Conversatorio: Narrativas hegemónicas
Por Miguel Ángel Lapuente
Dice la escritora estadounidense, Siri Hustvedt, que “la narrativa es una de las maneras con la que organizamos nuestra vida y la de los demás. Nos contamos historias sobre nosotros mismos para entendernos”1. Al tratar de dimensionar las implicaciones de la frase me pregunto si se puede hacer una interpretación lejos de su literalidad, si cabe la posibilidad de cuestionar qué significa entendernos y quién establece los parámetros.
México lleva 15 años sumido en una violencia narrada desde distintos ángulos: comunicación social, géneros periodísticos, la academia y la ficción en las dos pantallas, la chica y la grande. Paradójicamente, después de tanto tiempo y tantas versiones, los lugares comunes se mantienen y no sé cuánto hemos avanzado para comprender mejor qué es lo que sucedió y está sucediendo.
Con el objetivo de entender, por lo menos, algunos rasgos de las narrativas que han moldeado nuestra visión sobre la violencia en el país y cuestionar su legitimidad, conversé con tres expertos:
¿Existe alguna relación entre la construcción del relato de la guerra contra el narcotráfico y la caída de la Unión Soviética?
OZ. En 1986, Estados Unidos anticipó el colapso de la Unión Soviética y empezó una transición de sus prácticas intervencionistas. Fue un quiebre muy radical porque los imaginarios del narco, hasta ese momento, eran domésticos. Cuando se cae el muro de Berlín y Alemania se está reunificando, hay todo un mensaje político, simbólico y discursivo en Latinoamérica donde pasamos de las guerrillas hacia el narco como el principal problema. Se borra la imagen del comunista acechando la seguridad y empieza a aparecer el narco, pero el que aparece no es el de las telenovelas, es otro tipo, uno que controla diferentes sectores de lo social, incluso capaz de rebasar al Estado, algo que ninguna persona en los 80 se hubiera podido imaginar.
FM. Se cayó el muro de Berlín, se configuraron los equilibrios mundiales entre potencias y se generó un nuevo aparato discursivo que es el terrorismo. La guerra contra el narco, posteriormente, entra en el campo discursivo para sustituir al terrorismo. Sin embargo, no es equivalente porque el comunismo es un sistema político distinto al capitalismo. Son dos ideologías en pugna, una niega a la otra. No es lo mismo hablar de lucha al comunismo como lucha al terrorismo o narcotráfico. Es más, hasta en un país comunista se podría declarar la guerra al terrorismo o narcotráfico. No estoy equiparando los aparatos discursivos, lo que estoy haciendo es demostrar que sí funciona generar un enemigo poderoso que se necesite derrocar para justificar una serie de decisiones políticas.
GC. Tiene que ver con los patrones de desarrollo de la narrativa mundial. En ese momento se dirigió toda la conversión hacia la globalización y todas estas reformas estructurales económicas que se consolidan en el denominado “Consenso de Washington”. Lo que sucedió es que este modelo económico y político, el cual le da prioridad al mercado y ya es democrático, detona lo que se percibe y se anuncia como una “guerra de cárteles”, justo cuando comenzó a debilitarse el modelo priista y los gobernadores empiezan a ser los nuevos señores feudales en diferentes regiones de México.
¿Qué nos dice el caso del periodista Gary Webb sobre los medios convencionales y el periodismo independiente?
GC. Históricamente, el poder ha utilizado a los medios de comunicación para manipular la información y descalificar cualquier argumento que no se inserte en el discurso diseñado por el establishment. Se señala a quien pone en duda la “visión oficial” como un teórico de la conspiración. Lo de Webb fue muy ilustrativo; era tan evidente que no pudieron esconder ni descalificar sus revelaciones y al final la realidad le dio la razón. Hoy los medios no pueden generar esa contranarrativa porque son financiados por grandes capitales disfrazados (a veces de filántropos, a veces de defensores de derechos humanos, entre otros roles). Al final te vas dando cuenta de que los que tienen más poder y dinero están detrás de las narrativas reproducidas por los grandes medios de comunicación. Además, oscurecen la verdad.
OZ. Cuando Gary Webb empieza a hacer los vínculos entre narcotráfico y contraguerrilla en Nicaragua, se crea una respuesta hegemonizada de los medios de comunicación mainstream. Es una respuesta predecible porque los reporteros que cubren esas fuentes: Agencia Central de Inteligencia (CIA), Departamento de Justicia, Departamento de Estado o Defensa, dependen de una relación funcional con estas. Y no es una coacción, simplemente les dicen que lo que hizo Webb no está bien hecho y les dan más filtraciones. Según ellos desmintieron la información, pero sólo la distorsionaron. En la cadena de información, después de los periodistas están los productores culturales que hacen series o películas que le llegan a un público más grande. Así se genera todo un consenso que es muy difícil de romper porque se confunde con lo real.
FM. De ninguna manera me quiero comparar, pero viví algo similar cuando investigué las desapariciones forzadas. Estaba empapado de un discurso del narco ya construido, estoy hablando de finales de 2010 o inicios de 2011. Lo que investigaba chocaba con esta narración. Si explicaba la realidad con las herramientas interpretativas que estaban a mi alcance, no me explicaba lo que estaba documentando, pero si seguía mi instinto y el sentido que se formaba en mi investigación, automáticamente se ponía en discusión la narración que yo consideraba adecuada. Decidí escoger lo que podía comprobar y no lo que se estaba contando.
¿Cómo se ve en retrospectiva la estrategia de comunicación que echó a andar esa política de seguridad y su adaptación en medios?
OZ. Lo que ocurre en el sexenio de Felipe Calderón es que ahora es nuestra guerra y se me viene a la mente lo que dice el periodista Germán Castro Caycedo: “nuestra guerra ajena”. Se generó un consenso donde la culpa es de los mexicanos. No podemos pensar esta historia como el momento en el que Calderón inició todo y ahora no podemos salir de ahí. Estados Unidos está completamente inscrito en todo esto y si no pensamos la lógica de seguridad nacional a gran escala, lo único que haremos es criminalizarnos los unos a los otros. En México debemos tener cautela en el orden narrativo de cómo nombramos las cosas.
GC. El tema es el financiamiento. El aparato gubernamental —actuando muchas veces a favor de grupos de interés privados— tiene la capacidad de otorgar contratos de publicidad a ciertas agencias de medios de comunicación de gran alcance y de exaltar trabajos de periodistas que sean dóciles para sus causas. A través del financiamiento público se pueden establecer narrativas como la que justificó la guerra contra el narcotráfico.
FM. Quiero recordar que la definición del concepto de hegemonía tiene que ver con la adhesión por parte de la opinión pública. La hegemonía no es una fuerza que va de arriba a abajo y aplasta a los demás con violencia, tiene que ver con la seducción. ¿Funcionó la estrategia de comunicación? Claro que sí, pero funcionó porque había un background de periodistas que nos hemos prestado a este tipo de discursos sin ponerlos en discusión. Esto ha permitido una serie de políticas públicas que han devastado al país, sobre todo en ejercicios de violencia de estado, pero tenemos una responsabilidad y es importante reconocerlo para estar más atento a estas situaciones.
¿Qué nos dicen los cambios de estrategia entre los sexenios?
GC. Calderón llegó al gobierno siendo fuertemente cuestionado y sin legitimidad. La estrategia de declarar la “guerra contra las drogas” y hacer el operativo Michoacán le resultó contraproducente. La destrucción que se hizo del 2006 al 2012 requirió que se generara otra narrativa y Enrique Peña Nieto surgió como el “salvador de México”, algo que le convenía a Estados Unidos. Andrés Manuel López Obrador dijo que se iba a acabar la corrupción, pero no ha tenido éxito. Al final esas narrativas no se generan solas y la mayor parte de las veces responden a intereses concretos.
OZ. La entrega de Calderón a la lógica securitaria es la que nos lleva a la guerra, un proceso gradual generado entre décadas de supuesta colaboración con la agenda de seguridad estadounidense que en realidad fue una política de intervencionismo, extorsión y chantaje. Más que una guerra, todo esto produjo una violenta política de exterminio en contra de los más pobres y vulnerables. La política de comunicación es una herramienta muy importante y el gobierno de Peña Nieto lo sabía, así que implementó su propia estrategia que destacara otros temas, pero Ayotzinapa le descarriló todo. AMLO intenta revertir la tendencia, pero a mitad de camino se da cuenta que no puede y acude al Ejército para solventar no sólo la seguridad, sino obras importantes. Es muy ingenuo y peligroso creer que el principal problema de seguridad son los narcos. Nos hemos acostumbrado al Ejército en todos los aspectos de lo social que se confunde con la cotidianidad.
FM. Una de las cosas que pude investigar directamente en las estrategias de las empresas mineras o petroleras, en combinación con los gobiernos que operan, es la generación de violencia por parte del Estado o por parte de actores extraestatales, extrainstitucionales, seguidas de una política de “limpieza” que libera el campo para que se instalen las empresas que van a explotar recursos mineros o petroleros. Después de un sexenio de violencia y guerra, la idea era que se hiciera la reforma energética, primera acción del gobierno de Peña Nieto. No veo la misma situación con AMLO. Ahora el enemigo es la corrupción, un concepto vago pero que no involucra la violencia policiaca o de las fuerzas de seguridad en contra de la ciudadanía. Esto no quiere decir que ya no haya violencia, sino que discursivamente se ha modificado el dominio público.
¿Qué nos indican los cambios en los tipos de cobertura sobre la violencia?
GC. Creo que las redes sociales y el internet son un factor importante. En un corto periodo de tiempo se han construido espacios que hacen otro tipo de periodismo, uno más independiente. Asimismo, se ha democratizado el debate público. Ahora muchas personas que no estaban en los medios hegemónicos pueden dar su opinión en diferentes plataformas. La tecnología ha sido la mejor oportunidad para que el periodismo independiente se abra un espacio.
FM. Se puede percibir cómo un grupo de medios se han puesto en pugna contra el mismo gobierno. Yo leo a periodistas que parece que despertaron en 2018. Creo que una parte tiene que ver con el hecho de que antes no había esta participación crítica en contra del gobierno y ahora sí. También tiene que ver la relación del gobierno con los medios y el dinero público que se les otorga.
OZ. Los principales medios, como son los periódicos nacionales o televisoras, están supeditadas a las tendencias informativas que se generan en las propias instituciones oficiales. En lo general es una prensa muy mal preparada, poco profesionalizada y violentada por los propios patrones. Tampoco culpo a los reporteros porque es gente que vive de un modo muy precario y rinden dependiendo del salario que reciben de los empresarios que conducen los intereses de un medio, los cuales se convierten en discursos encontrados, opiniones en choque.
¿Cuál ha sido el rol del periodismo narrativo en la creación de imaginarios sobre la violencia en México?
GC. La herramienta del periodismo narrativo nos permite llegar con más profundidad, con más sentimiento, con más verdad, pero al mismo tiempo puede beneficiar a intereses internacionales legitimando una narrativa. Muchas organizaciones de la sociedad civil apoyan y promueven este tipo de periodismo; sin embargo, eventualmente, las narrativas se construyen como ellos quieren y sobre los temas que les interesan. Muchas veces estas organizaciones representan grupos de interés corporativos para beneficiar a sus dueños o financistas.
OZ. El periodismo narrativo ha sido uno de los grandes cómplices de la narrativa hegemónica sobre el narco y es la manifestación más eficaz de los productos culturales del neoliberalismo. Reemplazó al eje productivo del periodismo informativo con una industria que generó capital para sustentarlo, como lo son algunos premios y becas de investigación. Este género, fascinado por el capital simbólico que generaron los que lo inauguraron, adaptó relatos hegemónicos que pretenden describir la realidad latinoamericana. El problema es que hay demasiada narración y muy poca información crítica.
FM. La culpa no es del periodismo narrativo, la responsabilidad no es del género. Un montón de colegas hacen periodismo narrativo de excelente calidad y otros no. El problema no está en lo narrativo, sino en el periodismo. Si tu investigación tiene fallas en el rigor o en la honestidad intelectual, vas a hacer un mal periodismo. Otro aspecto es el performance que hay alrededor, lo cual impulsa a sacrificar el rigor periodístico por la narración tipo Netflix. Si decides que quieres hacer periodismo literario con el rigor que exige el periodismo, puedes aportar a la construcción discursiva para entender la realidad, pero depende de cómo haces el periodismo.
¿Qué efectos han tenido las series televisivas que abordan historias del narcotráfico?
GC. Ayudaron a fijar la aparente culpabilidad en fantasmas o procesos que fueron promovidos por ciertos intereses o espacios de poder. Dichas series han contribuido a distorsionar la realidad y presentan una visión de buenos contra malos, en la cual los malos son los narcos de origen mexicano, colombiano o de cualquier país en desarrollo. Por el otro lado, los buenos se presentan en forma de la DEA o agencias de seguridad de países desarrollados; bajo esta narrativa son ellos quienes buscan la “ley y el orden” y vienen a salvarnos. Estas narrativas justifican las políticas imperialistas y la dependencia.
OZ. Se piensa que el cine y las series de televisión son géneros colectivos, y es cierto, es el trabajo de mucha gente que no responde a los intereses de una sola ideología, pero lo que ocurre es que muchas de estas series no se generan en un vacío, sino en un horizonte de expectativas de circulación de narrativas hegemónicas. Pierre Bourdieu hablaba del habitus, esta forma de racionalizar lo social, lo que tú crees que es tu voluntad es parte del colectivo que piensa en una cierta dirección.
FM. Si yo, que trabajo todos los días como periodista en México, tengo dudas sobre la narrativa, imagínate alguien que no tiene conocimiento sobre el tema. Si esta es la narración que encuentras en todas las plataformas, ¿por qué las cuestionarías? En especial si entre los autores hay periodistas, ¿cómo van a decir algo que no es? La escena inicial de la serie de El Chapo muestra las imágenes reales de su captura y cuando se acaba la secuencia aparece el actor que lo interpreta. Solamente un fade out divide la realidad de la ficción.
Referencias
Husvedt, S. (2019). El poder de la literatura. México: Seix Barral.