Carlos Placencia
Arquitecto por el Tecnológico de Monterrey; maestro en Arquitectura con especialidad en urbanismo por Sachsen Anhalt Hochschule (Dessau, Alemania); postgrado en Planeación Estratégica Urbana por el Centro Iberoamericano de Desarrollo Estratégico Urbano (Colombia/Barcelona); coordinador de la Comisión de Desarrollo Sustentable en el Consejo Nuevo León para la Planeación Estratégica.
El desafío ambiental a nivel global es cada vez más palpable y nos exige una profunda reflexión sobre las implicaciones y el potencial transformador de las ciudades para cambiar el rumbo. Independientemente de la firma de tratados internacionales, acuerdos y programas, el replanteamiento va más allá de un tema de compromisos institucionales o éticos: es un tema de supervivencia.
Al hablar de replantear el rumbo de la ciudad no sólo nos referimos a la construcción física de la misma sino también a cambiar los comportamientos, mecanismos y modelos de desarrollo con los que hemos llegado hasta aquí. Es decir, la ciudad pensada como sistema social y físico, interdependiente e interrelacionada.
Por lo tanto, resulta inviable un enfoque basado en la eficiencia. Se debe considerar el bienestar integral, la justicia, la libertad, la equidad social y todos los elementos necesarios para los habitantes.
Los seres humanos dependemos del medio ambiente y los recursos naturales para el desarrollo. Sin embargo, el diseño actual del sistema ha tenido un costo muy elevado. La crisis actual es más la de un sistema que la de una especie.
Si no modificamos de manera sustancial la forma antropocéntrica de entender el desarrollo, en un futuro cercano habrá implicaciones que representen grandes pérdidas materiales, medioambientales y de vidas humanas. En este sentido, tenemos que actuar con la mejor evidencia científica y replantearnos cómo interactuamos con nuestro entorno y cómo operamos como sociedades.
ESTRATEGIA ESTRUCTURAL
Al repensar las ciudades no podemos dejar a un lado la demografía: para el 2030 se contempla que aproximadamente el 60 % de la población mundial habite en ciudades, un tercio de ellas en regiones con más de medio millón de habitantes. La mayor parte de este crecimiento urbano ocurrirá en países en vías de desarrollo. Por lo mismo, se han planteado esfuerzos como el de la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible a partir de una visión multidisciplinaria, cuyo eje rector es ser sostenibles a largo plazo.
De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU), el 75 % de los gases de efecto invernadero a nivel global son emitidos por las ciudades que albergan a más de la mitad de la población mundial. Tenemos que verlas como el problema para tomar acciones que nos ayuden a reducir sus necesidades energéticas. El gran reto es cómo evolucionar eficientemente y equitativamente sin estancar el desarrollo y sin deteriorar el medio ambiente.
El territorio no puede considerarse como un depósito de recursos inagotables, sino como una serie de procesos para la construcción constante de dichos recursos, con el objetivo de cambiar nuestra relación con el entorno, construir un escenario de largo plazo y fortalecer las capacidades locales.
En Nuevo Léon tenemos pendiente un enfoque regional sostenible, ya que el modelo actual de concentración en una sola región no lo ha sido. Se ha consolidado una ciudad-estado que concentra su crecimiento en unos cuantos municipios. No se trata de buscar la perfección de una ciudad sino de una red de ciudades sostenibles interconectadas.
Según el Plan Estratégico para el Estado de Nuevo León 2015-2030, nueve de los 51 municipios, es decir 5 % del territorio, concentran 83 % de la población; 87.7 % del PIB estatal; 85 % de las empresas y 89.9 % del empleo.
En la estrategia de desarrollo regional habrá que desconcentrar las actividades económicas, la riqueza, el uso desmedido de nuestros recursos, con el fin de brindar oportunidades para todas las personas. No sólo adaptar e imponer desde arriba sino reconocer las capacidades locales y construir desde abajo.
El modelo de desarrollo territorial que ha caracterizado a las ciudades mexicanas ha sido un modelo de expansión hacia la periferia basado en un sistema de producción y consumo insostenibles, por lo que la interacción territorial y metropolitana equilibrada es esencial.
Como sigamos concentrando todos los esfuerzos y capacidades en una sola región, estaremos condenando nuestro futuro. Es necesario entender las dinámicas territoriales de la ciudad que afectan o benefician, no sólo el desarrollo económico, sino el bienestar humano y medio ambiental. Las ciudades medianas o intermedias deberán jugar un mayor papel frente al excesivo crecimiento de la zona metropolitana.
Estamos en una etapa clave para las ciudades y tenemos la oportunidad de reconsiderar el patrón de desarrollo urbano, transitar de un modelo disperso, derrochador, ineficiente y de grandes costos sociales hacia un modelo más compacto e integrador que ofrezca oportunidades a la ciudadanía y que sea sostenible desde las perspectivas energéticas, sociales y económicas.
Definir el modelo de ciudad que necesitamos es urgente e indispensable, así como el de gobernanza metropolitana, para fortalecer el policentrismo y la complejidad. Los municipios no pueden operar como unidades aisladas, la interdependencia es una realidad y hay que asumirlo.
La colaboración es inevitable, los municipios comparten aspectos críticos que afectan la calidad de vida como lo es el aire, la geografía, recursos hídricos, la movilidad y también el entramado socioeconómico.
Tampoco podemos olvidar que existe un hilo conductor en el aspecto físico. El espacio público es útil para el ocio de las funciones básicas de las ciudades: tales como la relación social de tipo lúdico, de intercambio de información, formulación de oportunidades e innovación.
De igual manera cumple otra función que en ocasiones está infravalorada: la circulación y el movimiento. Por lo regular, la movilidad se piensa como una disciplina separada, cuando en realidad el espacio público canaliza toda esta actividad que, a menudo, provoca encuentros casuales, adquisición de información sobre el entorno y movimiento peatonal, que es lo que da vida a la ciudad.
Desgraciadamente, en la Zona Metropolitana de Monterrey sigue siendo una asignatura pendiente, junto con la infraestructura verde que construya ambientes urbanos saludables y biodiversidad.
La participación ciudadana, el diálogo y el debate son piezas fundamentales para la construcción del futuro. Está comprobado que la implementación unilateral de políticas públicas, incluso las justificadas, polariza y genera conflictos que requieren procesos participativos y efectivos que promuevan la colaboración entre autoridades y ciudadanía; reducir la brecha entre gobierno y sociedad, y garantizar una deliberación pública en la que las voces de todas y todos quienes se interesen sea escuchada.
Sin embargo, no debemos limitar la responsabilidad del daño ambiental a la ciudad en abstracto, ya que los ciudadanos y sus hábitos de producción y consumo tienen una participación directa. El cortoplacismo se ha convertido en un modo de vida.
Necesitamos ser más propositivos y cuestionar tanto lo público como lo privado.
Bruno Latour asegura que es inútil seguir oponiendo economía y ecología: hace falta conjugarlas reconociendo siempre que hacerlo es abrir la caja de Pandora. No se trata de retroceder sino de cambiar el rumbo. Es primordial un enfoque multidisciplinario que permita la construcción colectiva del modelo de ciudad que necesitamos y reconocer que se requiere de un enorme compromiso por parte del sector público, sector privado, sector académico, sociedad civil organizada y ciudadanía en general.
REFERENCIA:
ONU-Habitat, 2021. El ODS 11
C40 Cities, 2022. Aire limpio, planeta sano. Modelo para integrar la gestión de la calidad del aire y la planeación de la acción climática. p.31.
Consejo Nuevo León. Plan Estratégico 2030.
Bruno Latour, 2019, Du bon usage de la consultation nationale. AOC