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Archivo y poder. Un alegato por la reconstrucción de la historia


 

Ilustraciones: Jimena Pérez Ramos

Por: Edson Abraham Soto Espinosa


Imaginar un archivo puede llevarnos a visualizar montañas de papeles viejos y en desorden, laberintos de expedientes empolvados, tantos y tan oscuros que basta con pensarlo para contagiarnos de un tedio insufrible. Quizá haya quienes conciban el archivo como sinónimo de documento, como formato de téxto o fotografía, por mencionar un par ejemplos de información digital que se almacenan en dispositivos electrónicos. En el imaginario colectivo, los conceptos de archivo y documento se confunden porque, generalmente, se les atribuye el mismo significado. En cambio, para otras personas –sobre todo lo historiadores– el concepto de archivo se asemeja al de caja fuerte o cofre del tesoro. Es el sitio donde se guardan objetos de gran valor, preciosas joyas que el historiador utilizará en la reconstrucción del pasado. Es el lugar donde reposa la memoria colectiva, dirían los más románticos. Aunque, más allá del sentimentalismo, es justo esa última acepción sobre la que deseo reflexionar.

La palabra archivo deriva del latín archivum, que a su vez proviene del griego archeîon (ἀρχεῖον), derivado del término arkhon, que en español significa “arconte”; es decir, “magistrado”, o bien “gobernante”. Sucede que, por extensión, el edificio desde el que gobernaba el arconte recibió el nombre de arkheion. Así mismo, los documentos resguardados en su interior fueron llamados arkheia, palabra que, en español contemporáneo, entendemos como archivos. Es importante reparar en estas etimologías porque, a partir de ellas, es posible ilustrar la estrecha relación entre archivo y gobierno. De hecho, el concepto griego arkhé, que significa “mandato” y constituye la raíz de archivo, extiende su herencia a otras palabras de nuestra lengua; jerarca, monarquía, patriarca, oligarquía y matriarcado son algunos ejemplos.

Hablar del archivo como tema conlleva, necesariamente, hablar de recuerdos, memoria o huellas históricas. Sin embargo, dice Aristóteles que no se debe confundir la memoria (mneme) −recuerdos espontáneos− con rememoración (anamnesis), que consiste en emprender una búsqueda intencionada, consciente y voluntaria entre los recuerdos[1]. Derridá y Foucault complementan la reflexión añadiendo que, si bien están emparentadas, ninguna de dichas acepciones es sinónimo de archivo, pues el archivo (hypomnema), aunque está relacionado con el recuerdo, tiene un parentesco mayor con aquellas huellas o rastros que quedan o, mejor dicho, que se guardan de un recuerdo o pasado determinados[2]. 

No obstante, todos los conceptos mencionados hasta ahora poseen una historia común y –aún más interesante– un futuro que podría acercarlos hasta el punto de volverlos un producto homogéneo. Evidentemente, la historia que los une gira en torno al pasado y al poder. “Poder” en su acepción de “facultad o potencia” que permite hacer algo, puesto que toda capacidad está vinculada a un aprendizaje sostenido por el recuerdo que implica. Pero, al mismo tiempo, poder con su connotación de autoridad. Lo explico por medio del siguiente vericueto verbal: para llevar a cabo una acción determinada, es preciso que antes recordemos cómo se realiza. De tal modo, en el ejercicio del poder, la autoridad necesita del recuerdo, en tanto que éste permite organizar, administrar y gobernar. 

Lo que llamamos memoria colectiva nace en los apéndices de la memoria individual representada en archivos; su proceso y almacenaje es, por lo menos hasta ahora, igual de imperfecta y manipulable.

Hablar del archivo como memoria nos remonta al inicio de la historia, misma que comenzó con la escritura, y la relación que goza respecto al concepto de archivo es explicada en el mito narrado por Platón en el diálogo que tituló Fedro: cuenta que Theuth, antiguo dios egipcio, ofreció los beneficios de la escritura bajo la premisa de que ésta haría a los humanos más sabios, dado que incrementaría su memoria[3]. En otras palabras, la memoria como recuerdo y remembranza siempre ha estado ligada con la necesidad de soportes externos: documentos-archivos para brindar apoyo a la imperfecta memoria humana. Por lo tanto, la historia entre control (poder) y memoria (archivo) es inseparable. El registro escrito surgió con el fin de ayudar al gobernante, dado que la información sistematizada es lo que permite, por ejemplo, ejecutar el cobro de impuestos,enjuiciar a criminales y establecer la diplomacia comercial. 

El dios egipcio Theuth no se equivocó al señalar la necesidad de tener una herramienta cuya finalidad sea fortalecer el trabajo de la memoria, toda vez que ésta suele ser efímera y a veces poco confiable. Valga recordar el cuento de André Bretón, “Mala memoria”, donde el protagonista siempre olvida su número de habitación, incluso después de haber caído de ella. Bien argumenta Bretón, en su Manifiesto del surrealismo, que la memoria puede ser producto de la imaginación, algo maleable; o, peor aún, educable[4].

La mala memoria, inherente a nuestras limitaciones biológicas, dio origen a la escritura. Más adelante, el invento de ésta –aunado a la necesidad de rememorar y así dar lugar a un gobierno de mayor eficiencia– propició el surgimiento del archivo. Desde su origen, el gobernante convirtió el archivo en herramienta de su eficacia; con el paso del tiempo adoptó, asimismo, la forma de receptáculo que posteriormente adquirió el nombre de “memoria colectiva”, concepto que se fusionó con el control administrativo, lo mismo que de la cultura, la identidad y hasta la verdad constituida por la Historia; o más bien, la construcción de narrativas históricas. 

Ilustraciones: Jimena Pérez Ramos

Sin embargo, el archivo como promesa de una memoria más fiel a la realidad parece haber quedado solo en eso. Lo que llamamos memoria colectiva nace en los apéndices de la memoria individual, representada en archivos; su proceso y almacenaje es, por lo menos hasta ahora, igual de imperfecta y manipulable. Nada menos que el conocimiento general nos llama a valorar un principio: el escrutinio de la historia siempre lo hacen las manos del vencedor. Pero no solo escriben la Historia: organizan y diseñan los archivos que la conformarán. La amnesia colectiva no consiste, entonces, en una pesadilla futurista; es la realidad programada que nos ha acompañado desde el surgimiento de las civilizaciones. 

El archivo como instrumento de poder se ejerce de forma directa, por ejemplo, cuando el Estado sigue el rastro de nuestras finanzas con el propósito de cobrarnos impuestos; mas no se limita a esa ni demás formas de control explícito. El poder es ejercido, de igual manera, mediante el desarrollo de narrativas históricas que, a la larga, actúan como un molde que da forma a la identidad y la cultura. Medios de control o micropoderes del saber, en palabras de Foucault[5]. 

Esta reflexión conduce, invariablemente, a percibir la imperfección e incompletud de la historia. De momento, lo anterior es una condena ineludible. El problema yace en que hallar los rastros o huellas que fueron deliberadamente borrados de los archivos es una tarea muy difícil, si no imposible. Cuando se habla de huellas borradas, no necesariamente ha de ser una purga de documentos perpetrada por las altas esferas gubernamentales, sino en una estrategia compleja cuyo origen se remonta a la decisión de cómo iban a ser estructurados los archivos, y culminó al determinar qué documentos iban a conservarse o desecharse.

El mayor ejemplo de la versión incompleta de la historia construida desde el poder es lo que se conoce como historia universal, pues no cabe duda de que se ha escrito a partir de una perspectiva emanada desde los poderes hegemónicos. El patriarcado, por ejemplo, ha escrito su versión de la historia desde los archivos y la cultura diseñados por el propio patriarcado. La consecuencia ha sido una historia que suele ignorar a (por lo menos) la mitad de la población mundial o bien, en el mejor de los casos otorga a las mujeres un papel de escasa relevancia.

Realidad de gran semejanza hallamos al reconocer que, a pesar del arranque en la construcción de una muy necesaria historia de las mujeres, persiste la tarea de reescribirla. Suponiendo, desde luego, que ese proyecto pueda ser llevado a buen término. Su éxito implicaría edificar una historia de la humanidad con las mujeres –y otras minorías marginadas–, pero a partir de vestigios: piezas que apenas lograron rescatarse del paso del tiempo; es decir, luego de que las minorías fueron alcanzadas por herramientas como el borrado y la exclusión. Empero, ha  de admitirse que, justamente, esa situación despierta el apetito por conocer una historia distinta, cuya materia prima extraería de la memoria colectiva aquello que fue silenciado por sus dominadores. Sin duda, la caída o deconstrucción del patriarcado pasará por escribir lo que llamaré, para fines prácticos, “historia de los silencios”. 

Ilustraciones: Jimena Pérez Ramos

Esa historia, que ansía emerger en su modalidad escrita, remite a la reflexión de la memoria en sus acepciones de recuerdo o archivo sistematizado. Es muy probable que dicha historia se vea en la necesidad de reconstruir el pasado alejándose del método habitual, puesto que su versión no puede basarse en los registros existentes, como los archivos oficiales o científicamente aceptados (hypomnema). Habrá que enfocarse, más bien, en tejer su versión a partir de recuerdos (mneme), sin importar la convención que los juzga imprecisos. Incluso cabe la posibilidad de integrar recuerdos familiares y locales con el objetivo de mostrar la historia de lo silenciado. En el replanteamiento de la historia y sus archivos yace la esperanza de una memoria social, democrática y liberadora. 

Hasta ahora se ha explicado el origen del archivo como instrumento de construcción y reconstrucción del pasado –con el fin de interpretar el presente–, al igual que de su categoría conceptual. No obstante, otro acercamiento posible ve en el archivo una inversión a futuro y, por lo tanto, la garantía que determina la interpretación del presente. El diseño de un archivo y la decisión respecto a su estructura, así como su organización y contenido, son el medio que darán lugar a la redacción de una historia cuya mirada –posada en nuestro presente– gire su interés hacia el futuro. Al final de cuentas, solo una perspectiva que parta de dicho análisis avanzará hacia una reflexión que evalúe los archivos –aquellos que deben garantizar la memoria colectiva–, con base en la estructuración. Todo diseño, al fin y al cabo, perfila archivos que en el futuro la gente percibirá como historia.

En ese sentido, propongo seguir el hilo de dos futuros posibles. Hoy en día, el avance de la tecnología ha reducido considerablemente las barreras físicas que limitaban espacialmente los archivos; el avance tecnológico llevó a digitalizar enormes bodegas en microchips milimétricos. Este recurso hizo factible el almacenamiento de una mayor cantidad de información, que tiempo atrás era desechada por falta de espacio.

El mayor ejemplo de la versión incompleta de la historia construida desde el poder es lo que se conoce como historia universal, pues no cabe duda de que se ha escrito a partir de una perspectiva emanada desde los poderes hegemónicos.

Ciertamente, buena parte de la información que incomoda al poder continúa siendo desechada. No obstante, las ventajas de la digitalización han destruido el monopolio del archivo que ejercía el Estado. Hoy en día, cualquiera puede disponer del espacio y las herramientas tecnológicas para resguardar un archivo detallado de su vida. A ese fenómeno se ha sumado una transformación más: la casi total eliminación de la línea entre lo público y lo privado[6]. Reparemos en el hecho de que una enorme cantidad de información personal –en muchas ocasiones cedida– es susceptible de conformar parte del archivo y luego interpretada a través de la hermenéutica histórica.

En un contexto caracterizado por avances tecnológicos, reflexionar sobre el futuro del archivo y la memoria histórica es tarea ineludible. Para ello, dejo a colación un episodio de la afamada serie Black Mirror. En específico, el tercero de la primera temporada, titulado “Toda tu historia”, dirigido por Brian Welsh. El capítulo muestra un futuro utópico –o distópico– en el que, mediante un dispositivo integrado al cuerpo, llamado Full-spectrum Memory, almacenamos toda la información captada a través de los ojos para, más tarde, compilarla en un archivo que se resguarda en un implante neural, colocado detrás de la oreja derecha. Luego, por medio de un dispositivo con pantalla –o bien en sus propios ojos– el individuo posee la opción de transmitir e incluso rebobinar el material grabado[7]. En el mundo descrito, donde el archivo comprende un registro amplio y de elaboración múltiple, destaco lo que, a juicio mío, debe ser el sueño dorado de cualquier historiador: tener acceso a volúmenes de amplio alcance e información de riqueza inestimable pasaría a ser el instrumento perfecto al tratar de reconstruir elementos históricos que siguen siendo inalcanzables en la actualidad. De paso, las funciones de esa prótesis ficticia detonarían a una fusión entre memoria, remembranza y archivo, haciendo añicos las disquisiciones de Aristóteles, Derridá y Foucault, que tanto se devanaron los sesos cuando intentaron clarificar y distinguir el ámbito de los conceptos mneme, anamnesis e hypomnema

En el replanteamiento de la historia y sus archivos yace la esperanza de una memoria social, democrática y liberadora.

Más adelante, el episodio mencionado nos revela el rostro oscuro del archivo: aún cumple su propósito respecto a las funciones de control, pues el Estado pedirá al individuo mostrar sus archivos para autorizar su paso por la aduana; las empresas lo solicitarán para evaluar el desempeño, y los amigos lo transmitirán y compartirán por entretenimiento. Finalmente, el individuo ejerce control sobre sí mismo: cuando decide rememorar, hurga en una “memoria de amplio espectro”. En ese entorno, el repaso de errores y acontecimientos es a voluntad. Desde luego, esta práctica impide que los recuerdos emerjan orgánicamente. A mayor frecuencia de uso, más rápido llevaría la memoria cyborg a diluir o atrofiar la espontaneidad que distingue a la memoria, pues genera dependencia al archivo digital integrado. En un futuro así, muy pocas cosas escaparían de los tentáculos del archivo; el escenario ofrecería la oportunidad de construir una historia más honesta y democrática, pero al costo altísimo de sacrificar la privacidad personal… Suponiendo, por supuesto, que aún exista aprecio por ese derecho. 

El otro futuro posible es el fin de la historia. Ese que plantea la tradición judeocristiana al colocar a toda la humanidad en el final de los tiempos, el Armagedón, frente a un gran archivo representado por un trono blanco del que huyen el cielo y la tierra, porque posee registro detallado de las obras de cada uno. Cito textualmente el Apocalipsis: “Vi entonces de pie, ante Dios, a los muertos, grandes y pequeños. Unos libros fueron abiertos, y después otro más, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados conforme a sus obras y conforme a lo que estaba anotado en los libros”. En otras palabras, el último libro de la Biblia describe un mundo donde el archivo continuará al servicio de nuestra condena. 


 

Edson Abraham Soto Espinosa

Cuenta con una Licenciatura en Historia por la Universidad Autónoma de Nuevo León, así como dos maestrías: una en Ciencias Sociales y otra en Sexualidad y Equidad de Género. Actualmente trabaja como especialista en Alianzas Estratégicas en el Centro de Equidad de Género (CEGI) de la UDEM.

 

REFERENCIAS


1 Aristóteles. (1998). Acerca de la generación y la corrupción. Gredos.

2 Derrida, J. (1998). Mal de archivo. Trotta.

3 Platón. (2001). Fedro o de la belleza. Alba Libros.

4 Breton, A. (1996). Manifiestos del surrealismo. Guadarrama.

5 Foucault, M. (1991). Microfísica del poder. Las Ediciones de La Piqueta.

6 Colacrai, P. (2009). Memoria y archivo, un acercamiento a los dispositivos digitales. Question, 1(23). https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/view/801

7 Armstrong, J. (Guionista), y Welsh, B. (Director). (18 de diciembre de 2011). The entire history of you (Temporada 1, episodio 3) [Serie de televisión]. En Brooker, C., Jones, A., y Reisz, B. (Productores ejecutivos) Black Mirror en itálicas. Brooke & Jones; Netflix.


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