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¿Cómo fortalecer el tejido social? Hacer de los cuidados una tarea colectiva

  • agencia2946
  • hace 19 horas
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Ilustraciones: Abigail Moreno
Ilustraciones: Abigail Moreno

Por: Javier Ulloa García


Una característica distintiva de nuestra época es la institucionalización del cuidado. Contamos con centros, organismos y profesionales especializades para atender virtualmente cualquier necesidad. En la sociedad actual, se han establecido espacios dedicados exclusivamente al cuidado, adaptados a las necesidades particulares de cada comunidad. Cada vez es más común que las instituciones adopten políticas internas o protocolos diseñados para responder de manera efectiva a situaciones concretas, asegurando así el bienestar de las personas involucradas. En teoría, si identificamos una necesidad y no contamos con los recursos para atenderla, existen pautas claras y espacios adecuados para llevar a cabo procesos que permitan abordarla. Entonces, si cuidar de algo es tan sencillo, ¿por qué alguien no lo haría?

Como psicoterapeuta y profesore de psicología, he escuchado distintas versiones de estas preguntas: si recibir atención de especialistas de la salud mental se vuelve cada vez más accesible, ¿por qué muchas personas no lo hacen? Si contamos con más información sobre formas efectivas de autocuidado, ¿por qué todavía hay gente que no las adopta? Aunque la tentación de ofrecer respuestas simples nos arrastre, sugiero que nos enfoquemos en reflexionar cómo funciona el cuidado antes de atender estas preguntas.


Para entrar en materia, partamos de las palabras de Joan Tronto1, profesora de ciencias políticas, para definir el concepto: “El cuidado es la actividad genérica que incluye todo lo que podamos hacer para mantener, perpetuar y reparar nuestro mundo de forma tal que podamos vivir en él lo mejor posible*”. Del mismo modo, la autora considera fundamental abordar las cuatro** fases del cuidado para analizar cómo se construye y se lleva a cabo: preocuparse por, asumir la responsabilidad, proveer y recibir el cuidado. Estas fases conforman el punto de inicio de mi artículo.


Preocuparse por… 


Según Joan Tronto, el acto de cuidar comienza al reconocer que alguien o algo necesita atención. Este primer momento gira en torno a ideas que nos impulsan a observar y reflexionar sobre el estado de las personas y cosas a nuestro alrededor. Al tomar conciencia de ello, podemos identificar necesidades insatisfechas sobre las cuales actuar. En este proceso, factores como la urgencia, los posibles efectos de la inatención, la vulnerabilidad, el daño, la injusticia o cualquier otro criterio relevante pueden ayudarnos a discernir qué merece cuidado. Sin embargo, la respuesta a esta cuestión es tan diversa como la humanidad misma, y su validez depende siempre del contexto en el que se plantea. Aún y cuando cualquier cosa podría merecer un cuidado, es importante señalar que nadie puede cuidar de todo.


Para observar esta primera fase en acción, basta con preguntarle a alguien por qué cuida lo que cuida. ¿A qué le damos espacio cuando le preguntamos a una amiga si le fue bien en su día (y genuinamente queremos saberlo)?, ¿o cuando escuchamos atentamente la misma historia de amor y desamor de une hermane por enésima vez?, ¿o al acompañar a une abuele en su visita al médico? Las respuestas a estas preguntas serán tan diversas como las historias de cada individuo. No obstante, Bagele Chilisa2, profesora y académica poscolonial, afirma que todas nacen de la intersección entre nuestras experiencias personales y las historias colectivas que configuran nuestro mundo. Si algo nos importa es porque su existencia resuena en la nuestra.


Imaginemos, por ejemplo, a une adolescente que decide dejar de consumir productos de origen animal como protesta contra la explotación y el maltrato; o a una pareja joven que elige no tener hijes por preocupación sobre el estado del planeta; o a une estudiante que exige respeto a sus pronombres en el aula. Más allá de nuestra reacción personal, lo importante es reconocer que, en todos estos casos, alguien cuida de algo que considera valioso. Si no compartimos esa percepción, no significa que no sea importante para quien lo cuida. Por ello, entender el cuidado implica conocer las historias que lo hacen posible.


Asumir la responsabilidad


Una vez decidido qué cuidar, la siguiente fase consiste en asumir deliberadamente la tarea. Esto implica identificar los recursos materiales, emocionales, temporales, cognitivos y sociales necesarios para satisfacer la necesidad detectada. Esta etapa puede entenderse como un momento de planificación, donde evaluamos lo que tenemos y lo que nos falta para cumplir con el objetivo del cuidado. Ahora bien, al igual que con cualquier toma deliberada de decisiones, esta fase está intrínsecamente ligada a la responsabilidad. Pero, ¿de qué somos responsables?


Imaginemos a Luisa y Samantha, una pareja que lleva cinco años juntas. En medio de una discusión, Luisa prefiere no hablar, para evitar un daño mayor. Samantha, en cambio, cree que continuar hablando es clave para resolver el conflicto. Cada una actúa según considera mejor para cuidar la relación y, si partimos de la premisa de que ambas están en condiciones iguales de libertad, cada una es responsable de sus acciones: Luisa de no hablar y Samantha de insistir en hacerlo. Pero, ¿ser responsables únicamente de nuestras acciones es suficiente para cumplir con el objetivo del cuidado?


Ilustraciones: Abigail Moreno
Ilustraciones: Abigail Moreno

Por ejemplo, si al jugar con una pelota en una casa ajena rompemos una ventana, podemos decir que somos responsables de lanzar la pelota. Eso sería equivalente a reconocernos como responsables de nuestra acción. Pero… ¿y la ventana? Ser responsables no se limita a nuestras decisiones inmediatas, también incluye los efectos de estas en nuestro entorno3. Así, nuestra responsabilidad no termina en admitir la fechoría, también incluye reparar el daño. Además, según Renee Paulani Louis4, cartógrafa hawaiana comprometida con la investigación intercultural de ética, la responsabilidad relacional implica considerar no solo a las personas directamente involucradas en nuestras acciones, sino también las redes de relaciones coexistentes como parte de dicha interacción. Como seres que vivimos en sistemas complejos e interconectados, nuestras acciones y sus consecuencias forman parte de un tejido más amplio.


Proveer el cuidado


La tercera fase del cuidado implica llevar a la práctica lo planeado. La manera en que se ejecuta el cuidado varía según las circunstancias, pero siempre es tangible y observable. Para entender esto, Virginia Held5, profesora emérita de filosofía de la City University of New York, argumenta que cuidar no se trata de una acción única o universal, sino de un conjunto de actos y valores orientados a atender necesidades o reparar daños. Reconocer estas acciones implica situarlas en sus contextos históricos, sociales y psicológicos. Aunque suene sencillo, la delimitación concreta de dichas acciones requiere alejarse de presuposiciones sobre el cuidado.


Allan Wade6, propulsor de las prácticas basadas en la respuesta, al trabajar con el análisis interaccional de la violencia, advierte que identificar únicamente ciertas formas de resistencia como válidas puede nublar nuestra percepción cuando se trata de identificar el cuidado. Por ejemplo, esperar que alguien responda a la agresión con una acción de igual o mayor intensidad ignora otras estrategias de cuidado que podrían estar presentes. Del mismo modo, asumir que los ejercicios de empoderamiento solo son válidos si una mujer consigue separarse de su agresor, invalida el resto de estrategias de cuidado que ella ejerce para consigo misma, con su familia y con lo que considera valioso7.


En este sentido, resulta crucial considerar cómo las condiciones materiales, sociales y culturales afectan las posibilidades de acción de las personas. El cuidado no se da en el vacío, siempre ocurre dentro de un marco que limita o amplía las opciones disponibles. Así, el cuidado solo puede ser comprendido como un acto de equilibrio constante entre responsabilidades y recursos disponibles.


Recibir el cuidado


La académica y filósofa Diemut Elisbet Bubeck8 destaca la relación central del cuidado a partir de la diada entre quien cuida y quien recibe el cuidado, subrayando que ambas partes son responsables del proceso. Pero, ¿qué responsabilidad recae en quien recibe el cuidado? Según Joan Tronto, la retroalimentación del cuidado es crucial para evaluar su efectividad. Esto quiere decir que las formas en que las personas reciben el cuidado nos ayudan a saber si el ejercicio se está cumpliendo o no. Por ejemplo, una empresa que contrata especialistas en salud mental para atender a sus empleades no está realmente cuidándoles si nadie utiliza esos servicios. Del mismo modo, una política que prohíbe la violencia de género en el trabajo no es suficiente cuando no se traduce en acciones concretas. Después de todo, si el cuidado no es recibido, no es cuidado.


Aquí es necesario prestar especial atención al privilegio de la irresponsabilidad. Joan Tronto entiende este concepto como la posición que pueden tomar algunas instituciones y personas privilegiadas para evadir su rol en el cuidado, delegando su responsabilidad a otres. Este tipo de ejercicios perpetúan la fantasía de la individualidad, misma que ignora cómo incluso la independencia aparente resulta de una red de cuidados9. Pensemos en la institucionalización del cuidado de la salud mental, si nos sirve de ejemplo. Víctor Lizama10, vocero del movimiento por la reivindicación de la discapacidad psicosocial, explica cómo las relaciones que se establecen entre les especialistas y las instituciones como agentes cuidadores y las personas identificadas como sujetas a cuidado requiere la negación total o parcial de la agencia de les individues solo para llevar a cabo una serie de acciones entendidas como legítimas. Algunos de los casos más evidentes de esto son el internamiento forzado o la sobremedicación. Al tomar esa posición, se establece un juego relacional peculiar. Por un lado, se ignoran completamente los saberes y estrategias puestas en marcha por las personas al ser identificadas como deficientes; pero, por otro, la individualización de la situación recoloca la responsabilidad del cuidado ya sea en la persona como individuo o en alguien de su familia. En otras palabras, el cuidado va a depender única y exclusivamente de la persona cuidada11; recibirlo quedará en sus manos. ¿Por qué alguien no recibiría el cuidado que está buscando?


Si retomamos las fases del cuidado que nos han acompañado hasta este momento, podemos pensar en diferentes conflictos que darían respuesta a la incógnita mencionada. En primer lugar, puede que lo que requiere cuidado no sea lo mismo para la persona que lo da y la persona que lo recibe. Quienes gozan de una posición estructural de mayor poder a menudo tienen mayor capacidad para decidir qué se considera digno de cuidado. Pensemos, por ejemplo, en el caso de las personas trans que buscan llevar a cabo un proceso de terapia hormonal o intervención quirúrgica. Aún hay especialistas que, para acompañar estos procesos, les requieren a las personas una carta de otre especialista que estipule que es capaz de sobrellevar el proceso. En muchas ocasiones, la justificación se construye a partir de evitar la de-transición o que las personas se arrepientan. Sin embargo, este tipo de estrategias no son aplicadas en otros procesos quirúrgicos irreversibles, como las rinoplastias.


En un segundo momento, el quiebre puede ocurrir cuando, en la relación básica del cuidado, no se planea la responsabilidad total del ejercicio. Esto puede ser por el privilegio de la irresponsabilidad o por cualquier otra posición que impida reconocer el impacto de nuestras acciones. Aquí se vuelve evidente lo que la escritora, activista y académica Sara Ahmed12 nombra como los discursos no performativos o aquellas enunciaciones que se hacen en lugar de llevar a cabo acciones concretas. Por ejemplo, cuando haces una denuncia en tu universidad para que se atienda un caso claro de abuso de poder y la respuesta de las autoridades es algo como: “Estamos haciendo lo posible por resolverlo”, pero en realidad no se llevan a cabo las estrategias necesarias para atender la situación. 


Así mismo, es importante destacar que el acto de cuidar también está relacionado con el poder y cómo este se distribuye en la sociedad. No solo la distribución de los recursos para cuidar se hace de manera inequitativa, también la exigencia de su ejercicio. ¿Quién esperamos que se encargue de cuidar a quién? Johana Hedva13, escritora, artista y música, identifica el cuidado en las sociedades occidentales modernas como un ejercicio sistemáticamente feminizado. En una estructura patriarcal y cis-sexista, la feminización de algo implica su devaluación y desprestigio. Es decir, el cuidado se delega a las facciones más periféricas de la estructura social y se confunde la exigencia con características cualitativas de las personas que lo ejercen. Por lo general, la responsabilidad del cuidado ha sido colocada de manera desproporcionada sobre las mujeres y grupos marginados en la sociedad14. 


Para responder a las preguntas iniciales, las lógicas individualistas del cuidado resultan problemáticas, ya que perpetúan desigualdades y dejan necesidades importantes desatendidas. Colocar en las personas que reciben el cuidado la responsabilidad total de su recepción sería genuinamente insuficiente. Esto no quiere decir que no sean, al menos en parte, responsables del ejercicio. Significa, más bien, que no pueden ser responsables de todo. Cuidar es, en última instancia, una serie de actos que ocurren en la intersección de las historias personales y colectivas. Entender la complejidad del cuidado nos permite reconocer nuestras propias necesidades y sensibilidades, así como las de quienes nos rodean. Por ello, este ejercicio necesita de un tejido social responsable. 


 

Javier Ulloa García

Egresado de la Licenciatura en Letras y la Maestría en Psicología Clínica por la Universidad de Monterrey. Imparte una cátedra en la Escuela de Psicología de su alma mater.

 

REFERENCIAS


1 Tronto, J. C. (1998). An ethic of care. Generations: Journal of the American society on Aging, 22(3), 15-20.

2 Chilisa, B. (2019). Decolonising research: an interview with Bagele Chilisa. International Journal of Narrative Therapy & Community Work, (1), 12-18.

3 Wolf, S. (1993). Freedom within reason. Oxford University Press.

4 Louis, R. P. (2007). Can you hear us now? Voices from the margin: Using indigenous methodologies in geographic research. Geographical research, 45(2), 130-139.

5 Held, V. (2006). The Ethics of Care. New York, NY: Oxford University Press.

6 Wade, A. (2007). Despair, resistance, hope: Response-based therapy with victims of violence. En Flaskas, C., y McCarthy, I (Ed.). Hope and despair in narrative and family therapy (63-74). Routledge.

7 Coates, L., & Wade, A. (2007). Langauge and violence: Analysis of four discursive operations. Journal of Family Violence, 22, 511-522.

8 Bubeck, D. (1995). Care, Gender and Justice. Oxford: Clarendon Press.

9 Hernando, A. (2012). La fantasía de la individualidad: sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno (Vol. 3081). Katz Editores.

10 Sacristán, T. O. (2021). Personas expertas por experiencia. Entrevista con Víctor Lizama, miembro de SinColectivo. Inter Disciplina, 9(23), 109-124.

11 Martínez, G. G., Malo, E. M., & Dauder, D. G. (2021). Antecedentes feministas de los grupos de apoyo mutuo en el movimiento loco: un análisis histórico-crítico. Salud colectiva, 17, e3274.

12 Ahmed, S. (2016). How not to do things with words. Wagadu: A Journal of Transnational Women’s and Gender Studies, 16, 1–10.

13 Hedva, J. (2016). Sick woman theory. Mask Magazine, 24, 1-15.

14 Quiroga Díaz, N. (2014). Economía del cuidado. Reflexiones para un feminismo decolonial. Y. Espinosa, D. Gómez, y K. Ochoa (Ed.). Tejiendo de otro modo: Feminismo, epistemología y apuestas descoloniales en Abya Yala. Popayán: Editorial Universidad del Cauca.


* Traducción propia.

** Tengo entendido que en versiones más actualizadas la autora propone una quinta fase. Para motivos de este escrito, he tomado la decisión deliberada de trabajar a partir de las cuatro fases originales.


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