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Inseguridad: Así es como los niños la imaginaban


Por: Beatriz Inzunza

Maestría en Ciencias Sociales con Especialidad en Comunicaciones

por el ITESM y Doctorado en Estudios Humanísticos por el ITESM

y Social Sciences por la Universidad de Amberes. Profesora asociada

del Departamento de Ciencias de la Información.


En 2013, niñas y niños escuchaban a través de sus papás sobre la violencia en su país, su ciudad, sin tener claro a qué se referían. En las escuelas participaban

en simulacros de balaceras, y algunos hábitos familiares –como los viajes durante los fines de semana– poco a poco dejaron de realizarse. ¿Qué imaginaban los niños?

Muchos cambios, pocas explicaciones. A pesar de conocer las precauciones que debían tomar, la mayoría de los adultos no se tomaron el tiempo para platicar con sus hijos sobre la inseguridad y violencia que se vivía en la ciudad. Fue –y es– un tema tabú, por lo que no se atrevían a usar palabras como “narcotraficante”, “criminal”, “delincuente”, “secuestrador”, “sicario”, “asesino”, “crimen organizado”, “Zetas”. Para los regiomontanos todos ellos eran “Los Malitos”.

En ese contexto surgió esta investigación, la cual tiene como objetivo definir cuáles eran los imaginarios sobre inseguridad y delincuencia desde la vista de los niños de sexto grado de San Pedro Garza García, así como conocer cuáles eran las fuentes de información.

Se llevaron a cabo 45 entrevistas con niños y niñas; 23 de ellas en una Casa de la Cultura ubicada en una colonia de nivel socioeconómico medio-bajo, mientras que las restantes se realizaron en dos colegios de nivel socioeconómico medio-alto y alto. En estas entrevistas los participantes hicieron dos dibujos: en uno la instrucción era ilustrar una escena de inseguridad y, en el otro, a un delincuente.

Los padres de familia y las instituciones evidentemente se mostraron nerviosos cuando les presenté el proyecto. Les propuse que haría cinco preguntas antes de iniciar la entrevista, y en caso de que no surgiera el tema de inseguridad de manera espontánea, cancelaría esa sesión y continuaría con otra persona:

1.- Imagina que un extranjero que nunca ha venido a México te pregunta cómo es. ¿Qué le dirías?

2.- ¿Qué le dirías de Monterrey?

3.- ¿Qué le dirías de la situación en Monterrey?

4.- ¿De qué hablan normalmente los noticieros y periódi-

cos en Monterrey?

5.- ¿Hay algo que te preocupe de lo que hablan los noti-

cieros y periódicos en Monterrey?

Los 45 niños respondieron a alguna pregunta de manera espontánea abordando el tema de inseguridad, violencia o delincuencia, por lo que no hubo necesidad de cancelar ni una sola sesión. Todos los niños, independientemente de su sexo, nivel socioeconómico, institución de pertenencia o personalidad, tenían en su cabeza alguno de estos temas de manera oculta.

La fuente de información más importante la constituyeron los medios: la televisión en sus distintos géneros y formatos (noticieros, series, telenovelas e inclusive dibujos animados), cine; videojuegos e internet, principalmente. Sin embargo, esto no significó que fuera la fuente de mayor confianza para los niños: fue simplemente la que proveía más información ante el silencio de los adultos. Las otras dos fueron de carácter interpersonal (padres, familiares, amigos, maestros...), o individuales (al ser testigos de algo). Estas contaron con mayor credibilidad, pero fueron en definitiva menos accesibles.

El hallazgo de estos casos fue que, si bien la mayor parte de su historia está basada en lo que observaron, la información restante está compuesta por pedazos provenientes de fuentes interpersonales y masivos.

LAS HISTORIAS

Al hacer su primer dibujo se les pidió que contaran una historia desde lo que sucedió antes de la imagen hasta lo que pasó después. Frecuentemente la historia previa tenía que ver con la planeación del crimen, y lo posterior estaba relacionado con temas de justicia. En ocasiones se expresó una resolución optimista, como por ejemplo: que fueron a la cárcel, que los atraparon, que salvaron al secuestrado; a veces pesimista, pensando en que se escaparon, que continuaron con sus fechorías, que asesinaron a sus víctimas, o que la corrupción del país permite un sistema de justicia flojo.

Se observaron tipos de delitos que se clasificaron de la siguiente manera: delitos menores (robos), delitos mayores (secuestros y asesinatos), delitos relacionados al crimen organizado, y otros.

En los delitos menores se encontró que a muchos les preocupaba la invasión en sus casas, negocios o espacios de confianza como parques. En particular, dos niños fueron testigos de robos en una tienda de autoservicio, lo cual los motivó a relatar su propia experiencia.

Los participantes que atestiguaron robos narraron su testimonio desde lo que alcanzaron a comprender. El hallazgo de estos casos fue que si bien la mayor parte de su historia está basada en lo que observaron, la información restante está compuesta por pedazos provenientes de fuentes interpersonales y masivas.

Abe (2) bajó del coche por instrucción de su mamá a una tienda de autoservicio para comprar una bebida. Justo cuando se acercaba a la caja, llegaron un par de hombres armados al lugar. El cajero les dio dinero, unas cajetillas de cigarros y se fueron. En los siguientes días, un tío de él le informó que ya los había capturado la policía y estaban en prisión. Cuando le pregunté cómo creía que los habían encontrado, me dijo: “obviamente por sus huellas digitales”. Entonces quise saber cómo conocía ese proceso de investigación y me contó que fue a través de la popular serie de televisión CSI (Crime Scene Investigation) que conoció aquel método.

Historias como estas hicieron una interesante combinación de las tres fuentes de información que se encontraron en este estudio, con una credibilidad prácticamente idéntica entre ellas.

Los delitos mayores como secuestros y asesinatos fueron contadas primordialmente por niños. Dichas historias están inspiradas en su mayoría por cine y videojuegos.

La historia de Bob Esponja fue una de las más complejas. Contó que el hombre (vestido de naranja) había localizado mujeres a través de internet y acordó verlas en una cita romántica, en donde las secuestró. A las primeras las colgó (azul y gris), a la tercera le sacó los ojos y la dejó desangrándose (verde), y a la cuarta la tiene amenazada con una pistola. A un par de ellas las violó.

El niño no sólo conocía el concepto de secuestro, abuso sexual y asesinato, sino que además conocía distintas formas de hacerlo y lo ilustró de una manera más gráfica que el resto de los participantes.

El tercer tipo, relacionado al narcotráfico, tuvo distintas variantes, aunque no todos eran comprendidos en su totalidad por los propios dibujantes.

Cristy dibujó lo que es claramente un narcobloqueo, pero nunca utilizó ese término. Contó en su historia que la razón por la cual “Los Malitos” utilizan tráileres para bloquear calles es para robar carteras a los coches que quedan atrapados.



Dylan C, por su parte, dibujó el evento del Casino Royale en Monterrey en 2011, cuando en plena actividad, un grupo del crimen organizado entró, bloqueó todas las salidas, incendió el lugar y provocó la muerte de 52 personas. Tampoco mencionó el nombre del casino, pero el color rojo y la historia del incendio coincide con la tragedia.

Rodrigo basó su historia en el videojuego Grand Theft Auto y habló sobre el encuentro entre dos bandas delictivas que pelean por un cargamento de marihuana recién llegado a la ciudad. También indicó que los que aparecen en la imagen no eran propiamente los narcotraficantes, sino sicarios contratados para hacer el trabajo de luchar por el cargamento. Posteriormente el ganador llevaría “el producto” a un stripclub, donde usualmente se esconden los grandes capos.

“¿Y qué es un stripclub, Rodrigo?” “Hmm, es como un gimnasio para mujeres, pero que hacen ejercicio sin ropa. En mi juego de la tablet no puedo entrar a ver porque mis papás lo bloquearon, solo dejo la mercancía afuera del lugar.”

El cuarto tipo de inseguridad fue curioso porque retrató lo que perciben en su entorno directo. Por ejemplo, Gerardo reveló que él resiente la inseguridad en la forma en que su mamá se expresa de ella. En esta imagen ve cómo su mamá se muestra preocupada ante lo que ve en el noticiero y pide: “Por favor, Dios, que pare”.

Beto retrató una situación de acoso escolar en su escuela y confesó que eso también lo hace sentir inseguro. Es importante destacar en este punto que, para muchos de los participantes, un antecedente de acoso escolar es motivo suficiente para querer volverse delincuente.



LOS MALITOS


Un hecho es claro: El Malito siempre es un hombre. Ningún niño imaginó a una mujer criminal, y sólo en ocasiones mencionaron a las parejas femeninas como parte del grupo delictivo, aunque no participaban “en la acción”.

Constantemente se les veía como jóvenes mayores a los 20 años y con un nivel de estudios que no superaba la secundaria. Se les atribuyeron más defectos que virtudes, como por ejemplo ser “drogadictos”, “alcohólicos”, “malos”, “maleducados”, “sucios”. Algunos los consideraron sutiles por ser capaces de planear un crimen. Pero quizá lo más interesante fue que muchos de los participantes justificaron a este personaje con el argumento de que su ocupación tenía que ver con una mala infancia (padres abusivos o acoso escolar), pobreza, o reclutamiento forzoso de bandas criminales.

Las imágenes de la televisión influyen significativamente en sus imaginarios. A menudo se vieron elementos como ropa oscura, pasamontañas o tatuajes, los cuales también son clásicos del cine, series de televisión, telenovelas o dibujos animados.


Un ejemplo de delincuente que destaca es el de Cristy, quien está inspirado en Édgar Valdez Villarreal conocido como “La Barbie”, y José Jorge Balderas Garza alias “El JJ”, ambos distinguidos por utilizar camisetas de la marca Polo.

Por parte de los niños de nivel socioeconómico alto, hay una clara tendencia a desconfiar de los albañiles, quienes suponen que son “Malitos”. En general también existe una actitud clasista y racista de desconfianza, pues las descripciones físicas suelen ser de personas morenas y, definitivamente, pobres.

El problema con estos imaginarios es que refuerzan estigmas hacia grupos sociales, lo cual tiene como consecuencia una sociedad fragmentada, temerosa y desconfiada.

“¿Y qué deberían hacer los padres de familia?”, me preguntan constantemente. Hablar y permitir que los niños hablen. Como dije anteriormente, la credibilidad más grande la depositan precisamente en los adultos que rodean a los niños, por lo tanto, los valores y la forma de comprender la situación de su entorno va a estar más alineada a los principios familiares si ellos se toman el tiempo de explicar y resolver sus dudas.

Además es necesario discutir con ellos lo que ven en los medios de comunicación. Muchos de los niños estaban jugando, viendo y consumiendo información que está clasificada para personas mayores a ellos. Si ya lo hicieron, entonces es momento de trabajar en su pensamiento crítico para no generar más estereotipos, ni glorificar delincuentes como lo suelen hacer constantemente en los medios a los que están expuestos.

Hay en general una subestimación de la capacidad de comprensión de los niños. Creemos que no entenderán, que no sabrán diferenciar el bien del mal, que querrán imitar todo lo que ven y escuchan. Este proyecto demuestra que siempre encontrarán una explicación a sus dudas y a falta de una brújula moral, ellos harán sus propios criterios de ética para evaluar las acciones de otros.



 

[1] La Dra. Beatriz Elena Inzunza Acedo (Tichy) es Profesora Asociada del Departamento de Ciencias de la Información, de la Escuela de Educación y Humanidades de la Universidad de Monterrey. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Obtuvo su doctorado en un programa conjunto del Tecnológico de Monterrey y la Universidad de Amberes. Sus áreas de investigación son audiencias y usuarios, estudios de recepción, imaginarios y representaciones sociales.

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