Dr. Juan Manuel González Fernández: Director del Departamento de Ciencias de la Información de la Universidad de Monterrey (UDEM).
Hace más de un año que el mundo está cerrado. Si bien las directivas de confinamiento han fluctuado, la directiva de la lógica, y a veces de la ley, nos han mantenido en cuarentena. Las ventanas de la casa se han vuelto fronteras imposibles de cruzar y solo queda mirar a la distancia, hacia todos aquellos sitios a donde ahora es imposible llegar. Así, de pronto, está tan lejos la barbería como la Luna. El confinamiento se convirtió en el momento perfecto para levantar la mirada y redescubrir el universo. A simple vista, las constelaciones. Con binoculares, la Luna. Con telescopio, los planetas, las nebulosas, las galaxias. Ver el cielo nocturno es una revelación sobre nuestra relación de escala con el cosmos; una epifanía sobre el milagro de la gravedad que nos mantiene con los pies en el suelo cuando sentimos que podemos caer hacia el vacío de la noche. El año 2020 nos dio una excepcional oposición de Marte, el cometa más fotogénico de las últimas décadas, y la unión más cercana de Júpiter y Saturno en siglos recientes. Y como cada mes, estuvo la Luna: de creciente, a llena, a menguante, en su tránsito de poniente a oriente y de regreso al poniente. En estas páginas, comparto algunas imágenes del cielo nocturno capturadas durante el confinamiento, muchas de ellas desde el balcón o el techo de mi casa. Un ejercicio que me permite reencontrar la libertad mirando hacia el espacio infinito, recibiendo la luz que ha viajado miles de millones de años para llegar hasta nosotros y que ilumina el otro infinito, el que descansa al interior y que es igual de extenso.