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Lo que no se nombra sí existe


 
Ilustración por: Alejandro Espinoza Valadez

Por: Javier Ulloa García


El lenguaje, además de comunicar, nos permite “nombrar, narrar, construir e intervenir el mundo”[1]. Nos brinda la posibilidad de articular y organizar las relaciones sociales en todas sus acepciones[2]. En pocas palabras, si hay un espacio en el que, de facto, es necesario cuestionarse las maneras en que se replican las formas sistemáticas de violencia y opresión, ese sería el del lenguaje.


Para evitar futuras confusiones, aclaro que cuando hablo de ‘lenguaje inclusivo’[3] me refiero a la comunicación “libre de palabras, frases o tonos que reflejen visiones prejuiciosas, estereotipadas y mediante expresiones que eviten la discriminación de personas o grupos”[4]. Considero relevante recalcar que el uso de esta modalidad del lenguaje es siempre una ‘invitación’, no una ‘imposición’.


En un reportaje para La Nación, la periodista Paula Giménez retoma las tres posturas más frecuentes del debate alrededor de éste: no se requiere cambiar el idioma, pues esto resulta del cambio natural de la cultura; la historia es escrita por quienes ganan; y el idioma no es, en sí mismo, machista[5]. Tomémoslas como punto de partida.


La cultura cambia sola


Si partimos de la naturaleza misma del lenguaje: imponer las formas de su utilización es inútil pues una modificación en él resultará del cambio inminente, propio de la cultura. En pocas palabras, el lenguaje se adaptará a las necesidades de la cultura. Esta secuencia de ideas, si bien hace sentido, nos arrincona a un lugar más corriente que común: ¿qué cambia primero, la cultura o el lenguaje?


Ilustración por: Alejandro Espinoza Valadez

El antropólogo Gilberto Sánchez indica que: “no puede haber lenguaje sin cultura, ni cultura sin lenguaje, y siempre un objeto implica al otro”[6]. Por lo tanto, esperar al cambio cultural para ver el cambio del lenguaje y viceversa es de lo más vano. Una conceptualización sucesiva de ese tipo de cambio, no debería ser nunca el enfoque.


En tal caso, propongo lo siguiente: en lugar de esperar, observemos lo que ya, hoy por hoy, ocurre. No es novedad, el ‘lenguaje inclusivo’ ya está siendo utilizado de diferentes maneras y en varios espacios. La pregunta sería, ¿por qué un cambio natural de la cultura no transcurre sin vicisitudes?


El antagonismo al ‘lenguaje inclusivo’ puede explicarse, a partir de la Teoría General de los Sistemas[7], como una reacción esperada. A fin de cuentas, todo cambio es recibido con resistencia. La transformación es un proceso que involucra la participación de agentes con objetivos contrarios: quienes buscan el cambio y quienes buscan la permanencia.


Con afán ilustrativo, tomemos como ejemplo el cuerpo humano[8]. Partamos de un prototipo en el que cada célula funciona de la manera esperada. Ahora, imaginemos una herida en ese cuerpo prototípico. Si fijamos nuestra atención en esa herida, tal vez podamos observar el trabajo de los glóbulos rojos, los blancos, las células de la piel y sus funciones especializadas. El ejercicio de dichos elementos entra en acción con el propósito de sanar aquello que no permite el funcionamiento esperado del organismo. Con este ejemplo en mente, ¿sería justo decir: “La herida sanó sola”?


Que las cosas requieran tiempo no implica que ocurran solas. Por eso, el que haya agentes promoviendo el cambio no lo hace un proceso desnaturalizante, de la misma manera que no es desnaturalizante oponerse a él. En el centro de la cultura está el cambio y en el centro del cambio, el antagonismo. La cultura cambia sola en su acepción como ente abstracto. Si nos enfocamos en un nivel más concreto, podremos ver lo que en realidad ocurre. El cambio, en sí mismo, conlleva la participación activa. Me atrevo a decir que cuando del ‘lenguaje inclusivo se trata’, no es necesario esperar un cambio que ya está ocurriendo, es necesario reconocerlo.


La historia es del vencedor


La crítica feminista, desde hace tiempo, ha señalado cómo la forma que ha tomado el lenguaje invisibiliza la experiencia de una parte importante de la población[9]. A esta demanda de compleja tesitura, la Real Academia de la Lengua Española (RAE) en su Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica responde con aparente sencillez: no existe tal cosa[10].


Dicha academia rescata el uso del género gramatical masculino en su calidad de no marcado. Por su uso, histórico y sedimentado, este género gramatical abarca la totalidad de los referentes. Por ejemplo, al decir “los vendedores van de puerta en puerta” en ningún momento dejamos a las vendedoras de lado. Como hispanohablantes, según la RAE, concordamos en que utilizar el género gramatical masculino engloba el total de la población mencionada, sin ser necesaria una distinción dentro de la misma. Siempre y cuando no ocurra lo contrario.


La forma sedimentada del lenguaje tiene la misma morfología sistémica de los discursos dominantes que lo articulan. Utilizar el género masculino como no marcado, como representante universal, no es un fenómeno inocente.

Pensemos en la profesión de enfermería. Si yo digo ‘los enfermeros cumplen con su jornada laboral’ estoy haciendo referencia única y exclusivamente a los varones dentro de la población. Según la RAE, la excepción a la regla ocurre por lo siguiente: “La ausencia de interpretación inclusiva se debe a la tradicional prevalencia de la mujer en el desempeño de la enfermería”[11].


Otra insuficiencia del género masculino como universal la encontramos en binomios como monja/monje. En este caso, la marcación del género gramatical no sólo impide la inclusión, sino que también modifica por completo el significado del referente. Al respecto, la RAE aclara que “se da cierta especialización léxica, con el consiguiente alejamiento semántico de cada uno de los dos elementos”[11]. En general, se entiende que la tradición del uso del español nos indica cuando es inclusivo el género no marcado y cuando no.


Pero, ¿qué rige a esta tradición? El académico Sebastián Sayago propone la relevancia[12]. En su concepción, la necesidad de utilizar una u otra marcación gramatical depende de la prioridad que tengamos. Tal vez sirva pensar en nuestra relación con otros animales. Por ejemplo, los términos como vaca y toro, burro y burra o sólo pez. Siempre que sea necesaria la distinción, la vamos a hacer. El problema está en quién decide sobre la relevancia.


Comprendo la tentación de decir “la mayoría”, pero esa parada ya la dejamos atrás. La forma sedimentada del lenguaje tiene la misma morfología sistémica de los discursos dominantes que lo articulan. Utilizar el género masculino como no marcado, como representante universal, no es un fenómeno inocente[13].


Si la historia, y más específico, la historia del lenguaje queda en manos de los vencedores[14] entonces está íntimamente ligada a los modelos patriarcales de construcción social. Abstengámonos de pensar nada más en decisiones individuales. El lenguaje no toma la forma que tiene sólo por la decisión de una persona, sino por las posiciones de poder que constituyen el orden social. Por esto el ‘lenguaje inclusivo’ surge como una necesidad en la que “para unes, ya se superó el umbral de relevancia; para otros, no”[12].


Ilustración por: Alejandro Espinoza Valadez

Ni machismo, ni feminismo


La tercera y más obvia de las posturas rescatadas por Giménez[5] reitera que el lenguaje, por sí mismo, no es machista. Para este punto, podría parecer redundante, pero no por eso requiere menos atención. Con afán de confirmar, decir que el lenguaje es machista se equipara con decir que un martillo es racista o una pluma, xenófoba. Por sí sola, una herramienta no participa directamente en la opresión estructural propia de un sistema social.


El español no erradica a las mujeres, a las personas no binarias o a cualquier otra experiencia no cis masculina, lxs hispanohablantes sí. Por esto, el ‘lenguaje inclusivo’ no elige como foco de atención al idioma, sino cómo se utiliza. La propuesta es encontrar una forma de ejercer la inclusión en el uso de dicha herramienta. Es así que se destacan dos maneras principales de lograrlo.


La primera pretende emplear la lengua en su capacidad más amplia. En otras palabras, hacer uso exhaustivo de sus propios recursos. Se trata de conocer a detalle el lenguaje para encontrar las palabras necesarias que nos ayuden a cumplir nuestro propósito comunicativo. La primera estrategia dentro de esta forma de ‘lenguaje inclusivo’ es la decisión consciente de cuándo utilizar qué género gramatical.


Por ejemplo, podremos entender que, al decir “el día del niño”, la celebración abarca a cualquier menor de edad, pero, no haría mucho sentido preguntar “¿dónde están los niños?” si lo que quiero conocer es el paradero de un grupo de niñas. También, dentro del mismo acervo, podemos utilizar ambos géneros gramaticales de manera conjunta. Así, diríamos “las alumnas y los alumnos hacen la tarea”.


Las estrategias antes mencionadas cumplen con el objetivo de inclusión únicamente cuando esta es binaria. Pero, ¿qué pasa cuando se busca la inclusión de personas que transgreden los modelos binarios? La respuesta, desde este primer abordaje, sería optar por sustantivos gramaticalmente neutros, siempre que existan: en lugar de decir profesora o profesor, decir docente; en lugar de alumna o alumno, estudiante. O bien, utilizar conceptos generales, como ‘el pueblo mexicano’ en vez de las mexicanas y los mexicanos o ‘la gerencia’ en lugar de las y los gerentes. Sin embargo, esta última decisión lingüística tiene sus limitantes. ¿Qué sentido tiene decir ‘el personal administrativo acude a cursos de sensibilización’ si sólo lo hacen dos o tres personas?


Para comprender la segunda forma de ‘lenguaje inclusivo’ hagamos un ejercicio de imaginación. Visualicemos a Mar y Sam, dos hermanxs acomodadxs en este enunciado de mayor a menor. Mar se acerca a Sam y le propone hacer un volado: “Si sale águila, yo gano, si sale sol tú pierdes”. Sin necesidad de pensar mucho, podemos percatarnos de la desventaja en la que Sam se encuentra si acepta las reglas de Mar. ¿Qué haría más sentido? Que Sam acepte las reglas tal como se le proponen o que intente cambiarlas.


A quienes rechazan el ‘lenguaje inclusivo’ por atentar contra la gramática, recuerden que ésta se construye como una arbitrariedad convencional a partir de la observación del uso de la lengua.

Con este segundo abordaje se busca una intervención al lenguaje con el propósito de adaptarlo a la realidad de cada sociedad humana. En este caso, el primer abordaje sería insuficiente por ser un ejemplo de inclusión perversa. Jugar con las reglas opresivas es replicar la opresión[15]. Frente a dicha insuficiencia, surgen estrategias como el uso de la ‘x’ o el símbolo ‘@’ en lugar de los marcadores gramaticales de género comunes. Tomemos el caso de expresiones como ‘lxs niñxs y sus xadres’. Antes de quejarnos de su ilegibilidad, recordemos que el lenguaje es legible y cobra sentido sólo como resultado de un proceso de aprendizaje. En otras palabras, la ‘x’ o el ‘@’ sólo son ilegibles en lo que te acostumbras.


A quienes rechazan el ‘lenguaje inclusivo’ por atentar contra la gramática, recuerden que ésta se construye como una arbitrariedad convencional a partir de la observación del uso de la lengua. Dicho de otra forma, la gramática no rige al lenguaje, sino que describe su uso. De tal manera, el meollo del ‘lenguaje inclusivo’ es nuestra capacidad, en calidad de hablantes, de decidir las palabras que mejor transmitan la idea que queremos comunicar. No es responsabilidad de ninguna academia decirnos cómo tomar dicha decisión.

¿Para qué?


La relación entre lenguaje y cognición es íntimamente estrecha. La forma en que nos comunicamos modela la forma en que pensamos y viceversa[16]. Por lo tanto, si me preguntan a mí, la importancia del ‘lenguaje inclusivo’ no radica en su uso, sino en la necesaria postura crítica que requiere para formularse.


Previo a utilizarlo, el ‘lenguaje inclusivo’ exige considerar la relación histórica entre la opresión y la lengua, misma que tiene repercusiones directas en la construcción de la sociedad[17]. Por eso, se plantea como una invitación y no como una imposición. Su existencia, como mínimo, suscita el cuestionamiento.


Aquí vale la pena retomar una de las falacias más comunes al respecto del lenguaje: “lo que no nombramos, no existe”. Recordemos, el lenguaje no otorga existencia, articula sentido. Con esto quiero decir que una mujer hace ciencia incluso como parte de ‘los científicos’ y una persona no binaria acude a clases como parte de ‘las alumnas y los alumnos’. Que no se les mencione, no implica su inexistencia, sino su falta de reconocimiento. En esta línea, el ‘lenguaje inclusivo’ no es un capricho generacional, es una propuesta de estilo que intenta validar la posición de las personas a las que se ha orillado con iniquidad al anonimato. Su objetivo es construir un mundo más justo para todxs.


Entiendo, por su reconocimiento internacional, las ganas de citar al nobel peruano Mario Vargas Llosa cuando dice: “El llamado lenguaje inclusivo es una especie de aberración dentro del lenguaje que no va a resolver el problema de la discriminación”[18]. Como casi todas las opiniones, la suya es válida, más no por ello deja de ser absurda. El ‘lenguaje inclusivo’ no resuelve la discriminación, de la misma manera que la paridad salarial en razón de género no resuelve la alarmante tasa de feminicidios.


Una estrategia única no va a terminar con la estructura sistemática e histórica que sostiene a la opresión. Pero esto ya lo toma en cuenta el ‘lenguaje inclusivo’. Reitero, su existencia no implica la erradicación de la opresión, simplemente nos incita a identificar hasta donde puede colarse la disparidad. Rechazar una estrategia porque no cumple con un propósito distinto al suyo es insensato. Igual que lo es su descalificación por la contaminación ideológica.


No hay uso del lenguaje que escape a la ideología. La forma en que utilizamos esta herramienta corresponde siempre a la confluencia discursiva que le constituye. Por eso, el ‘lenguaje inclusivo’ resulta de una postura política. Como lo hace también el purismo lingüístico o la neutralidad. Para fines prácticos, no hacer algo en contra de la opresión es equivalente a seguirla replicando.


El ‘lenguaje inclusivo’ es una forma[19] por medio de la cual establecemos relaciones entre nosotrxs, lxs otrxs y el mundo. En esta calidad nos exige ser conscientes sobre el uso de la lengua. Mi propósito no es la obligatoriedad de su integración. A fin de cuentas, tenemos el poder de decisión sobre a qué parte de la población referirnos. Lo que busco es invitar, como el ‘lenguaje inclusivo’, a cuestionarnos: ¿el lugar de quién sí reconocemos?

 

Javier Ulloa García

Licenciado en Letras; maestro en Psicología Clínica; profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad de Monterrey (UDEM).

 

REFERENCIAS Y NOTAS


1 Lagneaux, M. (2020). Nombrarnos. El uso del lenguaje inclusivo en el primer año universitario, el caso de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Facultad de Periodismo y Comunicación Social.

2 Laclau, E., & Mouffe, C. (1985). Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Edición Príncipe.

3 También conocido como lenguaje inclusivo de género, lenguaje no sexista o lenguaje incluyente. Si al leer ‘lenguaje inclusivo’ lo primero que viene a tu cabeza es el sistema Braille, por ejemplo, permíteme señalar que estás pensando en lenguaje de accesibilidad, otro concepto que sin duda requiere un espacio para discutirse.

4 Martínez, A. (2019). La cultura como motivadora de sintaxis. El lenguaje inclusivo. Cuadernos de la ALFAL, 11(2), 186-198.

5 Giménez, P. (2018). Palabras para todos y todas: qué dicen los que acusan al lenguaje de machista. La Nación. [En línea]. Recuperado de: https://www.lanacion.com.ar/2109494-palabras-para-todos-y-todas-que- dicen-quienes-acusan-al-lenguaje-de-machista.

6 Sánchez, G. (2007). Lenguaje y Cultura, ¿Por Qué se Implican?. VI Congreso Chileno de Antropología. Colegio de Antropólogos de Chile A. G, Valdivia.

7 Bertalanffy, L. (2000). Teoría general de los sistemas: fundamentos, desarrollo, aplicaciones. Fondo de Cultura Económica.

8 Me disculpo de antemano con la comunidad anatomista por cualquier error que pueda cometer al respecto.

9 Moretti, J. (2018). La RAE y el rechazo al lenguaje inclusive. Letras. http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/73312/Documento_completo.pdf- PDFA.pdf?sequence=1

10 RAE. (2018). Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica. Espasa.

11 RAE. (2020). Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas. Recuperado de https://www. rae. es/sites/default/files/informe_190320. pdf.

12 Sayago, S. (2019). Apuntes sociolingüísticos sobre el lenguaje inclusivo. RevCom: Revista científica de la Red de Carreras de Comunicación Social, (9), 2.

13 Segato, R. (2018). Contrapedagogías de la crueldad. Prometeo Libros.

14 Escrito en masculino gramatical con total intención.

15 Cornejo, J. (2014). Reto a la inclusividad. Convergencia Educativa, (3), 21-37.

16 Scotto, S., & Pérez, D. (2020). Relatividad lingüística, gramáticas de género y lenguaje inclusivo: algunas consideraciones. Análisis filosófico, 40(1), 5-39.

17 Butler, J. (1997). Lenguaje, poder e identidad. Editorial Síntesis; Op.cit (Moretti, J [2018] Op.cit).

18 La Voz. (2019, 30 de marzo). El feminismo y el lenguaje inclusivo según Vargas Llosa [Archivo de video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=kgoW0jtXZdU

19 Y cabe recalcar que no es la única.


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