Por: Paulo Alvarado
Desde hace casi 150 años Monterrey vive su era industrial. Tantos años de industria han provocado expresiones sobre lo hostil que resulta esta metrópoli para la Filosofía, la Literatura o la Teología. En suma, la industria en Monterrey sofoca al Humanismo.
La exacerbación industrial en Monterrey es violenta contra el ocio. Sin ocio no existen las humanidades. Habrá que precisar: el ocio no es pereza. Tan desvirtuado y arraigado está este significado que ha encontrado su vehículo de transmisión en el dicho popular “la ociosidad es la madre de todos los vicios”.
El ocio es propio de quienes no tienen negocio; los antiguos romanos designaban con el vocablo ne al adverbio no, de forma que la palabra en castellano negocio o el compuesto latino ne otium se refieren a la actividad sin ocio. Más adelante, los filósofos medievales atinaron a tratar el vocablo otium como relativo a la contemplación de las ideas.
En este orden, se entiende que quien tiene un negocio no tiene tiempo ni espacio para la contemplación de las ideas. ¿En qué momento la palabra “ocio” pasó de designar la virtuosa contemplación de las ideas a la viciosa pereza?, ¿existen algunas relaciones entre la contemplación y la pereza?
Es verdad, así como ocurre con la pereza, el ocio no manufactura, esto es, directamente no transforma la materia como sí lo hace la industria. Algunos llaman a esta característica del ocio como “gratuidad”. Sin embargo, a diferencia de la pereza que puede producir vicios, el ocio sí produce virtud.
El filósofo del siglo XX Josef Pieper, en su libro El ocio y la vida intelectual, descubrió que, entre los pensadores de la Grecia clásica y del medioevo, la actividad de conocer requería dos fases complementarias entre sí. El conocimiento requiere una etapa activa que experimenta sobre lo sensible, que sintetiza un informe sobre aquello que nos reportan cualquiera de nuestros cinco sentidos; asimismo, conocer requiere una etapa pasiva, en la que se incluye un elemento de pura contemplación receptiva.
La Edad Media distingue la razón como ratio de la razón como intellectus. La ratio es la facultad del pensar discursivo, del buscar e investigar, abstraer, precisar y concluir. El intellectus, en cambio, es el nombre de la razón en cuanto que es la facultad de la simplex intuitus, de la “simple visión”, a la cual se ofrece lo verdadero como el ojo al paisaje[1].
No tener capacidad para el ocio es un acto de pereza. La pereza consiste en vivir para el trabajo a tal grado que se desecha el autoconocimiento y, por ende, la autorresponsabilidad.
De esta manera, sí existe una relación entre el ocio y la pereza: el ocio es virtuoso; la pereza, viciosa. No tener capacidad para el ocio es un acto de pereza. La pereza consiste en vivir para el trabajo a tal grado que se desecha el autoconocimiento y, por ende, la autorresponsabilidad.
La pereza es el vicio de no ser uno mismo. La pereza es el vicio de la falta de autenticidad. Solamente el sujeto libre y ocioso puede desplegar todas sus capacidades de vida. El trabajo es virtuoso; la pereza, no. Paradójicamente, trabajo y ocio sí son compatibles. El ocio no es el tiempo disponible después del horario laboral; el ocio no es el descanso para retomar el trabajo.
El trabajo puede ser la expresión o materialización del ocio, pues para transformar algo, hay que imaginarlo, crearlo, pensarlo, discutirlo, diseñarlo, presupuestarlo. Después de toda esta contemplación, se echan manos a la obra industrial.
El ocio imaginado
Es posible trazar un recorrido por la forma de percibir el ocio entre los habitantes de Nuevo León a través de sus letras e imaginación. Tres textos literarios, de 1933 a 2015, sirven como marcas al construir argumentos sobre el ocio. Primero, El crimen de la calle de Aramberri (1933)[2], de Eusebio de la Cueva*, surge a partir de la tarde del 5 de abril de 1933, cuando don Delfino Montemayor volvía de su trabajo a su casa de Aramberri en Monterrey. En su domicilio, encontró a su esposa y a su hija asesinadas con cuchillo, como parte de un hurto. El exgobernador de Nuevo León narró estos acontecimientos en esta novela publicada apenas un mes después, el 6 de mayo del mismo año.
La narración es muestra de un discurso que enaltece a los regios honestos y trabajadores en contraposición de los foráneos viciosos y pervertidos. Don Delfino Montemayor es un trabajador abnegado. El narrador lo describe así, el mismo día del crimen, en el que “don Delfino, como a diario, emprendió el derrotero de costumbre. Iba hacia el llamado enérgico del deber, al vulgar pero enaltecedor desquite del salario, a continuar en los agitadores vaivenes de la lucha perpetua del vivir”.
En contraste, los cinco criminales son descritos como viciosos, sin oficio legal. Entre ellos se hallaban dos sobrinos de don Delfino: Fernando y Heliodoro. Este, hijo del agricultor Bernardo, es el único de la familia “que muy de vez en vez lo acompañaba (a su padre), siempre a regañadientes, porque no le gustaba ni ese trabajo ni esa vida”. Su padre constantemente le preguntaba: “¿Qué quieres hacer? ¿A dónde vas? Esto es lo tuyo, esto es lo nuestro. Sienta cabeza que buena falta te hace y déjate de andar por allí. ¡Sabe Dios en qué pasos! Con gentes que nada bueno te traerán”.
La pereza es el vicio de no ser uno mismo. La pereza es el vicio de la falta de autenticidad.
Eusebio de la Cueva hace hincapié en afirmar que los asesinos tienen su domicilio lejos de Monterrey, en Zuazua; como contraparte presenta como motivo de orgullo el trabajo y el ahorro de don Delfino Montemayor, obrero en Fundidora, afincado en Monterrey. La narración establece que no es Monterrey el origen del crimen. Los personajes de la novela atribuyen la fuente del crimen a la insuficiencia de la policía de la ciudad, los atributos de lenidad de las autoridades, pecados lamentables de supuesta indiferencia, las cuadrillas de malhechores científicamente organizadas que habían venido de otras regiones a sentar sus reales en Monterrey, el porcentaje lastimoso de tabernas y casas equívocas, de placeres equívocos, que resultaban receptáculos fáciles y cómodos de toda suerte de viciosos.
Trabajo, industria y ahorro son valores fundamentales para El crimen de la calle de Aramberri de Eusebio de la Cueva. Por la época, el trabajo heroico entre los regiomontanos era aprobado en otros textos como aquella publicación periódica de 1929, distribuida entre obreros de Cervecería Cuauhtémoc, en la que se lee un fragmento escrito por el uruguayo José Enrique Rodó:
Quien de algún modo no es obrero, debe eliminarse de la masa del mundo, debe dejar la luz del sol, y el alimento del aire y jugo de la tierra, para que gocen de ellos los que trabajan y producen y a los que desenvuelven los dones del vellón, de la espiga o de la abeja[3]...
El crimen de la calle de Aramberri, de 1933, enaltece el trabajo, la industria y el ahorro para los regiomontanos hasta el heroísmo, criminaliza la pereza e identifica el origen de la violencia fuera de Monterrey. Asimismo, por la época, la persona que no es obrero, aquel que no trabaja ni produce, “debe eliminarse”.
Industria y trabajo
Segundo, Duelo por Miguel Pruneda (2002)[4], de David Toscana, relata la historia de un regiomontano próximo a la jubilación, quien se cuestiona por un valor para su existencia. Esta crisis lleva al protagonista a confrontar su propia vida ante la de su vecino difunto don José Videgaray, asesino de un gringo en venganza por la batalla de San Jacinto**, pero 120 años después de la guerra entre México y Estados Unidos.
Miguel Pruneda no está feliz con el festejo que la empresa en la que trabaja le organiza por sus 30 años de servicio, pues se siente como un exhibido “mono de feria”. El protagonista de Toscana busca una nueva vida, que comienza con una crítica a la cotidianeidad. Señala que un héroe lo es “no por sentarse frente a un escritorio”, sino por “un arma bien utilizada, sea fusil, espada, puñal o puño”, una figura incomprendida en “esta ciudad [que] premia la acumulación, no las agallas”, que levanta estatuas a “los dos grandes hombres de Monterrey: uno que sólo acumuló dinero; otro que sólo acumuló páginas, sin que ninguno arriesgara la vida por una causa”. Desprecia a Monterrey “que se quiere erigir como motivo de orgullo para la nación, [que] en verdad fue su ruina; por cobardía, por traición, por ineptitud”, refiriéndose a la guerra contra Estados Unidos, en la que “los regiomontanos nos hubiéramos parapetado a piedra y lodo en la ciudadela, en la catedral, en donde fuera, en vez de andar corriendo por las calles”.
Ante una lección de historia en El Obispado, Miguel Pruneda critica que Monterrey se proclame como heroica; la derrota que sufrieron los regiomontanos contra el ejército de Estados Unidos*** lo hace pensar que esta ciudad es, más bien, “oprobiosa, cobarde, vendida, porque no era posible que un puñado de hombres, por bien armados que estuvieran, tomaran nuestra Ciudad al tercer día”. De esta manera, honra la postura del difunto don José Videgaray.
Él (don José) debió nacer en 1820, de modo que cuando nuestra ciudad enfrentara al ejército norteamericano él estuviera en plenitud de facultades para comandarnos hacia la victoria; ningún ejército enemigo habría hecho mella en un pueblo azuzado por las agallas y convicción de tan ejemplar regiomontano. Son héroes como éste los que necesitamos hoy en día, que aún frente a las causas perdidas tomen su espada y den una estocada al enemigo; son héroes como éste los que nos hacen ver cuán poco somos quienes dedicamos nuestras vidas a sumar cifras o escribir palabras o cocinar viandas o andar en bicicleta o cortar el pelo o lo que sea...
Duelo por Miguel Pruneda, de 2002, critica el heroísmo de la industria y el trabajo; hace burla del orgullo regiomontano afincado primordialmente en la acumulación del dinero y las páginas. Es una obra del absurdo que fisura valores con más de 150 años de penetración.
Contemplación e inspiración
Tercero, El murmullo de las abejas (2015)[5], de Sofía Segovia, es la historia de Simonopio, un habitante del noreste mexicano que, recién nacido, fue abandonado bajo un puente, hacia 1910; malformado y mudo, el chico es rescatado por los hacendados Morales, quienes intentan defender sus propiedades y convicciones laborales ante la reforma agraria posrevolucionaria.
Simonopio labora en el campo y en la casa con sus padrinos. A diferencia de ellos y del resto de los habitantes de la zona citrícola de Nuevo León (Linares, Montemorelos, Allende), activa sus sentidos para atender las señales de la naturaleza e integrarlas a su vida cotidiana. Observa y comprende las señas que emiten las abejas, los cambios climáticos, las conductas de la fauna y otros fenómenos.
(A Simonopio) le habría gustado hablar sobre sus abejas y preguntarle a cualquiera por qué tú no las escuchas si también te hablan, como a mí. De haber podido, habría hablado sobre la música que las abejas cantaban a su oído dispuesto sobre flores en la montaña, encuentros lejanos y amigas que no habían completado el largo viaje de regreso; sobre el sol que un día brillaba fuerte, pero que al día siguiente quedaría cubierto por nubes de tormenta...
Observa las manifestaciones de la naturaleza, por lo que, de tener voz, le habría gustado preguntar a su vecina “¿por qué tiendes la ropa que lavaste si al rato, cuando llueva, tendrás que correr a quitarla?”. Asimismo, comprende los ciclos del medio ambiente, por lo que habría querido cuestionar a su padrino por las causas de su descuido “para evitar que se muriera la cosecha en una noche helada del pasado invierno: ¿qué no sintió venir el frío?”.
Es un personaje que se conduce de la contemplación intellectus a la descripción racional ratio, avanza de lo que observa a aquello que conceptualiza. Simonopio no es perezoso, pero sí es ocioso. Una figura difícilmente observada en la literatura de Nuevo León. Simonopio, así, es el héroe del ocio de la ficción en Nuevo León.
En suma, Eusebio de la Cueva presenta al hombre industrial como héroe regiomontano; David Toscana se burla de tal héroe para fisurar los valores que lo sostienen; y Sofía Segovia imagina un héroe integral: el sujeto de Nuevo León industrial ocioso. La invitación es doble: leer estos tres textos y reivindicar el ocio humano.
Paulo Alvarado
Doctor en Estudios Humanísticos, literatura y discurso; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Monterrey (UDEM).
REFERENCIAS Y NOTAS
1 Pieper, J. (2003). El ocio y la vida intelectual. Rialp.
2 De la Cueva, E. (1933). El crimen de la calle de Aramberri. Talleres J. Cantú Leal.
3 Rodó, J. (1929). Trabajo y ahorro. Publicación de la Sociedad Cooperativa Cuauhtémoc, 299.
4 Toscana, D. (2002). Duelo por Miguel Pruneda. Plaza & Janés.
5 Segovia, S. (2015). El murmullo de las abejas. Lumen.
* No es conveniente confundir esta novela con El crimen de la calle Aramberri, de Hugo Valdés, publicada en 1994.
** La batalla de San Jacinto significó la derrota de Antonio López de Santa Anna, quien, tras la batalla de El Álamo, perseguía a los texanos sobrevivientes, quienes, acorralados ante el río, parecían no tener posibilidades de éxito; sin embargo, el militar mexicano durmió una siesta de la que despertó derrotado (Crisp, J. (2009). Confrontando El Álamo. La última batalla de Davy Crockett y otros mitos de la Revolución de Texas. Fondo Editorial de Nuevo León.
*** En 1846, ante la invasión estadounidense, los militares en Monterrey levantaron tres fortificaciones, una en la Ciudadela, otra en Tenería y una tercera en el Obispado. “En la madrugada del día 22 (de septiembre) cayó en manos enemigas, por diversos errores, el Obispado”. González-Quiroga, M., & Morado, C. (2006). Nuevo León ocupado. Aspectos de la guerra México-Estados Unidos. Fondo Editorial de Nuevo León.