Por: José Luis Berlanga Santos
En el debate político contemporáneo hay quienes plantean que la democracia está en riesgo ante el avance de los regímenes populistas. Por otro lado, hay quienes proponen una democracia popular como alternativa frente al tipo de democracia que defienden los regímenes neoliberales.
Aquí en México, para ser más específico, hay dos fuerzas políticas principales: la del Gobierno, que para fines meramente expositivos denominaré “la izquierda”, y la de la oposición, que sería “la derecha”[1]. La izquierda critica la transición a la democracia, asociada al periodo neoliberal, y sus instituciones (INE, Inai, entre otros), y ha planteado una democracia “del pueblo”[2], no ya de las élites. Por su parte, la derecha considera que el actual Gobierno es una amenaza para la joven democracia mexicana y un peligro de regresión autoritaria.
Ambas posturas, teóricamente, están equivocadas, y presuponen que sólo existe un concepto legítimo de democracia (obviamente el suyo), cuando realmente hay una pluralidad de concepciones.
Democracia liberal
Cuando la oposición advierte que la democracia en México está en riesgo, está hablando de un tipo en particular: la liberal (también se le podría denominar elitista o representativa). Como su nombre lo indica, surge de la unión o alianza de dos tradiciones políticas: de la democracia y del liberalismo. Históricamente, estos son dos procesos distintos. Incluso, estuvieron enfrentados. Y la alianza que construyeron no está exenta de tensiones (que permanecen hasta la actualidad).
La democracia surgió en Atenas, Grecia, alrededor del siglo V a.C. y su valor central era la igualdad política, todos los ciudadanos tenían el mismo derecho a participar en el poder (aunque no todos eran ciudadanos: las mujeres, los esclavos y los extranjeros estaban excluidos). Como decía Pericles, cualquiera que tuviera algo que ofrecer a los demás, independientemente de su condición social, formaba parte de la democracia ateniense. Se participaba, se ejercía la soberanía en la ecclesia, la asamblea popular. Todos contaban con el derecho a tomar la palabra (isegoría), se hablaba con franqueza (parresía) y los votos valían lo mismo (isopsephia). Era una democracia directa en la que los cargos políticos más importantes eran designados por sorteo. Los ciudadanos estaban formados para gobernar a través de la paideia (educación cívica)[3].
Por su parte, el liberalismo surgió en Inglaterra en el siglo XVII d.C. con John Locke, quien reivindicó los derechos naturales del individuo (a la libertad, a la vida, a la propiedad) frente a los abusos de poder. Para él, el Estado era un constructo artificial y un mal necesario que debía ser acotado por las leyes, por el derecho[4]. Aquí se presenta una diferencia sustanciala: mientras el liberalismo busca limitar el poder, la democracia busca distribuirlo.
Las tensiones entre ambas corrientes políticas se evidencian en tres aspectos. En primera instancia está el problema de la escala. Con el surgimiento en la Modernidad de los Estados-Nación se incrementa radicalmente el número de ciudadanos (en comparación a las Ciudades-Estado, la unidad política fundamental en la Edad Antigüa). Al aumentar la cantidad de ciudadanos disminuye la oportunidad de participar y los representantes sustituyen a la asamblea ciudadana. Se restringe así la participación cívica[5]. Los demócratas quedan a disgusto porque el poder no se distribuye con la amplitud debida.
Una segunda fuente de conflicto es la extensión del derecho al voto. En la primera mitad del siglo XIX, el liberalismo y la democracia se volvieron rivales. Los liberales proponían que este derecho al sufragio fuera exclusivo de los propietarios, es decir, que tuviera un carácter restringido, mientras que los demócratas querían ampliar el voto lo más posible y así desaparecer gradualmente los límites para votar.
La tercera está relacionada con las características de los representantes. En los orígenes del gobierno representativo, se creía firmemente que las personas electas para los cargos públicos debían ser mejores que sus electores en cuanto a riqueza, talento y virtud[6]. Por supuesto, los demócratas, cuyo valor por excelencia es la igualdad política, no compartían esta idea de que los representantes son individuos distinguidos y prominentes, superiores a los ciudadanos promedio.
Mientras el liberalismo busca limitar el poder, la democracia busca distribuirlo.
Pese a todo, liberales y demócratas terminaron aliándose en la segunda mitad del siglo XIX, en parte para hacer un frente común contra el socialismo que en la Revolución de 1848 mostró un incremento de fuerza. Pero también se unieron al darse cuenta de que sus principios eran conciliables. La ampliación progresiva de los derechos políticos (derecho al voto de pobres, mujeres y jóvenes) fue el elemento clave de la unión. Por un lado, los liberales aceptaron que el método democrático de las elecciones era la mejor salvaguarda de la libertad individual. A través de este, los ciudadanos se podían defender mejor de los abusos del Estado; y, por el otro, los demócratas reconocieron que la protección de las libertades que defiende el liberalismo era necesaria para el buen funcionamiento de la democracia. Participar en las votaciones sólo adquiere sentido si se realiza libremente, es decir, respetando las libertades de opinión, de prensa, de reunión, de asociación[7].
Con el paso del tiempo, en este “matrimonio por conveniencia” un integrante de “la pareja” se volvió dominante: el liberalismo. En su obra Capitalismo, socialismo y democracia (1942), Joseph Schumpeter (inspirado en el sociólogo liberal Max Weber) critica el idealismo de las concepciones clásicas de la democracia, que la asociaban con la soberanía popular, el bien común y la voluntad general. El austriaco propone una nueva definición: “método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo”. La democracia es, ante todo, un conjunto de procedimientos (elecciones limpias, periódicas y competitivas), despojada de valores e ideales. Y, por otro lado, es una competencia de élites por el voto de la ciudadanía[8].
Democracia participativa
Cuando hay una situación de polarización, como la del Gobierno y la oposición (izquierda contra derecha) en México, resulta frecuente que haya un tercero excluido. En el caso del debate sobre la democracia hay una concepción teórica que suele estar marginada de la discusión: la democracia participativa (también se le podría denominar democracia deliberativa o democracia fuerte).
En 1970, con su libro Participation and Democratic Theory, Carole Patema[9] confronta con una argumentación solvente el discurso hegemónico sobre la democracia (liberal o elitista) que se fue configurando en aquel entonces a partir del texto de Schumpeter, con autores como Robert Dahl y Giovanni Sartori. Pateman les recuerda a los defensores del liberalismo que el principal aporte de la teoría clásica de la democracia era la vinculación entre los individuos y las instituciones de la sociedad con las que interactúan, lo que se podría llamar “cultura política”: actitudes, hábitos, sentimientos[10].
La democracia elitista, señala Pateman, relega a un segundo plano la parte normativa, es decir, los principios y valores: la participación de la gente ordinaria, el desarrollo de cualidades y actitudes prodemocráticas de las personas comunes. Si acudimos a los orígenes, en la democracia ateniense lo que importaba era la comunidad. De ahí la palabra ciudadano: el que se preocupa por la ciudad y sus problemas. A quienes no participaban en política se les consideraba idiotas (idiotés), porque solo se dedicaban a sus asuntos privados.
Para Pateman, el sentir que “marcas diferencia” al participar en política conduce a la “autoestima cívica”. Los elitistas no se plantean una sencilla pregunta: ¿por qué será que la gente es apática en la política? Hay una evidente correlación entre apatía política y una baja autoestima cívica.
Se aprende a participar participando, la autoestima cívica se desarrolla mejor en un ambiente participativo. Además, al participar se desarrollan actitudes prodemocráticas: la tolerancia, el diálogo y la deliberación conjunta, capacidad de llegar a acuerdos, respeto por las reglas y la legalidad.
Democracia de mayorías
Cuando la izquierda propuso una democracia popular como alternativa frente a la democracia neoliberal, hablaba de un tipo de democracia de mayorías (también se le podría denominar populista o iliberal)[11]. La democracia de mayorías surge en el siglo XXI como una respuesta frente a la crisis de la democracia liberal. Según el historiador Pierre Rosanvallon son cinco sus características principales. En primer lugar, la polarización de la sociedad entre la gente ordinaria (la gran mayoría) contra los ricos (una pequeña minoría). Hay un enfrentamiento entre el pueblo bueno y las élites corruptas, que tienden a manipular y explotar a las personas.
Una segunda característica es el papel clave del voto popular. Se combate a los contrapesos de poder como el poder judicial, organismos autónomos del Estado, medios de comunicación (poderes que no han sido electos por la voluntad general expresada en las urnas, es decir, por el voto de las mayorías).
En tercer término, está el tema de la representación política: el que manda es el pueblo, y el pueblo está encarnado por un líder. Más que una visión pluralista de la representación (diferentes fuerzas políticas en el Congreso, por ejemplo), se trata de una visión polarizada de la representación: ¿estás a favor o en contra del líder?
Un cuarto rasgo de la democracia de mayorías se vincula con su propuesta económica: hay una fuerte crítica a la impotencia de los gobiernos. El Estado debe recuperar su papel como representante de la acción colectiva a través de medidas proteccionistas (como alternativa frente a la globalización).
Finalmente, la quinta característica tiene que ver con un enfoque vivencial que enfatiza las emociones. Tradicionalmente, la democracia liberal se basa en los intereses de los diversos actores políticos, dejando de lado lo emocional. La ira, el agravio, el hartazgo, la esperanza se vuelven sentimientos centrales para este tipo de democracia[12].
Deliberación, el punto de encuentro
Sin duda, la democracia liberal sigue jugando un rol importante en las sociedades contemporáneas. Y con justa razón: las libertades individuales, los derechos humanos, los procesos electorales, son condición necesaria para la existencia de un régimen democrático. Si se restringen estos derechos, la democracia desfallece, el autoritarismo toca la puerta.
La derecha (de corte liberal) suele reivindicar estos aspectos y me parece que está en lo correcto. La izquierda debería reconocer el triunfo de la democracia liberal en esta temática de las libertades y derechos civiles.
En el caso del debate sobre la democracia hay una concepción teórica que suele estar marginada de la discusión: la democracia participativa.
Y por el otro lado, la izquierda acierta en muchas de sus críticas a la democracia liberal. Hay una especie de corto circuito entre los representantes y los representados. Los ciudadanos desconfían de los partidos, de los diputados, de los gobernantes. A su vez, los representantes se desentienden de la ciudadanía. El resultado es predecible: la gran apatía ciudadana y los serios problemas de corrupción e ineficacia de los gobiernos.
La derecha debería admitir que en la democracia liberal se generó un abismo entre las élites tecnocráticas y el ciudadano ordinario. Y que el énfasis exagerado en las reglas y procedimientos terminó por avasallar otras dimensiones de la democracia: los valores y las emociones.
Y ambas, izquierda y derecha, podrían acudir a la democracia participativa (que tiene un sólido anclaje en la democracia original: la ateniense) para encontrar luz en tiempos de oscuridad. La democracia participativa favorece la creación de instituciones que permitan la participación efectiva de la ciudadanía (asambleas vecinales, por ejemplo), impulsa las asociaciones de la sociedad civil y los movimientos sociales, y promueve la educación cívica y una cultura política democrática.
En suma, urge crear más espacios para la participación ciudadana. Las y los ciudadanos deberían participar más en la deliberación y en la toma de decisiones públicas. El poder debe distribuirse equitativamente. Considero, al igual que Pericles, que cada una de las personas tiene mucho que dar a la comunidad.
José Luis Berlanga Santos
Maestro en Ciencias Políticas por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ Profesor Asociado del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Monterrey (UDEM).
REFERENCIAS Y NOTAS
1 Obviamente, hay múltiples izquierdas en México, como la izquierda social, que no necesariamente apoyan al Gobierno: madres buscadoras de personas desaparecidas, movimientos feministas, ecologistas, defensores de migrantes, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), entre otros. Y también hay múltiples derechas: no son lo mismo la derecha liberal (la dominante) que la derecha conservadora o que la “ultraderecha” (seguidores de Trump, de Bolsonaro, de Vox).
2 En este caso “pueblo” se refiere a las clases populares, en contraposición a los “ricos y potentados”.
3 Castoriadis, C. (1998). El ascenso de la insignificancia. Las encrucijadas del laberinto IV. Universitat de València.
4 Locke, J. (1998). Ensayo sobre el gobierno civil. Porrúa.
5 Dahl, R. (1989). La poliarquía. Participación y oposición, Tecnos.
6 Hamilton, A., Madison J., & Jay, J. (1943). El Federalista. Fondo de Cultura Económica.
7 Bobbio, N. (1989). Liberalismo y democracia. Fondo de Cultura Económica.
8 Schumpeter, J. (1983). Capitalismo, socialismo y democracia. Orbis.
9 Pateman, C. (1970). Participation and Democratic Theory. Cambridge University Press.
10 Toqueville llamaba a la cultura política “los hábitos del corazón” y le otorgaba gran relevancia para la democracia.
11 Prefiero la denominación “democracia de mayorías” porque “populismo” o “democracia iliberal” puede tener una connotación negativa a priori.
12 Rosanvallon, P. (2020). El Siglo del Populismo. Galaxia Gutenberg.