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La rebelión no debe dirigirse contra el feminismo, sino contra el patriarcado: Miguel Sánchez


 

Ilustración: Jimena Pérez Ramos

Por: Ivana Ramírez Olayo


La historia no avanza linealmente, y prueba de ello es la brecha ideológica que, lejos de desaparecer con el tiempo, se ha acentuado entre hombres y mujeres de la Generación X. De acuerdo con el análisis realizado por Daniel Cox, director del Survey Center on American Life, mientras que las mujeres de 18 a 29 años de edad se inclinan por una corriente de ideas más progresista, los hombres del mismo grupo etario lo hacen por el conservadurismo.

El movimiento surcoreano 4B, el #MeToo, las marchas durante el 8M en Latinoamérica, son evidencia de lo que revela la estadística mencionada acerca de las preferencias políticas predominantes en mujeres. Pero en tanto que toda acción tiene su reacción, puede observarse asimismo la aparición de un número cada vez mayor de hombres tomando las redes para ser sus contrapartes bajo los títulos de “hombres alfa” u “hombres de alto valor”.


Desde hace varios años, ciertas comunidades e influencers han ganado relevancia por su intento de preservar y, en algunos casos, quizá hasta reinventar rasgos de una masculinidad idealizada. Y lo menciono porque, más allá de que en ambos casos exhiben despliegues de machismo y plantean estándares de género fijos, el concepto de masculinidad que promueven no siempre son iguales


Según sea su inclinación, producen –o bien, reproducen– características de la masculinidad rígidas que llevan a sus seguidores a vivir tratando de encajar en un modelo difícilmente alcanzable, además de poco sano para su salud mental. Subculturas en línea al estilo Red pill, que promueve un supuesto “despertar” contra las “imposiciones” del feminismo, y personalidades de Internet como Luis Castilleja –mejor conocido como “El Temach”– son sólo ejemplos populares de esta tendencia.


Con el fin de analizar el fenómeno, contacté al Dr. Miguel Sánchez Maldonado, profesor e investigador que pertenece Sistema Nacional de Investigadores (SNI), además de contar con una especialidad en Comunicación y Estudios Culturales por el Tecnológico de Monterrey. El académico se enfoca en temas de desarrollo social, salud y masculinidades, algunos de sus trabajos más conocidos son Masculinidad y autocuidado y La salud masculina como ejercicio de equidad de género.


¿Cómo fue que la brecha ideológica se acentuó entre hombres y mujeres de la Generación X?


Esta brecha existe desde el inicio del feminismo como tal, porque es una respuesta de ciertos grupos hacia el trabajo del movimiento. Algunos hombres sienten que los desplaza de la vida productiva y social, perspectiva que no necesariamente es real. Los estudios de masculinidades surgen de la filosofía feminista, desde la perspectiva de género que inician las mujeres. El primer momento de estudios de masculinidades plantea muchas preguntas sobre qué es ser un hombre, por qué somos así y por qué subordinamos. En un segundo momento, tiene lugar un proceso de victimización del hombre. Habrá hombres que no quieran reproducir el sistema y otros integrantes del género que dirán: “Nos están quitando el poder; hay que reaccionar”. Así se construyen estos movimientos en los que se buscará generar un ideal de cómo es el hombre de verdad.


¿Cuándo y por qué comenzó la ola de “machos alfa” y “hombres de alto valor”?


Comenzaron entre 2010 y 2011, con grupos pequeños sobre masculinidades, como contestación al feminismo. Considero que se potencia a partir de las marchas y manifestaciones del 8M, porque la lógica que siguen es que si las mujeres tienen ese espacio, entonces los hombres deberíamos tenerlo también. Es una perspectiva muy simplista, en la cual se plantean opuestos.


Los significados los construimos por oposición, según el lingüista Greimas. Es importante tener eso en mente para comprender el fenómeno, porque cuando empezamos a construir el concepto de hombre y mujer, a menudo pensamos que hombre es aquello que no es mujer y viceversa. Por consiguiente, y con el fin de acercaros a ese ideal de hombre, prevalece la creencia de que es necesario eliminar el conjunto de atributos relacionados al concepto de mujer.


La búsqueda por construir un modelo de lo que es un “hombre de verdad” siempre ha llevado a la especialización de las identidades; identidades de género en las que para ser hombre es requisito contar con ciertos atributos. De ahí que se produzcan modelos idealizados sobre lo masculino y lo femenino, y hombres a los cuales les parece incomprensible que el género se construya socialmente; para ellos, no se trata de un concepto dinámico y fluido. Eso los lleva a buscar un punto fijo y reproducirlo para que más hombres se sumen.


Aunque eso ocurría desde tiempo atrás, fue a partir de 2015 que las redes sociales tomaron una relevancia significativa en la opinión pública de la realidad social de las personas. Se permite la libertad de expresión de una manera más importante, que incluso monetiza el discurso polarizado, dando paso a la conformación de comunidades específicas para segmentar mejor los mercados. Por eso ahora lo vemos más.


Tenemos redes sociales en donde buscamos signos visuales y discursivos de alguien que me esté diciendo: “ser hombre es ser esto y no ser esto”. Entonces, se recurre al discurso biologicista y, con base en ello, se establece que un “hombre alfa” es un hombre top. Y a ello se suma el término de “hombre de alto valor”, que adicionalmente cuenta con atributos de productividad y de control sobre recursos naturales, económicos e incluso humanos.


Si las características son algo esencial a la hora de definir qué es un hombre y qué no lo es, ¿qué atributos constituyen el común denominador de este grupo?


Más que ser características o atributos individuales, son atributos que están compartidos contextuales y situados en un momento y lugar determinados. Los que han predominado por siglos son, por ejemplo: el eje del control, la conyugalidad y el patrilinaje.


El eje del control es una dimensión a la que podamos sumar los recursos naturales, humanos, temporales y controlarlos. Eso es lo que reconocemos, con mayor frecuencia, como ser un hombre capaz. Por lo tanto, un hombre que controla su cuerpo, sus emociones, a otras personas, los recursos económicos y la naturaleza, es colocado en la cúspide de la jerarquía masculina. Y, al mismo tiempo, a un hombre que llora le decimos “Contrólate”. Es decir, “Controla tus emociones”. La implicación de esa palabra, “control”, es asumir la posición de hombría.


La conyugalidad es esta forma de establecer una relación con otra persona, ya sea solo una o varias. En el sistema judeocristiano, que de una u otra forma nos ha regido, se marcó que la conyugalidad debía ser entre dos personas, a donde se agrega otro eje que es la expresión afectiva.


Además, quedó establecido que la expresión afectiva tenía que ser heterosexual. Pero eso ha cambiado tanto que hoy existe el matrimonio igualitario; dos personas del mismo sexo ya se pueden casar. Sin embargo, es común que tratemos de identificar en matrimonios conformados por dos hombres o dos mujeres quién constituye el hombre y quién la mujer en la relación. Se trata de un error, un intento por hallar la heterorepresentación en una pareja no heterosexual.


Por último, entre los atributos que han prevalecido por mucho tiempo, está el patrilinaje. Se trata de la trascendencia de uno como ser humano, con vida finita, hacia una siguiente generación. Actualmente, el patrilinaje está conformado entre padres (hombres) e hijos (hombres también). Cuando sumamos a ello los conceptos de propiedad privada y el control, tiene lugar la creencia de que los hombres pueden heredar y las mujeres no.


Ahora bien, ¿qué sucedería si elimináramos del término “linaje” la raíz “patri”? Hablo de concebir el linaje como la simple herencia de algo a la generación siguiente. Yo puedo heredar a mis estudiantes conocimiento y trascender a través de ellos. Puedo heredar a personas, aunque no sean mis hijos ni estén condicionados por conyugalidad, heteronormatividad o sistema patriarcal. Ni siquiera hace falta ligar la herencia a la posesión de recursos económicos. Implicaría cambiar todo, pero cambiar todo al mismo tiempo es muy difícil; no podemos pegarle a todos los ejes de la masculinidad al mismo tiempo, porque generaría mayor resistencia.


Habló del eje del control y su impacto en la regulación de las emociones de los hombres. ¿De qué otras maneras impacta el movimiento Red Pill a los jóvenes?


Si se reproduce esta idea de que el control se debe de manifestar primero desde mis emociones, no sorprendería que se presentaran más problemas vinculados a la depresión y ansiedad. De hecho, tampoco es extraño que el suicidio, manifestación más extrema de malestar emocional, tenga a los hombres como víctimas principales: de cada 10 suicidios, entre ocho y nueve son de hombres[1]. Las víctimas secundarias son las parejas, las mujeres, las madres, las hijas que se quedan sin ese hombre en un sistema en el que el hombre es el jefe de familia. Finalmente, siempre va a repercutir en las mujeres cualquier aspecto negativo.


Hay que cambiar la idea de lo que es el control emocional. No se trata de controlar nuestras emociones, sino de expresarlas, comprenderlas, asimilarlas, vivirlas y luego regularlas. Esto transforma la perspectiva de que el hombre puede recibir acompañamiento emocional.


Aunque están lejos de hallarse exentas de machismo, ocurre algo interesante en las culturas árabes: los cafés son para hombres; son lugares de convivencia. Ahí encuentran un sitio para el escape emocional, les permite compartir cómo se sienten. La masculinidad hegemónica otorga espacios de escape, pero a la vez da todas las condiciones de constreñimiento, regulación y normación de la conducta de los hombres.


A mi parecer, no debería tratarse como algo a desmantelar por completo, pero sí es necesario colaborar en la mejora de las condiciones sociales de las mujeres, así como en la liberación de los propios hombres.


Además del impacto en la salud mental, ¿qué consecuencias a largo plazo podría generar esta creciente ola de jóvenes con figuras masculinas misóginas como guía?


El impacto siempre llegará a las mujeres, pero antes de eso se manifestará en los hombres, quienes acabarán subordinándose con mayor ímpetu y recibirán más violencia por parte de otros hombres.


Por ejemplo, si el hombre altamente productivo o de “alto valor” tiene que laborar 12 horas diarias para ganar dinero extra y así cumplir con su mandato de ser el proveedor, probablemente descuidará su alimentación y su descanso. Conductas como esa son justamente las que nos llevan a vivir cinco años menos que las mujeres.


La rebelión no debe dirigirse contra el feminismo, sino contra el patriarcado. Como hombres, deberíamos cuestionarnos por qué este sistema patriarcal nos resta cinco años de vida. No es culpa de las mujeres, es culpa de otros hombres. Lo mejor es ponernos a pensar en cómo transformar la sociedad, en vez de orillar a otros a descuidar su calidad de vida y familias.


Recientemente, se hicieron conocidos los “bautizos” de “El Temach”, un famoso youtuber y supuesto “macho alfa”. ¿A qué considera que se deba la fascinación de los jóvenes por dichos eventos?


Todas las personas sentimos la necesidad de pertenecer a un grupo. Además, el capitalismo tiende a llevarnos al individualismo y a la segmentación social; eso nos aleja del otro. Por eso, cuando aparece alguien y dice: “Vas a ser como nosotros, vas a ser miembro de esta comunidad y juntos vamos a crecer”, resulta muy tentador.


Esa es la estructura básica de las religiones: la membresía. ¿Cómo hacen para que sus miembros se sientan parte? Generan una sensación de communitas con actividades que conducen a la liminalidad; es decir, sentir que se pierde la barrera que distingue al yo de lo otros y, de tal modo, conseguir que se una a los otros.


Las actividades realizadas por comunidades que promueven una masculinidad idealizada y rígida buscan lo mismo. Intentan romper esa barrera con el fin de hacer que los hombres se sientan como un solo cuerpo que reaccione contra aquello que perciben como amenaza.


Además de implementar una mejor regulación de los espacios en redes sociales y otros medios, ¿qué más se puede hacer para salvaguardar y alejar a las nuevas masculinidades de contenidos perjudiciales como los descritos?


Desde la comunicación tenemos como herramienta la alfabetización mediática e informacional digital. Consiste en dar los recursos a las personas para que logren decodificar los mensajes que reciben.


En una epidemia, es imposible impedir que una persona se enferme de gripa, a menos que acabemos con todos los virus de ese tipo. Lo que se hace es promover acciones que eviten contagios frecuentes de gripa; por ejemplo, el lavado de manos, la buena alimentación, mantener ventilados los espacios, etcétera. De la misma manera, hay que aprender a leer los medios y plataformas, entender cómo se generan “contagios” en una infodemia y cómo se elabora un discurso de odio.


Personas como “El Temach” seguirán existiendo. No obstante, mediante la alfabetización mediática sería posible que más personas consigan observarlos con detenimiento y cuestionar lo que dicen, en lugar de creer inmediatamente sus palabras. Podrían leer los medios con la capacidad de aprender, pero también de discernir y tomar una decisión: preguntarse a sí mismos si conviene hacer lo que el emisor dice o si es mejor defenderse de lo que dice.


 

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