Por Miguel Ángel Lapuente
No estoy seguro de cuál fue el primer libro que leí de Leila Guerriero, pero sospecho que fue Zona de obras. Ese primer acercamiento tiró muchas de las certezas que tenía sobre el periodismo y me hizo darme cuenta de que igual y detentaba dos o tres habilidades, pero escribir no era una de ellas.
Estuve buscando a Leila durante varios meses, no fue un proceso de trámite como en otras ocasiones. El tiempo de espera y la posibilidad de que se me negara la entrevista me permitió aplazar la realización de las preguntas. ¿Qué le iba a preguntar? Me intimidaba pensar en ello.
El día de la entrevista, finalmente, marqué el número que me habían pasado y no entró la llamada. Busqué en Google cómo llamar a Argentina otra vez. No me había equivocado, pero igual intenté unas 20 formas distintas de marcar y repetí lo que me decían las indicaciones otras 20. Media hora después me llegó un correo de Lluïsa Matarrodona, agente de prensa: “Miguel, me dice Leila que estaba lista para tu llamada y nunca le marcaste”. Me disculpé y le mandé las fotos de mi pantalla que mostraban todos mis intentos.
El número de teléfono, supimos minutos después, estaba mal. Cuando entró la llamada Leila se disculpó, estaba apenada por el error. Ahora que lo escribo me parece una anécdota absurda, pero en su momento representó los últimos 30 minutos de procrastinación que tuve. Quizá el miedo a la hoja en blanco al que se refería Capote era una metáfora.
Hay cuatro verbos que podríamos utilizar para sintetizar la definición de periodismo: ir, venir, regresar y contar. Sin embargo, hay otro verbo que resulta imprescindible y casi no se menciona tanto: leer. ¿Qué tan importante es leer para ejercer el periodismo?
Es fundamental. Siempre me resulta un poco absurdo cómo la gente que se dedica al periodismo –que es un oficio donde se necesita establecer conexiones entre distintas cosas, tener un equipamiento cultural o intelectual importante– tiene a los medios tradicionales como únicas fuentes. Porque la pulsión de la escritura se despierta leyendo. Uno empieza a escribir porque quiere hacer algo parecido a lo que acaba de leer y que le produzca a alguien más una emoción parecida a la que uno sintió. Pero después, a medida que uno avanza en el oficio, la lectura es fundamental para abrir la cabeza, conocer otros puntos de vista y modificar el estilo. Entonces sí, por supuesto, habría que dar vuelta a la lista de verbos y poner que leer es la raíz de todo el asunto.
Martín Caparros ha convocado a hacer un periodismo contra el público ávido de noticias superfluas. Tú has presentado otro ángulo dentro de este tema que es la fatalidad o la desconfianza de los editores sobre los lectores, y no deja de ser paradójico cómo se siguen editando periódicos, libros y revistas en una sociedad que supuestamente no lee.
El editor era el que entrenaba a quienes aún no eran periodistas en la redacción, era el tipo que de mejor o peor manera te decía por donde era el camino o por donde no era. Esa figura ha ido desapareciendo y los editores se han convertido en medidores de rating. “¿Que se puede publicar para que dé más clicks?, ¿de qué manera se puede titular para que la gente no entienda la noticia leyendo el titular y tenga la necesidad de entrar y ver?” Es un camino bastante perverso. Sin embargo, la desconfianza que mencionabas y que Martín también ha mencionado, tiene una connotación peyorativa con los lectores porque es una idea que desconfía de la inteligencia de las personas.
Yo tiendo a apostar por el lector que es más inteligente que yo, al que por supuesto tengo que explicarle las cosas con claridad, pero siempre dando por sentado que una vez expuestas todas las facetas de una crónica, no hay que explicarle cuál es la conclusión.
Hace tiempo hablé con un amigo y coincidimos en que el mejor nuevo periodismo es el viejo periodismo, volver a hacerlo como se hizo siempre.
Siempre he pensado en el concepto de cultura como un pescado enjabonado. Tomando en cuenta el amplio espectro que abarca, ¿cómo podemos definir hoy en día el periodismo cultural?
Hace mucho tiempo impartí en México una conferencia que se llamaba El periodismo cultural no existe. Y lo que quería decir ahí no era que este no existiese, sino todo lo contrario, que lo que antes definíamos como periodismo cultural ha perdido en nuestro tiempo –por suerte– esa definición tan rígida que era hablar de ópera, libros, música clásica, entre otros. Hoy no puedes hablar de cultura sin contemplar el grafiti callejero o el reggaetón. Recuerdo, por ejemplo, cuando empezó el boom de lo electrónico, lo digital; todo eso era mirado con un poco de espanto y sospecha. Propuse a hacer varios textos y artículos sobre el tema y me asombré por un universo fascinante donde la gente se estaba moviendo con otras reglas. Como periodista tienes que estar atento al ritmo de tu tiempo y no estancarte en los debates de que “cultura es esto, sociedad es aquello, el crimen es eso”. El mundo ha cambiado, los hechos que antes denominábamos crímenes pasionales ahora son feminicidios. Tienes que estar abierto a cambiar los anteojos con los que miras la realidad.
El boom de la crónica latinoamericana nos ha presentado temas de violencia y pobreza, sobre todo. Tú has apostado en una parte de tu trabajo por contarnos un fragmento del otro lado, el de la élite. ¿Por qué has apostado por estas historias?
Las cosas que le pasan a la gente común muchas veces dependen de sujetos muy poderosos a los que nosotros como periodistas no tenemos acceso, o tenemos un acceso muy limitado. Un empresario te puede recibir en su empresa 15 minutos o media hora para hablar de un tema puntual, si eres un periodista económico, pero si quieres hacer un perfil sobre el hombre más rico de México o sobre la señora más rica de Argentina, quizás acepten una entrevista, pero con una abogada al lado. Las personas poderosas están muy cómodas en este universo que se han conformado, en el que le dan acceso a unos o a otros eligiéndolos a través de agentes de prensa o mercadotecnia, sin permitirle el acceso a un periodista que no va a buscar información para una noticia, sino a hacer una crónica, un perfil que retrate su vida cotidiana.
En ese universo puedes encontrar cosas muy horribles y cosas nada horribles. Es muy interesante conocer cómo es el ecosistema de pensamiento, cómo es el ecosistema de la vida de esas personas, cuyas decisiones nos afectan cuando tenemos que pagar la luz, el gas, la casa, el auto, el pan, la harina, la comida, el colegio de nuestros hijos.
Tu libro Una historia sencilla (2013) empieza con la frase: “Esta es la historia de un hombre que compitió en una competencia de baile”, pero cuando terminamos de leer el libro nos damos cuenta que esa historia es mucho más, ¿cómo eliges tus temas y cómo te das cuenta que el panorama de esa historia siempre es más amplio?
Creo que es muy difícil entender por qué conecta uno con una historia y no conecta con tantas otras. Yo siempre estoy muy atenta, con el radar encendido. No te diría que buscando temas pero, bueno, sí, un poco, como una especie de radar sumergido que va ondeando la superficie y detecta objetos y luego detecta otros. Creo que es importante poner el ojo en historias que a lo mejor no tienen tanto protagonismo en la conversación diaria. Podríamos decir el margen, pero no entiendo el margen como marginalidad. Quizá la palabra más adecuada es periferia, todo lo que no está bajo el ojo de lo más notorio. La crónica es, por definición, un género que se ocupa de las periferias, aunque hay que ver qué entiende cada uno por periferia.
Hace poco leí un texto, no recuerdo quién era el autor, pero se me quedó una idea que hacía referencia a las entrevistas como género literario, específicamente a la forma en la que el entrevistado trata de construir y comunicar un personaje con ciertas características. ¿Cómo lidias tú con estas intenciones de tus entrevistados a la hora de contrastarlos con tu propia perspectiva?
Cuando nos hacen una entrevista tratamos de ser sinceros pero también hay una especie de personaje. Como periodista tienes que saber eso. En principio, como hago un trabajo que es a profundidad y a largo plazo, cuento con cierta ventaja. Es muy difícil que una persona sostenga un personaje falso a lo largo de meses o de semanas. Por otra parte, en esas largas conversaciones van surgiendo algunas contradicciones, lo cual está bien, eso es lo que hace que precisamente a la hora de escribir puedas tener el retrato de una persona y no una parodia, o una caricatura, o un retrato hagiográfico como si fuera un santo.
A inicios del año pasado releí Operación Masacre (1957), de Rodolfo Walsh, y a fin de año leí tu libro La otra guerra: Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas (2021). Es triste darse cuenta que más de sesenta años después la violencia por parte del Estado sigue estando presente, pero resulta gratificante confirmar que la crónica sigue teniendo connotaciones políticas.
Es una frase hecha eso de que todo es político, pero es verdad, todo es político. En La Otra Guerra aparece el equipo argentino de antropología forense, una entidad que se dedica desde 1984 a rastrear, recuperar y verificar los restos de los desaparecidos. En principio de la dictadura militar, pero después de eso comenzó a multiplicar sus tareas. Han trabajado con distintas organizaciones internacionales identificando restos de personas víctimas de la violencia de Estado en todo el mundo. Yo los entrevisté hace muchos años, son personas muy cercanas a mí, de hecho fue por ellos que me adentré a todas las terribles encrucijadas y manipulaciones que hubo y que se reflejan en La Otra Guerra. Recuerdo que la primera vez que los entrevisté, en 2007, ellos me decían que ojalá los despidieran y que su trabajo no fuera necesario dentro de dos o tres años, pero cada vez tienen más trabajo. Los cronistas podemos contar esas historias para que dejen algún tipo de antecedente.
Walsh fue un maestro absoluto y 50 años después seguimos leyendo su libro. Es importante que ese libro exista y que haya quedado registrada esa masacre. No vamos a cambiar nada probablemente, pero a lo mejor sí podemos hacer que las cosas no se repitan con ese grado de gravedad, o, por lo menos, empezar a generar una idea en ciertas personas de que esas cosas son simplemente una masacre y no una represión contra unos sujetos que se portaron mal.
Los tiempos van cambiando y un elemento fundamental de los tiempos que estamos viviendo tiene que ver con los avances tecnológicos que han generado la creación de conceptos como el periodismo ciudadano. ¿Todos podemos ser periodistas?
No, para nada, en lo absoluto. Me parece que no todos podemos ser periodistas a pesar de que se han hecho muchos esfuerzos por convencer a la gente de que sí. Los medios mismos, dándose un tiro en el pie, le han dicho a la gente que cualquiera puede contar lo que quisiera. Y en teoría, un periodista, ante la realidad urgente, tiene herramientas profesionales para contar una historia. Nadie pretende tomar un zapato y arreglarlo sin saber cómo se hace. No estoy de acuerdo y me parece una premisa muy demagógica. Sin embargo, esto no quiere decir que no esté de acuerdo con que la gente exprese sus opiniones de todas las maneras posibles. El otro día una persona me escribió sobre una columna que escribí para El País y dijo en una frase lo que yo tuve que decir en 25. A eso me refería cuando hablaba de la inteligencia del lector, gente que es más inteligente que una, pero eso no quiere decir que ese señor, que es médico y es un encanto, tenga que ser periodista. También es una cuestión de vocación, no sé cómo puede ser una vocación tan extendida. Contar historias es una tarea que a veces puede ser muy aburrida y agobiante. Entonces no coincido con eso. Una persona con un teléfono celular y una cámara en el lugar indicado puede mandar esa información a un medio de comunicación o a un periodista que ya verá si hace una nota, una pieza de análisis, un reportaje.
Ahora que mencionas tus columnas: tengo la impresión de que es en donde más se puede apreciar la influencia de la poesía en tu escritura. ¿Qué representa llenar ese espacio de 300 palabras?
Siempre se me complica con la poesía porque no sé donde ponerla. ¿Qué es? ¿Es ficción? ¿Es no ficción? ¿Es ciencia ficción? Encuentro de todo. Es raro el género. Si te pones a pensar, ¿qué es lo que hace claro a un poema? Está esa cuestión narrativa que lo hace un poema, pero no un cuentito o una postal periodística. Y es verdad lo que dices, sí hay un lenguaje más poético, aunque no más lírico porque a mí me gusta la poesía rastrera, muy al pie. Y también es un reto escribir una columna de 300 palabras cuando estoy acostumbrada a escribir textos de 35 páginas. Se tiene que hacer un trabajo extremo con el lenguaje; por un lado, angostarlo o acotarlo mucho y por otro mandarlo al extremo de sus posibilidades. Diría que cada palabra en estas columnas está elegida como si fueran piedritas. Por supuesto, muchas a lo mejor me salieron mal, otras bien, pero es un trabajo muy artesanal. La verdad es que las columnas me permiten explorar cosas que las crónicas no, porque en las crónicas raramente aparezco yo en primera persona. Pero aquí, en estas columnas, he explorado mundos más propios, siempre pensando que si exploro un mundo propio, una experiencia propia, tiene que tener un nexo enorme con el universo de los otros. Si hablo de la muerte de un familiar, de alguna forma tengo que arreglármelas para que esa historia personal hable de la muerte de muchos otros. Siempre estoy pensando: para qué le voy a contar esto a alguien.