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Dos incendios. Legado arquitectónico de los teatros Progreso y Juárez en Monterrey


 

Ilustraciones: Abigail Moreno Esqueda

Por: Leonardo Marrufo Lara


Pensar en la ciudad de Monterrey no sería posible sin su historia industrial de finales del siglo XIX. Del mismo modo, es imprescindible la construcción del relato en torno a la cultura del esfuerzo, trabajo y dedicación, forjado a principios del siglo XX. Testimonios, novelas, libros de historia forman un gran acervo que repasa la memoria de la ciudad. Sin embargo, en los archivos judiciales también reside gran parte de la memoria de la capital de Nuevo León. Ahí también aparecen los relatos que revisan, con base en evidencia, los eventos trágicos que marcaron a la sociedad. 

Adentrarse en los expedientes judiciales nos da la oportunidad de abrir el panorama a otras historia, que parten desde el ángulo cotidiano, el de los habitantes y las costumbres que han evolucionado con el paso de los años. Los incendios de los teatros Progreso y Juárez constituyen un ejemplo de ello, recintos icónicos por ser los más importantes en el marco del siglo XIX. Representaban el crecimiento de la capital neoleonesa, sobre todo del aspecto arquitectónico y las necesidades propias de una urbe en el ámbito de infraestructura, como  la creación de calles y servicios públicos.  

Recordar el progreso

La inauguración del primer teatro de Monterrey tuvo lugar en 1857. Su nombre, Teatro del Progreso, permite contextualizar la visión del entonces gobernador de la entidad, Santiago Vidaurri, quien propuso su construcción para el disfrute de la ciudad, debido a que en ese momento no existía ningún recinto emblema como el que se edificó en aquel año. Cabe mencionar que, antes de la aparición del recinto, las obras solían interpretarse en patios de escuela u hoteles1, tal como señala Luis Martin en su libro El Teatro del Progreso, 1857-1896: Esplendor cultural en Monterrey. En realidad podría afirmarse que antes de la existencia del edificio, el teatro se representaba en cualquier sitio donde fuera posible. 

Además, en 1857 apenas habían transcurrido cinco años de la fundación del antiguo Palacio de Gobierno, ubicado entre Morelos y Escobedo –en donde actualmente se encuentra una farmacia– hecho que sumaba importancia a la propuesta de brindar un recinto teatral digno a los regiomontanos. Así mismo, este primer teatro fue ideado con el propósito adicional de servir para eventos oficiales del gobierno estatal y municipal. Este hecho convirtió a la calle Escobedo en el sitio ideal para la edificación que propuso Vidaurri: a pocos metros estaba el despacho del gobierno local. 

Curiosamente, la calle en donde se construyó el recinto fue posteriormente nombrada Calle del Teatro[1]. El dato anterior ayuda a dimensionar la relevancia que tuvo la apertura del Progreso para la población; el nombre de la calle debía recordarle a toda la ciudad que en ese lugar se hallaba un teatro. Además, es preciso reiterar la importancia de su nombre; llamar “Progreso” al teatro no fue una elección al azar. Se trataba de una evocación a la causa que el gobierno buscaba instalar en el imaginario colectivo de aquel entonces. El progreso y la estabilidad ya se consideraban conceptos de gran relevancia tanto en la entidad como en el país. Por ello, la apuesta consistió en crear un espacio cultural que se ajustara a las características del neolonés: empuje, esfuerzo y trabajo. 

Representaban el crecimiento de la capital nuevoleonesa, sobre todo en el aspecto arquitectónico y las necesidades propias de una urbe en el ámbito de infraestructura, como  la creación de calles y servicios públicos.

Asimismo, esa simple palabra –“progreso”–  detonó mejoras en la zona céntrica de Monterrey. Pocos meses después de que el Teatro del Progreso fuera inaugurado, la Calle del Teatro se convirtió en una de las primeras en recibir la iluminación de farolas. La instalación dicho alumbrado público fue justificada bajo el argumento de que brindaría mayor seguridad a aquellos ciudadanos que salieran de noche de las obras teatrales o de algún evento oficial. Posteriormente, debido a la relevancia que cobró el espacio, la Calle del Teatro también tuvo el privilegio de ser la primera en ser iluminada por bombillas una vez que la energía eléctrica ingresó a la capital neolonesa[2]. 

Aquel progreso no limitó sus alcances a la infraestructura, sino que se extendió al ámbito legal. La llegada misma de un edificio destinado al entretenimiento y que cerraba a altas horas de la noche trajo, desde luego, episodios comprometedores para aquello que la población entendía por buenas costumbres. Frente a tal escenario, surgió la necesidad de imponer horarios y un marco normativo para que la autoridad, en este caso los juzgados de la ciudad de Monterrey, castigara con el pago de multas a los escandalosos[3]. 

El escándalo ocasionado por aplausos pronto se hizo recurrente, situación que originó el Reglamento de diversiones públicas, como respuesta del Ayuntamiento regiomontano en 1891[4]. Una disposición que actualmente podríamos considerar como “ley mordaza”, pues su principal objetivo era aplacar el ruido que provenía del interior del teatro, además de obligar a los actores y productores a cumplir con sus contratos, ventas de boletos, guiones e, incluso, evitar que improvisaran.

Recordar el concepto de progreso –en su acepción decimonónica–, como elemento constitutivo de la memoria de Monterrey, permite dimensionar los avances efectuados en solo 40 años, periodo que llevó a la consolidación de la ciudad y la encaminó a convertirse en una capital industrial hacia finales del siglo XIX. A su vez, da cuenta de la abrupta transformación que sufrió el cuadrante del centro de Monterrey tras la apertura del Teatro del Progreso: calle empedrada, alumbrado público, vigilancia constante por los gendarmes y una reglamentación para los espectáculos. Y es que, a menudo, olvidamos las mejoras y nos centramos en su fracción más conocida: el incendio.

La memoria se pierde en el fuego

Resulta peculiar cómo los relatos e historias que narran el  crecimiento de Monterrey olvidan que antes de la industria hubo ópera, zarzuela, opereta, drama y comedia. Solo se evoca al trágico hecho que destruyó el “esplendor cultural de Monterrey”, el incendio, sin antes ser mencionado como el primer teatro de la ciudad.

El 8 de septiembre de 1896, poco antes de su aniversario número 40, el Teatro del Progreso fue consumido por el fuego, aparentemente de manera accidental. Aquella noche estaba llena de esplendor, se había presentado la ópera Cavalleria Rusticana[5]. Antes del fuego, todo era júbilo, aplausos, gritos de aclamación y emoción. 

Al interior del teatro se encontraba una cantina en donde las personas pasaban una velada acogedora después de algún espectáculo. Este establecimiento era atendido por dos personas que eran tío y sobrino. Mientras el tío salió a revisar uno de los carretones en donde se transportaba la cerveza, el sobrino servía tragos a los comensales; cuando en un instante las personas gritaron “¡Fuego!”. Momentos después, las llamas empezaron a devorar el escenario y la gente corrió despavorida del teatro[6].

Las notas periodísticas de la época mencionan que las lenguas de fuego llegaban a una altura aproximada de 40 metros[5], prácticamente toda la población pudo ver la conclusión de un oasis cultural en medio de una ciudad cada vez más caracterizada por la industrialización. Solo quedaron los escombros de un primer progreso, tanto del teatro como de los avances alrededor de este. Como decía Luis Martín “... es el Teatro del Progreso. Era lo más importante de la ciudad”[7].

Ilustraciones: Abigail Moreno Esqueda

El transcurso del tiempo llevó a la construcción de otro edificio en el mismo espacio. No obstante, poco a poco se fue perdiendo en la memoria de la ciudad el icónico recinto, lugar de obras, graduaciones escolares, eventos patrióticos e informes de gobierno. El fuego consumió también el recuerdo y la memoria de la construcción más importante de la Ciudad de Monterrey a mediados del siglo XIX.

Un nuevo progreso

El vacío que dejó el Teatro del Progreso duró solamente dos años. En su lugar, el Teatro Juárez abrió sus puertas el 15 de septiembre de 1898 sobre la actual calle de Zaragoza, casi esquina con Juan I. Ramón[8]. Esta vez, la nueva sala formaba parte del llamado “progreso porfirista”, presente en varias regiones del país y, particularmente, en Nuevo León bajo el gobierno de Bernardo Reyes.

En sintonía con la línea estética que caracterizó la arquitectura del Porfiriato, el Juárez destacó por su lujo y ostentosidad.Como narra Armando de María y Campos en su columna “Visitando los teatros que Monterrey vio arder” de la revista Novedades de 1950[9], este espacio contaba con madera de una calidad superior a lo esperada, “gastándose cerca de doscientos mil pesos, pues artistas de la ciudad de México y de los Estados Unidos, acudieron a Monterrey para decorarlo con tan buen gusto y lujo”.

Por otro lado, si años antes el Teatro del Progreso inspiró el nombre de la calle donde estaba localizado, el caso del nuevo recinto fue el opuesto. Aunque el objetivo de su nombre era glorificar a Benito Juárez, también se trataba de una referencia al puente homónimo, localizado frente al edificio. Éste fue el primero en ser construido (1887) por un ingeniero y con materiales duraderos, tal como lo señalan Juan Manuel Casas y Claudia Murillo en el magnífico libro Bajo el símbolo del rojo clavel. Arquitectura de Nuevo León en la época de Bernardo Reyes, 1885-1909.

En las calles Zaragoza y Juan I. Ramón, ambas obras evidenciaban –a su modo– el crecimiento de Monterrey: el puente como la vía para sortear el canalón de Santa Lucía[10], y el teatro como símbolo de un nuevo esplendor cultural en la ciudad. Poco a poco, la antigua sala teatral fue quedando en el olvido. El nuevo recinto lucía más glorioso tanto en ornamento como en diseño, pues dejaba atrás el estilo sencillo y norestense del Progreso a cambio de uno más afrancesado y lujoso. 

Una de las descripciones acerca de lo ostentoso que se veía el Teatro de Juárez fue elaborada por Adalberto de Cardona en 1900[11], en la cual menciona que dicha sala tenía un piso removible para hacer grandes bailes, que los asientos eran elegantes y que tenía una capacidad aproximada para mil 300 personas.  

Además, uno de los sucesos que más están atados a la memoria de la ciudad es la visita de Porfirio Díaz en diciembre de 1898 y el gran banquete que se sirvió en el recién inaugurado Teatro Juárez, donde se pronunció una de las frases con mayor resonancia en la historia de Nuevo León: “Gral. Reyes, así se gobierna: se corresponde al soberano mandato del pueblo”[12]. 

La memoria se vuelve a esfumar por el fuego

Como teatro, el Juárez constituye el recinto más importante que ha tenido Monterrey; su elegancia, belleza y los eventos que ocurrieron en su interior así lo prueban. Sin embargo, pareciera que el destino lo enlazaba con el Teatro del Progreso: convertirse, por el fuego, en víctima del olvido.

La pérdida del Teatro Juárez fue también el fin, de alguna manera, de la memoria citadina sobre la importancia de tener recintos culturales que no estuvieran ajenos al progreso de la ciudad y su entorno histórico.

Fue la noche del 11 de marzo de 1909 cuando un gran incendio empezó a consumir el recinto teatral. La noticia corrió rápidamente entre los habitantes de Monterrey hasta llegar a los oídos del juez penal, Jesús María del Bosque, quien inmediatamente mandó a su personal a dar fe de lo que estaba sucediendo. Observaron la trágica escena, al igual que a uno de los dueños, Miguel Quiroga, quien no daba crédito a lo que sucedía[13].

Poco a poco el fuego consumió, nuevamente, el teatro más importante de la capital neoleonesa y nada podía detener la fuerza de las flamas. Y, mientras el fuego se expandía, la memoria del Teatro Juárez y del Zaragoza (también consumido por un incendio en 1908, tan solo un año después de su apertura) emergió ante los ojos de los ciudadanos.

La pérdida del Teatro Juárez fue también el fin, en cierto sentido, de la memoria citadina sobre la importancia de tener recintos culturales que no estuvieran ajenos al progreso de la ciudad y su entorno histórico. Quiroga quiso salvaguardar el recuerdo construyendo otro[8] que fuera de igual o mayor importancia.

Hacia el centenario de la Independencia de México fue inaugurado el Teatro Independencia el 15 de septiembre de 1910[8]. Sin embargo, no tuvo la oportunidad de asentarse en la memoria regiomontana debido a que meses después iniciaría el conflicto social más importante del siglo XX, la Revolución mexicana. La magnitud del acontecimiento impidió que gozara del esplendor que sus antecesores alcanzaron.

Es preciso recordar las palabras de Armando de María y Campos: “Monterrey merece un teatro centenario”[9].

Volvamos a recordar

Recordemos aquella añeja ciudad de Monterrey en la que dos recintos teatrales le dieron sentido a la vida cultural de su casco urbano. Recordemos a la capital neoleonesa en la que, para hacer apetecible la asistencia al teatro, hacía falta reconstruir calles e instalar servicios públicos como luz y agua, de modo que los puntos de concentración social fueran de la mano con la evolución que la ciudad experimentaba. 

Hay que voltear atrás y rebobinar un poco la memoria de nuestra ciudad a través de las fotografías, expedientes históricos y el material del patrimonio documental. También es necesario observar la antigua arquitectura de espacios públicos que en su momento fueron trascendentales, como los teatros Progreso y Juárez, pues aunque estos dos espacios ya no existen, la memoria de aquella ciudad persiste por conducto de las calles actuales de Escobedo, Zaragoza y Juan I. Ramón, que, si bien cambiaron de nombre, perduran en su esencia y trazado frente al paso del tiempo.


 

Leonardo Marrufo Lara

Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León; encargado de la Unidad de Investigación y Difusión Histórica del Poder Judicial del Estado de Nuevo León.

 

REFERENCIAS


1 Garza, L. M. (2019). El teatro del Progreso, 1857-1896: Esplendor cultural de Monterrey. Consejo para las Cultura y las Artes de Nuevo León.

2 Santamaría, A. L. (2017) “Escena Levadura: los teatros en Monterrey, entrevista a Luis Martín Gara”. Revista Levadura.

3 Marrufo, L. y Hernández, J. (2023). Relato de dos incendios: Teatro del Progreso y teatro Juárez. Dirección de Archivo Judicial del Consejo de la Judicatura del Estado de Nuevo León.

4 Acervo Histórico del Poder Judicial del Estado de Nuevo León. Fondo: Gobierno del Estado de Nuevo León. Serie: Legislación. Colección de leyes, decretos y circulares expedidas por el gobierno del Estado, desde enero de 1889 hasta diciembre de 1891. Año: 1891.

5 “Incendio del Teatro de Monterrey”. La Voz de Nuevo León. 12 de septiembre de 1896. 

6 Acervo Histórico del Poder Judicial del Estado de Nuevo León. Fondo: Poder Judicial del Estado de Nuevo León: Serie: Penal. Averiguación levantada con motivo del incendio del Teatro del Progreso. Año: 1896.

7 Moreno, A. (2021). Recuerdan trágico destino del primer teatro de la Ciudad. Vida Universitaria. Revista de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Universidad Autónoma de Nuevo León.

8 Vizcaya, I. (2010). Un siglo de Monterrey, desde el grito de Dolores hasta el Plan de San Luis 1810-1910. Comisión Estatal para la Conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana.

9 Maria y Campos, A. (1950). Visitando los teatros que Monterrey vio arder. Novedades. Reseña Histórica del Teatro en México. Sistema de información de la crítica teatral <criticateatral2021.org>.

10 Casas, J. M. y Murillo, C. (2010). Bajo el símbolo del rojo clavel. Arquitectura de Nuevo León en la época de Bernardo Reyes, 1885-1909. Comisión Estatal para la Conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana.

11 De Cardona. A. (1900). México y sus capitales: Reseña histórica del país desde los tiempos más remotos hasta el presente; en el cual también se trata de sus riquezas naturales. Adalberto de Cardona.

12 La visita del señor presidente de la República General Porfirio Díaz a la ciudad de Monterrey en diciembre de 1898

13 Acervo Histórico del Poder Judicial del Estado de Nuevo León. Fondo: Poder Judicial del Estado de Nuevo León: Serie: Penal. Causa instruida con motivo del incendio sucedido en el Teatro Juárez. Año: 1909.

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