Por: Xavier Gómez Muñoz
El fundador y editor de la desaparecida revista Etiqueta Negra, Julio Villanueva Chang, tenía cierta aversión por los signos de exclamación: es casi como reírse de tu propio chiste, dijo –recuerdo que dijo– alguna vez en un taller de periodismo narrativo en Quito, como insistir en el significado de un mensaje que, de estar bien escrito, no necesitaría instrucciones de uso cuando significa sorpresa, ira, entusiasmo o cualquier otra emoción.
Pero no todo el mundo tiene ese nivel de consciencia sobre la escritura. Los signos exclamación están ahí y se usan –quizá menos, o mejor, cuando hay ambición estética–, casi tanto como los signos de interrogación y los guiones y las comillas y todas las convenciones que ayudan a hacer más entendible la escritura que, como dijo –escribió– el teórico del lenguaje Walter J. Ong, separa al autor del mensaje, lo aísla, y en esa brecha que no es solo física se pierde el contexto, el tono, ciertas formas y gestos y todos los componentes no verbales de la comunicación que, perdonen la redundancia, también comunican.
En el siglo XIX hubo un señor llamado Charles Sander Peirce que luego sería famoso entre los semiólogos porque, entre otras cosas, dijo que un signo es una cosa que representa otra cosa, a la que puede o no parecerse, y crea en la mente de una persona un signo equivalente. En cristiano, y estrictamente en el campo de la escritura, sabemos que los signos del abecedario toman el lugar del sonido del que están hechas las palabras; para las pausas y el ritmo están los signos de puntuación; hay signos que representan acentos; convenimos que el texto que viene dentro de las comillas corresponde a las palabras exactas de otra persona o de un documento ajeno; se utilizan asteriscos, números o espacios para separar bloques temáticos; los dos puntos –también decía Villanueva Chang– crean cierta expectativa: se espera que lo siguiente sea algo bueno –pero no siempre ocurre–; una coma puede estar en lugar de un verbo; para aclaraciones (como esta) e intercalar un texto –dentro de otro texto– están los paréntesis y guiones, aunque estos últimos sirven también para recrear diálogos; y no recuerdo otro escritor que hiciera del uso excesivo de los puntos suspensivos parte de su estilo, como el autor de El nuevo periodismo, Tom Wolfe.
Recién a finales del siglo anterior se crearon signos que acompañan tipográficamente a la escritura y representan, por ejemplo, alegría. Y es ahí donde empieza la historia de los emojis.
Dicen los entendidos que antes de los emojis fueron los emoticonos. El primero apareció cuando alguien tuvo la idea de tipear una carita feliz, utilizando los dos puntos, un guion y un paréntesis incompleto, :-). Después seguramente fue una cara triste, :-(, y lo más lógico es que el siguiente emoticono fuera un guiño, ;-). Sus equivalentes japoneses fueron los kaomoji: ^_^, y se usaban especialmente para crear y compartir figuras a través de los servicios de mensajería (SMS) de los teléfonos celulares anteriores al smartphone.
Aunque también hay quienes afirman que los verdaderos ancestros de esos caracteres tipográficos que representan más que nada emociones, y utilizamos todos los días en nuestras conversaciones por chat y redes sociales, tienen unos 40 mil años: por ejemplo, el autor de The story of emoji[1], Gavin Lucas. En cuevas, monumentos y todo tipo de superficies, dice Lucas, los primeros humanos tallaban y dibujaban símbolos y figuras (el arte rupestre) y pintaban jeroglíficos con el fin de comunicar, antes de que se inventara la escritura que, como sabemos, tiene unos seis mil años: el primer registro de la escritura que se conoce son unas tablillas de arcilla utilizadas por los sumerios cuatro mil años antes de Cristo. Se les atribuye a los griegos la creación de un alfabeto basado en sonidos y no en signos que representan ideas o se parecen a las cosas. Y así fue la escritura… y la pluma, la imprenta, la máquina de escribir, el computador, los teléfonos celulares y el internet móvil y, claro, también los emojis.
En los libros escritos a mano, dice además Gavin Lucas, ya existían adornos que acompañaban a la escritura y, entre los siglos XIV y XV, cuando la innovación de un tal Johannes Gutenberg logró la masificación y difusión del libro –y el conocimiento–, los primeros editores se dieron cuenta de que necesitaban hacer más llamativa su marca y otros datos de impresión en los colofones, así que, para diferenciarlos del resto de páginas llenas de texto y más texto, crearon adornos tipográficos: he ahí los primeros antepasados impresos de los emojis. En la era del computador, Word no se ha quedado atrás, y ofrece fuentes tipográficas especiales, como es el caso de Wingdings o Symbol (Σψμβολ), por mencionar algunas.
Los emojis modernos fueron diseñados en Japón, en los años noventa, pero alcanzaron el clímax de su popularidad con el auge de los servicios de chat, las redes sociales y el internet móvil, en el nuevo siglo. Su nombre, escribe la doctora en Lingüística Agnese Sampietro, en Cómo hacer palabras con emojis: sustitución y enfatización visual de vocablos en WhatsApp[2], es el resultado de la unión de las palabras japonesas usadas para “imagen” (e) y “carácter” (moji). El éxito de estos caracteres especiales fue tal que varias empresas asiáticas de telefonía crearon sus propios estilos, y entonces empezaron los problemas: no se visualizaban bien en todas las plataformas y no se entendían en diferentes culturas; dicho de otro modo, para convertirlos en un fenómeno global había que estandarizarlos.
En 2009 Apple incorporó al software de sus teléfonos un conjunto de emojis y ese mismo año la industria dedicada a las tecnologías de la comunicación encargó a una organización sin fines de lucro, fundada en California y encargada de la estandarización de caracteres, llamada Consorcio Unicode, el control de los nuevos chicos del barrio digital, que complementan a la escritura.
Los emojis modernos fueron diseñados en Japón, en los años noventa, pero alcanzaron el clímax de su popularidad con el auge de los servicios de chat, las redes sociales y el internet móvil, en el nuevo siglo.
El Consorcio Unicode es, si se quiere, una especie de ministerio regulador del emoji, con la responsabilidad de estandarizar, definir, recibir y aplicar propuestas para la incorporación de estos nuevos caracteres. En 2019, asegura en su texto la doctora Sampietro, esta organización ya contaba con un catálogo de tres mil emojis, y la lista crece y se diversifica cada año.
Sabemos que, como aquellos primeros signos dibujados en cuevas, o incluso algunos caracteres del alfabeto chino, los emojis no tienen relación con los sonidos que representan, sino con imágenes. Más fácil: los emojis son, en su mayoría, pictogramas, por ejemplo, 😂. Pero también hay emojis que representan ideas, un ejemplo ideográfico es el emoji utilizado para reciclaje: ♻️. Se trata de un lenguaje de las emociones, capaz de representar expresiones faciales (🙄), gestos (🤔), convenciones culturales (👍)… que no alcanzan a decirse con palabras y, de algún modo, achica la brecha de significados que pierde la comunicación cuando escribimos: los emojis zanjan, en cierta medida, la distancia entre el autor y la escritura de la que hablaba Walter J. Ong.
Y hay también emojis para objetos, animales, frutas, alimentos, transporte, banderas y varios tipos de símbolos. Su significado no siempre es figurativo, sino que puede depender del contexto cultural y la situación, como cuando se usan para suavizar un mensaje que podría interpretarse tosco u hostil (🙂), para añadirle fuerza (💪), dotarle de ironía o sarcasmo (😉), representar cosas o actividades (⚽️)… En el amor y las artes del cortejo las capas de significado son más complejas, y cualquier elemento o expresión puede significar otra cosa (🔥 🍑 🍆 😋 🤤). Hace poco un usuario escribió en Twitter que un “se te quiere” es un “te quiero” cobarde. Para ese tipo de matices, el catálogo de emojis ofrece: 😍 🥰 ❤️ 💜 💛 💚 💙 😘 😗 😙 😚. Y, por si aquellos caracteres pictográficos a color no bastan, aplicaciones como WhatsApp, Messenger y las plataformas de redes sociales cuentan con imágenes animadas, conocidas como gifs y stickers.
En mayo de 2021, el sitio web de la revista tecnológica más antigua del mundo, MIT Technology Review, publicó una entrevista[3] a la jefa y primera mujer en liderar el Subcomité de Emoji del Consorcio Unicode, Jennifer Daniel, a quien presenta como una defensora de los emojis inclusivos y reflexivos. Además de las posibilidades para utilizar emojis con distintos tonos de piel, edades y géneros, en la entrevista se plantea el uso de emojis no binarios (en cuanto a género) y sin la obligación de representar, por ejemplo, bebés con ropa azul o rosa según el sexo. A decir de Daniel, los emojis deben ser “útiles, populares y flexibles” y, ya que las imágenes cambian –deben cambiar– a medida que lo hacen las sociedades, estas “no son apolíticas de ninguna manera”.
Daniel añade que, así como el lenguaje, los emojis a estas alturas ya son imparables –de hecho, ya no se usan solo en chats y de manera informal, sino que los medios de comunicación se han sumado a la tendencia en sus hilos de Twitter y otras redes sociales– y lanza un dato que habla de la seriedad con que se toma el asunto: el tiempo que pasa desde que se presenta la propuesta de un emoji nuevo y es aprobada, luego de reuniones, análisis y papeleo, suele ser de dos años.
A decir de Daniel, los emojis deben ser “útiles, populares y flexibles” y, ya que las imágenes cambian –deben cambiar– a medida que lo hacen las sociedades, estas “no son apolíticas de ninguna manera”.
Pero cuando se trata de popularidad y números con un signo de dólar resulta ingenuo no mirar la perspectiva del mercado. Más allá de la marca registrada Emoji y sus intereses corporativos, el escritor y crítico cultural Jorge Carrión identifica, en su artículo Emojis: un lenguaje emocional[4], publicado en la versión en español de The New York Times, la “ubicación exacta” de aquellas caritas y demás caracteres especiales “entre el capitalismo emocional y el capitalismo de las plataformas”, un cruce en el que, como señala el autor de Capitalismo de plataformas, Nick Srnicek –escribe Carrión–, se genera “un nuevo y muy rentable sistema de extracción de datos, basado en la entrega constante de información sobre nuestros gustos, consumos, relaciones personales y sentimientos”.
Los emojis, entonces, quizá no son tan inocentes como creíamos. Y tampoco es raro que puedan utilizarse para obtener información de sus usuarios. Después de todo, si en el lenguaje con el que nos comunicamos a diario se esconden rasgos reveladores de la personalidad y ciertas actitudes, por qué no habrían de decir quiénes somos su complemento digital, los emojis. Mis emojis más utilizados son 🙂 😅 👍 😂. ¿Cuáles son los tuyos?
Xavier Gómez Muñoz
Periodista, docente e investigador especializado en nuevas y viejas narrativas, cultura y comunicación digital, periodismo y medios; autor del libro Crónicas (Dinediciones). Máster en Periodismo Multimedia y doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado con medios de comunicación a nivel iberoamericano.
REFERENCIAS
1 Lucas, G. (2016). The Story of Emoji. Beltz Verlag.
2 Sampietro, A. (2019). Cómo hacer palabras con emojis: sustitución y enfatización visual de vocablos en WhatsApp. Revista estudios del discurso digital, 2, 1-33. https://doi.org/10.24197/redd.2.2019.1-33
3 Basu, T. (2021, 12 mayo). The woman who will decide what emoji we get to use. MIT Technology Review. https://www.technologyreview.com/2021/05/11/1024802/jennifer-daniel-unicode-the-woman-who-will-decide-emoji/
4 Carrión, J. (2020, 8 noviembre). Emojis: un lenguaje emocional. The New York Times. https://www.nytimes.com/es/2020/11/08/espanol/opinion/emojis-que-son.html