Un conversatorio sobre los cambios en el debate público
Por Jacobo Molina y Miguel Lapuente
La década anterior se vio marcada por la democratización de la comunicación a través de las redes sociales. Se puede poner en duda si los cambios que han generado en las sociedades y naciones han sido mayoritariamente positivos o negativos, pero nadie se atrevería a negar que cambiaron para siempre la forma de relacionarnos y de compartir información.
¿Qué tendencias nuevas han surgido en la vida pública en esta década de las redes sociales? ¿De qué manera han afectado el flujo y los sesgos de la información? ¿Cómo cambian estas redes la percepción de eventos, del mundo y de uno mismo? Como comunidad, ¿nos han unido o separado más? Para intentar responder estas preguntas platicamos con tres diferentes especialistas:
¿Cuál fue el cambio más significativo en las relaciones sociales durante la década pasada a raíz del boom de las redes sociales?
SW: Hay un desmoronamiento del orden anterior en el sentido que los medios tradicionales siempre tuvieron un rol dominante en un sistema más o menos piramidal de circulación de la información. Los medios sociales han complejizado ese sistema, no lo han aplanado. También refuerzan formas jerárquicas de comunicación, distribución, información, de priorización de información, según sus propias lógicas comerciales. Ha habido un cambio que no se puede resumir rápidamente en términos de democratización, horizontalización o jerarquización, sino que yo lo definiría en términos de complejización y de abundancia de información.
NA: Las redes sociales, en algún sentido, han despersonalizado y repersonalizado las relaciones. Nos ayudan a estar aparentemente cerca de quienes se encuentran lejos. La virtualidad y la virtualización en pandemia lo exhibieron muy claramente. Al mismo tiempo, hay un goce en la relación virtual que reemplaza la relación personal contigua y afectiva tal y como la conocíamos antes. Cuando hablo de repersonalización me refiero a cómo consumimos contenidos. Me interesa puntualizar cómo el funcionamiento, la lógica y las políticas corporativas de las redes sociales hacen que lo que consumimos amplifique nuestras preferencias. Solemos hablar de los algoritmos, pero pocos sabemos cómo funcionan y menos sobre el aprovechamiento que hacen algunos sectores con mayor poder, tanto político como corporativo, para capitalizar la personalización en la distribución de contenido.
SG: La multiplicación de las conversaciones dada por la extensión de los dispositivos digitales, a la que llamo “conversación pública de masas”, implica una novedad especialmente radical: todos tenemos o podemos tener un público. Vivimos una época hiperpolítica, donde el “espacio de aparición”, el lugar donde uno toma la palabra y muestra quién es, antiguamente reservado para algunos privilegiados, se extiende radicalmente. Frente a la televisión y la radio del siglo XX, modos de socialización que cuentan con un público pasivo y silente, y unos pocos protagonistas con derecho a la palabra de alcance masivo, la conversación digital repone la lógica de momentos de mayor agitación política como los siglos XVII y XVIII, cuando el público del teatro podía intervenir, abuchear y hasta “linchar” a los artistas; o la tribuna del parlamento, que podía obligar a repetir e incluso interrumpir discursos. El cambio es, entonces, del XX al XXI, hacia una hiperpolitización, tanto más democrática como salvaje.
¿Cómo afectan las burbujas sociales a la percepción
de la realidad?
NA: Las identifico como comunidades virtuales donde interactúan usuarios con afinidades. Sin embargo, no es una invariante. No todo tipo de interacción se da en el marco de las burbujas de filtro. Aquí la cuestión es cuándo se formulan estas y cómo se polariza el diálogo en las redes. Se polariza cuando se trata de eventos políticos, como campañas o crisis, donde entran en confrontación dos miradas contrapuestas, maniqueas. De este modo, se observan dos dimensiones: por un lado la subjetividad, que tiene que ver con nuestra percepción sobre eventos políticos y que nos lleva a reducir nuestra tolerancia respecto a opiniones que
no acogemos; por otra parte están las dinámicas lógicas y algorítmicas que distribuyen información personalizada, generando cámaras de eco: los usuarios que habitan esa burbuja reciben de manera amplificada aquello que entregaron, aquello que perciben y la huella que dejaron en su paso por las redes.
SG: La idea de la burbuja aplicada a esta época me parece indefendible, un invento paranoico. Nunca hemos estado más expuestos a discursos diversos, por mucho que intentemos no estarlo. La idea de burbuja era mucho más aplicable hace siglos, cuando la alfabetización no estaba extendida y, para conocer las noticias, directamente había que confiar en otra persona que nos las leyera (a verdaderos tutores); o en el siglo XX, en la época anterior a la red, cuando lo normal era leer un solo periódico o como mucho dos, siempre con su ideología sesgada. Hoy en día es muy difícil encontrar personas a las que no les llegue información de decenas de fuentes diversas. Otra cosa es que esta diversidad realmente logre quebrar sus convicciones previas, lo cual no está nada claro, pero ese es otro problema.
SW: Se ha abordado durante mucho tiempo el tema de las burbujas y ahora vemos que en realidad no son tan cerradas como se pensaba. Hay una forma de homogeneización de los contenidos que se explica por nuestro interés de buscar información que refuercen nuestras opiniones ya establecidas. No es nuevo, esto se ha dicho ya hace un siglo. El tema sigue siendo la pregunta que Walter Lippmann se hizo: por qué la gente no explora activamente ideas diferentes o que no encajan con lo que ya saben. Otro tema es que el mundo cibernético no necesariamente es muy diferente a la realidad habitual. En internet no necesariamente encontramos un mundo de diversidades, sino fundamentalmente un mundo de burbujas por criterios socioeconómicos, raciales, de género y sexuales. El mundo digital de alguna forma reproduce y crea nuevas formas de segmentación o segregación social comunicativa.
¿De qué forma las noticias falsas junto con las burbujas han ayudado a generar capital político?
SG: Las noticias falsas han existido por miles de años: desde los hombres que discutían sus destinos en plazas públicas hasta el nacimiento de la prensa escrita como una variante a los bandos oficiales. Esto parte de la asunción de que es posible difundir noticias falsas, como denostaba Montaigne para luego contestarlas, y que cierta disputa interminable por la verdad forma parte del núcleo de la vida pública de las naciones. Lo novedoso de nuestra época es la rapidez con la que se pueden desmentir. No tenemos ni idea de la cantidad de noticias falsas que nos comimos en los siglos XIX y XX, cuando los medios de comunicación masivos estaban mucho más cerca de un modelo oligopólico que el actual.
SW: El esfuerzo por producir información veraz fue una reacción contra la información falsa. Por otra parte, la diferencia en el mundo digital es la escala de la desinformación, que es más sutil. En estas campañas hay actores estatales, políticos, de inteligencia y de seguridad, que logran difundir esa desinformación de manera mucho más económica y con mayor alcance de lo que jamás pudieron imaginar. A eso hay que sumar el rol de los medios privados, que sea o no intencional, también sirven a las campañas de desinformación. Y el último ingrediente es la participación ciudadana, pues antes era mucho más difícil que participara activamente en operaciones de desinformación.
NA: Nosotros nos relacionamos en redes sociales con la información, principalmente, por motivos afectivos y emocionales, más que racionales. Si es falsa o es producto de una operación política nos genera un placer cognitivo porque confirma nuestras creencias o prejuicios, nos vemos más propensos al entusiasmo de propagar información que cuando se verifica.
Cuando un organismo de verificación la comprueba nos lastima cognitivamente
diciendo que eso que creíamos en realidad no es cierto. Tanto la circulación de fake
news como las verificaciones que se hacen no tienen solamente un fin informativo,
sino un fin emocional: ¿en qué medida nos afecta o nos daña cognitivamente el hecho que nos diga si tenemos o no razón?
¿Entonces, qué beneficios y qué riesgos representan los ejercicios de verificación?
SW: Hay cientos de sitios en el mundo cuyo propósito es verificar información y eso es importante, pero insuficiente. Importante porque dejan por sentado un documento público que exhibe la falsedad de cierta información y que incluso fue deliberadamente distribuida con el conocimiento de que es falsa. Sin embargo, y sobre todo en sociedades polarizadas, la verificación no necesariamente elimina las creencia falsas ni las reduce sustancialmente, sino que forma parte de la dinámica de verdades divididas y opuestas.
NA: Son una llamada, una alerta contra las tergiversaciones e inexactitudes. Pero hay que considerar que no toda información es verificable. La construcción discursiva tiene sesgos cognitivos de todo tipo, no necesariamente para generar un daño, pero son construcciones; no hay algo que sea más verdadero que otra cosa. Al mismo tiempo creo que los organismos de verificación también están integrados por sujetos que se encuentran con ciertos dilemas, con ciertas situaciones con las que tienen que deliberar respecto a los criterios para verificar o no.
SG: Son parte de la pugna por la verdad que es uno de los grandes pilares de la conversación pública de todas las épocas. Ahora bien, me parece entre ingenuo y peligroso creer que realmente existe la posibilidad de que un medio o una agencia de noticias se convierta en vocero exclusivo, fiscal y juez de la verdad. Si eso fuera posible, la prensa y su diversidad constitutiva serían innecesarias: leeríamos un único periódico que contara la verdad en exclusiva. Pero si existe la prensa libre y la libertad de expresión es precisamente porque hemos aceptado que no puede haber nunca una única fuente, ni una única versión de los hechos, sino que la fijación de una narración de los hechos es siempre una disputa y una conversación abierta entre diversas fuentes e ideologías.
¿Se puede asumir el concepto de polarización como un método para deslegitimar la democratización del debate público?
NA: La polarización es entendida a menudo como polarización afectiva. La diferencia es que cuando se establece una polarización sólo se evalúan pros y contras de diversos temas: asuntos públicos, políticas públicas, entre otros. Es una distinción racional y cognitiva, mientras que la polarización afectiva nos hace rechazar lo que es distinto, producto de las emociones que lo distinto nos genera. Otro elemento propio de la polarización afectiva son los realineamientos, es decir, atributos de nuestra vida que quedan identificados dentro de la misma comunidad de valores; esto hace que nos distingamos partidariamente en, por ejemplo: etnia, gustos sociales, postura frente a la legalización del aborto, perspectiva sobre la propensión a vacunarnos, religión... Un montón de atributos encapsulados en una burbuja homogénea, que nos lleva a generar un mayor odio hacia el otro.
SG: El cambio es la cantidad de sujetos con voz, ese cambio trastoca todos los equilibrios y hace mucho más ruidosas (y entrecruzadas) a las diversas disputas ideológicas; es parte de lo que llamo hiperpolitización o deslocalización de lo político.
SW: Es exagerado culpar a los medios sociales por la polarización. Esta tiene una ingeniería, un sistema más complejo que no son solamente los sistemas sociales. Depende de lo que las élites políticas hagan, de lo que ciertos medios tradicionales publiquen, que justamente fomentan la polarización porque ahí está su negocio, en un mercado más fragmentado y de nicho: los noticieros políticos o de noticias la fomentan porque ese es su público cautivo. Cuando su público está altamente politizado y con identidades políticas fuertes, contribuyen a la polarización porque ignoran temas e ideas que no encajan en esa perspectiva. Los medios sociales de alguna forma son la cámara de eco de estas dos fuerzas políticas y mediáticas que apuestan a la polarización. Cuando hablamos de sus causas, lo que debemos entender es que no ocurre como un espejo. No se perciben igual a la derecha y a la izquierda, porque sino estamos hablando de algo falso. Como si hubiera ocurrido de forma similar. Y eso es una forma de repreguntar tu pregunta. Si los medios sociales son causa de la polarización, entonces la pregunta es: ¿la polarización de quién y qué medios sociales?
¿Cómo contribuyen los memes y la representación del humor al debate público en las redes sociales?
NA: Tienen simplemente un formato distinto y no veo que se distingan de la sátira o del humor político de siempre. No me parece que perjudique al debate siempre y cuando uno entienda que cuando uno hace humor político... vamos, el humor político tiene límites difusos o bien no tiene límites, por eso es difícil jugarlo.
SW: Como toda forma de comunicación, tiene aspectos negativos y positivos. Muchos memes se inscriben en la sátira y la ironía, históricamente vistos como géneros antiautoritarios, rebeldes y críticos. Aunque hoy en día el resultado es más bien mixto. Mientras que algunos memes se relacionan con el lenguaje de la sátira y la ironía -profundamente democráticas- hay otros que contienen expresiones reaccionarias o autoritarias. En muchos países hablan el lenguaje de los memes para lanzar discursos de odio sobre minorías, actores y ciudadanos. Inherentemente no tiene valor normativo ético político, sino depende del uso y contexto en el cual se moviliza un meme, discurso político o publicidad.
SG: La ironía tiene un origen político. Nació en la democracia antigua, precisamente
en medio de las disputas orales, en las que diversos grupos de poder y ciudadanos
pretendían tener la verdad, saber qué era bueno, qué malo, qué convenía o no hacer. En esa selva de pretensiones de saber y de poder, propias de cualquier plaza pública, surge la ironía espontáneamente como un agente limitador de toda afirmación, de toda pretensión de saber.
Creo que la descomunal expansión de los recursos irónicos en la conversación digital es un síntoma de la vitalidad de nuestra conversación pública, de la cantidad y diversidad de pretendientes de sabios, buenos, guapos, de todos los partidos e ideologías posibles, cuya vanidad requiere de una reacción irónica.
¿Podrían generar estas nuevas formas de interacción social cambios en un sistema democrático liberal?
SG: Ya lo están haciendo.
SW: Sí, para mejor y para peor, dependiendo de la intención. Tenemos ejemplos que demuestran cómo formas participativas de comunicación pueden redituar en acciones reaccionarias o contrarias a los derechos humanos. Hace 20 años imaginábamos que los medios sociales tendrían consecuencias positivas, pero hoy vemos todos sus aspectos negativos y eso nos lleva a pensar que hay más cuestiones problemáticas que positivas en la sociedad digital. No obstante, es necesario ver el contexto de la evidencia que analizamos: hay cosas que son positivas o negativas, pero no sabemos la escala, el tamaño que tienen. La respuesta a tu pregunta es: depende de dónde lo mires y en qué situaciones, cómo se conecta con fenómenos sociales y políticos. No puedes mirar lo digital fuera de ese contexto.
NA: Creo que las violencias discursivas en redes pueden socavar la democracia en múltiples puntos. No me atrevo a decir que la democracia está en cuestión, pero sí que se socavan los acuerdos democráticos. Primero porque pueden generar distorsiones en la percepción que tenemos sobre los eventos políticos; segundo porque pueden acrecentar nuestros niveles de odio e intolerancia hacia lo distinto; y tercero porque también pueden repercutir en vulnerar nuestros derechos a la información, a la comunicación y a la libertad de expresión. Por este motivo, considero necesaria la intervención de entidades públicas, no sólo con el objetivo de evitar la circulación de fake news y de violencias en redes sociales, sino para transparentar la regulación privada de facto que hacen las redes sociales. Lo que tenemos es una regulación empresarial de las plataformas con criterios opacos.
¿Qué se puede interpretar sobre los distintos roles que han tenido las redes sociales en los últimos años, tomando en cuenta su papel en el Brexit y en las elecciones en Estados Unidos en 2016 y la decisión posterior de cerrarle las cuentas a Donald Trump? ¿Qué indica esta adaptación de medidas y reglas por parte de las compañías?
NA: El año pasado observamos cómo, tras la edición de Twitter a una publicación en la que Donald Trump dijo que el voto por correo era una estrategia de los demócratas para el fraude electoral, la empresa siguió confrontando a Donald Trump y Facebook se quedó en el molde, no avanzó a la par de Twitter contra Trump en un momento donde él estaba muy bien posicionado en su lugar de presidente poderoso. Facebook toma la decisión de bloquear las cuentas de Trump cuando está claro que éste va de salida, que va a perder. Estos son dos momentos en que las compañías toman decisiones contrapuestas en relación con un mismo personaje. Eso mismo podría trasladarlo a lo que fue el golpe de Estado en Bolivia, donde ninguna de las dos plataformas ejerció intervención alguna contra los excesos de gobernantes que no fueron elegidos por la boleta popular. La pregunta que uno se hace es: ¿en qué contextos, en que países y en qué momentos, las redes sociales toman la decisión que toman? Las decisiones de las redes sociales son contextuales, depende mucho del escenario político.
SG: Aun desde situaciones confusas, en las que no se distingue bien qué es un servicio público y qué una plataforma privada, lo que sí está claro es que la base tecnológica sobre la que se asienta la conversación pública de masas es un terreno crucial de disputa política, económica y hasta militar, de un modo no muy distinto a lo que pasó con la tecnología de la imprenta en los siglos XVI y XVII.
SW: Son decisiones inconsistentes y poco transparentes que tenían que haber sido tomadas antes para ser consistentes con sus propias políticas, no con las de otros actores. El poder de árbitro que tienen demuestra el poder desmesurado en la comunicación pública hoy en día y ese es uno de los grandes desafíos. Estamos a merced de compañías que operan con total autonomía e independencia del resto de la sociedad y cooperan con estos dos principios: maximizar tráfico a cualquier costo y maximizar una idea falsa de lo que es la libertad de expresión.
El problema es el siguiente: los abusos de expresión vulneran otros derechos y estas compañías son responsables de eso. Para mí ese maximalismo de libertad de expresión, que estas compañías abrazan convenientemente, es problemático para la democracia, pues en ésta se balancean diferentes derechos.