tras una sola semana de uso me preguntó “¿Quieres ir a tu trabajo?” y mostró la dirección de la UDEM. En solo unos días, la app notó que salía siempre del mismo lugar a las 8:00 a.m., me estacionaba en otro hasta las 6:00 p.m. y, al final del día, regresaba al sitio del que partí en la mañana. Waze dedujo mis direcciones de casa y trabajo sin que tuviera que proporcionarlas.

Hay empresas que compran datos a otras compañías. Esta información debe estar indicada en la política de privacidad de cada empresa, aunque sus estatutos no siempre son transparentes.

Cuando uso un reloj inteligente o un chip en un zapato, proporciono mis datos de presión arterial y ritmo cardíaco, así como los pasos que doy cuando me ejercito corriendo. Incluso la cadencia al momento de teclear da indicios de datos biométricos que se recolectan y están en la nube.

Hay empresas que compran datos a otras compañías. Esta información debe estar indicada en la política de privacidad de cada empresa, aunque sus estatutos no siempre son transparentes. Cuando se cruzan los datos de tarjetas de crédito con lo que una persona ve al navegar y los lugares que visita, es posible obtener el perfil completo de alguien.

No solo se trata de hábitos de compra; también hablamos de datos sobre salud. Si padeciera de diabetes y mi información de salud guardada en la nube la adquirieran compañías aseguradoras, ésta afectaría a mis hijos y nietos cuando soliciten una póliza de gastos médicos mayores: aun sin confesarlo, las compañías podrían elevar los costos de sus pólizas si se enteraran, por ejemplo, de que tienen una predisposición genética a padecer diabetes.

Tres perfiles de usuarios

En los trabajos a los que hice referencia al inicio, elaboramos una serie de encuestas y entrevistas para definir perfiles de personas con base en el manejo que hacen de su información digital.  

El desconocedor: es la persona que nunca ha pensado en las implicaciones de que todo exista en formato digital. Quizá hasta desconoce que su teléfono celular los rastrea minuto a minuto, creando un mapa de todos los lugares que visitan. Tal vez ignora que hay un historial de todas sus preferencias de compra, y que las empresas pueden saber si alguien viaja local, nacional o internacionalmente para ofrecerle vuelos o cruceros; incluso cuántos pares de pantalones de mezclilla compran al año, con el objetivo de determinar si conviene ofrecer al usuario un par de ellos y así motivarlo a comprar más. Es un perfil poco o nada consciente de toda la información que existe sobre ellos y, por lo tanto, no les preocupa qué sucederá con ella cuando ya no estén.

El pasivo: esta persona es consciente de todo lo que se recolecta, pero prefiere dejar que los demás se encarguen de su información una vez que fallezcan. No hace ningún esfuerzo especial en clasificar o compartir sus datos. Personas con este perfil nos comentaron que esperaban que el gobierno regulara esto. Sin embargo, resulta poco realista esperar que el gobierno mexicano exija a una empresa china qué hacer con los datos de ciudadanos mexicanos. Redes como TikTok y Facebook cuentan con políticas propias.

Ilustración: Ari Barraza

El activo: tiene plena consciencia de las implicaciones de tener información digital y han tomado medidas. Muchos estudiantes de sistemas computacionales, por ejemplo, poseen dos cuentas: una personal, compartida con sus familiares, y otra privada que morirá con ellos.

En lo personal, cuento con un correo titulado “Por si me muero”, desde el cual envío –de forma periódica– documentos importantes a mis hijos. Cuentas bancarias, detalles sobre propiedades y el registro de objetos valiosos como joyas familiares o cuadros, son solo ejemplos de la información que comparto con el propósito de que su búsqueda le resulte sencilla. El acceso rápido a todo esto es importante, y lo será más cuando yo no esté.

Planear, la mejor alternativa

Una vez que reflexionamos acerca del manejo de nuestros datos digitales, es preciso llevar a cabo un plan: considerar quién tendrá acceso a nuestra información y cómo queremos que ésta se gestione cuando ya no estemos. 

De igual manera, es menester cuidar todo lo que aceptamos en las distintas plataformas donde nos abrimos una cuenta. Aunque resulte tedioso, es primordial leer los “Términos y condiciones” para comprender qué uso se dará a nuestros datos en lugar de aceptar ciegamente su gestión. Lo anterior permite tomar decisiones informadas sobre las aplicaciones y servicios que utilizamos. Lo mismo aplica con las políticas de privacidad, las cuales deberíamos revisar periódicamente, en tanto que pueden modificarse con el tiempo. También aconsejo cerciorarse de que las preferencias y decisiones del usuario estén alineadas con las prácticas actuales de cualquier plataforma que utilice. 

Por otra parte, no está de más crear un plan de datos post mortem. De preferencia, habría que dejar instrucciones claras sobre el trato que deseamos que reciba nuestra información digital. Parte de esas instrucciones incluyen el designio de beneficiarios de cuentas, compartir contraseñas de forma segura y documentar el acceso a datos importantes. 

Sin embargo, serán irrealizables mientras no se promueva la educación y sensibilización acerca de la importancia de la gestión de datos personales. Esa alfabetización digital podría impartirse a través de seminarios y talleres, pero también por medio de simples conversaciones abiertas con amigos y familiares. Al lector de este artículo le corresponderá hacer eco de lo que ha aprendido, si así lo desea. 

Comprender cómo funcionan estos sistemas de recolección nos permite reconocer las implicaciones que tiene el mercado de datos en derechos como la protección de nuestra información personal. Es recomendable leer los términos de servicio antes de aceptar ciegamente.

Después de reflexionar sobre estos puntos, te pregunto: ¿qué tipo de persona eres tú en relación a la gestión de tus datos digitales?, ¿has pensado cómo te gustaría que se manejen tus datos una vez fallezcas? 


 

Marta Sylvia del Río

Ingeniera en Sistemas Computacionales por el ITESM, donde además cursó la Maestría en Ciencias Computacionales. Posteriormente obtuvo un Doctorado en Ingeniería Informática en la Universidad de La Laguna en Tenerife, Islas Canarias. Es académica en la Universidad de Monterrey.

 

NOTAS


* Para cualquier duda respecto a este tema, puede consultarse la web de Condusef o contactar a dicha comisión por medio del correo electrónico beneficiarios.bcd@condusef.gob.mx.

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